Las opciones y sus riesgos
Quienes abogan por una cuarentena total preventiva y obligatoria (es decir, que afecte a la población entera limitando al máximo su desplazamiento) claramente ponen el énfasis en aplanar la curva de contagio, sin reparar en el impacto negativo de corto plazo en el nivel de actividad ni el daño a largo plazo que ello pueda representar para la organización económica de la sociedad.
Quienes, en cambio, proponen alternativas menos drásticas en cuanto a los movimientos de la población sana (es decir, ni contagiada ni en cuarentena por contacto con contagiados) con el objetivo de minimizar el impacto en la economía, asumen un riesgo todavía desconocido en cuanto a los segmentos de la población con perfil más susceptible a la pandemia.
Pero en la práctica solamente los estados policiales están en condiciones de imponer un confinamiento absoluto a sus habitantes, como hemos visto en regiones de China. En Europa – hoy considerado el epicentro de la pandemia – la mayoría de los países está bajo distintos grados de “lockdown” (cierre obligatorio). En los EE.UU. algunos de los estados más afectados (New York y California) han optado también por medidas duras, incluso con la guardia nacional en alerta. En América del Sur también vemos reacciones distintas, sin ir más lejos entre países vecinos.
Información insuficiente
Desafortunadamente el mundo aún carece de suficiente información acerca del novel coronavirus como para tomar una decisión sin temor a equivocarse, y por ello vemos una variedad de reacciones distintas por parte de los gobiernos de los diferentes países.
Los datos disponibles de la evolución del COVID-19 en los distintos países están fuertemente sesgados por la forma en que se obtuvieron. La escasez de equipos de testeo ha concentrado los resultados en la población afectada y auto sospechosa de estar afectada, donde obviamente la incidencia de positivos es mayor. No ha habido muestreos aleatorios que establezcan porcentajes generales de la población expuesta, asintomática, contagiada y curada.
Ello dificulta el cálculo de variables como las tasas de mortalidad y propagación (R cero). Otros factores que afectan los sistemas de inmunodeficiencia y varían por país son los estándares de vida y el clima. El verano tienden a fortalecer las defensas naturales mediante la elaboración de vitamina D por el cuerpo.
El impacto de la emergencia sanitaria
Si bien el mundo moderno tampoco tiene mucha experiencia en lidiar con el impacto económico de una pandemia, existen en este terreno mayores elementos de juicio para imaginar escenarios plausibles. En primer lugar, lo determinante será la duración y la profundidad del cese de actividades productivas que impliquen las medidas sanitarias.
Si fuese un cese de actividad económica a raíz de una cuarentena general por un mes, el impacto se asemejaría mucho al de una huelga general de igual duración. Habría una caída inmediata en producción de bienes y servicios, ventas, ingresos de los hogares, recaudación fiscal y empleo. También un mayor gasto público por los estabilizadores automáticos y para atender situaciones de emergencia, resultando en una expansión del déficit fiscal.
Terminada la emergencia, el regreso desde una situación recesiva a la normalidad dependerá de las demandas interna y externa, así como del balance de las empresas y los hogares que lograron capear el temporal. Lo normal sería una recuperación rápida en forma de V durante la segunda mitad del año, eliminando gradualmente el aumento del déficit fiscal experimentado durante la emergencia.
El impacto de la emergencia financiera
Pero la situación mundial actual viene acompañada de un colapso de las bolsas de valores que – al menos en los países industrializados – agrega un fuerte componente negativo a una situación ya de por sí recesiva. Salvo que la batería de medidas lanzadas por sus gobiernos logre una rápida recuperación de las cotizaciones, es previsible una recesión más larga (en forma de L). O sea que no alcanza con resolver el tema sanitario; hay un tema financiero que ejerce un tremendo lastre sobre la economía global.
Ya comentamos la semana pasada algunas de las medidas lanzadas por la Reserva Federal para resucitar a los mercados. Ante la falta de reacción, se intensificaron los esfuerzos: el congreso de los EE.UU. en estos días analiza si autorizar a la FED crear dinero para comprarle a los bancos más papeles de calidad cuestionable, tales como bonos corporativos y valores respaldados por préstamos de consumo. En Europa el Banco Central Europeo también está apelando a recursos extremos. Pero los bancos centrales han agotado su credibilidad y cada nueva acción deja una impresión más de pánico que de convicción.
En el terreno fiscal, sin embargo, está bajo discusión un programa de apoyo a la economía de los EE.UU. por valor de USD2 trillones (un 8% del PBI), aunque los republicanos y demócratas aún no se ponen de acuerdo en la distribución de los fondos entre corporaciones y hogares. Los mercados aguardan expectantes mientras las cotizaciones siguen cayendo. La reaparición de la herramienta fiscal con programas de gasto que lleguen a los hogares puede lograr un impacto más positivo en los mercados.
El impacto redistributivo de las recesiones
Existen tendencias latentes – y no necesariamente positivas – en la economía global que pueden salir fortalecidas luego de una recesión económica.
Una economía que emerge luego de una recesión prolongada puede resultar cualitativamente distinta a la que estuvo sumergida. La mortandad empresarial seguramente estará concentrada en las MIPYMES por no haber recibido el masivo apoyo de recursos financieros provisto a las grandes corporaciones. El almacén, la farmacia, el quiosco y el restorán de barrio habrán cedido su espacio económico a las franquicias multinacionales. La empresa unipersonal será un grato recuerdo.
El dinero en efectivo contaminante habrá sido eliminado de la circulación en los sistemas de pagos, reemplazado por el plástico sanitizado. La inclusión financiera permitirá a todos – pero más que todos al estado – conocer detalladamente la situación económica de cada uno de sus habitantes, e impedir su acceso a sus ahorros si la emergencia – decretada por el estado – lo justificase.
Quienes nos inquietamos al presenciar en el mundo el crecimiento sigiloso del poder autoritario de los gobiernos sobre los ciudadanos – ya sea monitoreándolos con soportes de inteligencia artificial o impactando sus transacciones con políticas monetarias a ultranza que eliminan el importante papel de los mercados – debemos estar en alerta ante el posible desembarco de estas tendencias.
No es de extrañar que aquellos que simpaticen con un estado omnipresente y autoritario tengan una marcada preferencia por medidas drásticas en materia de salud, no muy distantes de aquellos distópicos mundos de Orwell y Huxley.
Uruguay en la encrucijada
Los uruguayos estamos muy conscientes de la gravedad de la situación actual. Lo demuestra nuestro comportamiento en los últimos días frente a las recomendaciones de extremar el aislamiento social. Somos también muy conscientes de la vulnerabilidad de ciertos segmentos de la población ante la pandemia, y apoyamos toda medida destinada a proveerles de los mayores cuidados y protección.
Pero no debemos perder de vista que hay otros valores importantes en juego. Siendo el Uruguay una tierra de hombres y mujeres libres, debemos pisar firme para que no nos lleve una corriente de pánico que acepte cualquier imposición que limite nuestras libertades básicas a cambio de promesas.
(*) Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Ex Director Ejecutivo del Banco Mundial.