Los orígenes de la banca se remontan a las neblinas del tiempo, antes de que existiera la economía como disciplina formal de estudio. Los servicios de custodia y pagos a la orden, tan esenciales para el comercio, gradualmente fueron abriendo paso al crédito como fuente principal de ingresos, basado en una plataforma informal de banca fraccionada.
Con el siglo de la Ilustración despertaba el concepto de un espacio que integraba la totalidad de actividades humanas relacionadas a la producción, el comercio y el consumo bajo un sistema llamado economía. En dicho contexto, se asignaba a la banca un papel fundamental que consistía en transformar el ahorro en inversión.
Esta función era clave para el crecimiento económico. El flujo total de ingresos percibidos en un período dado no se agotaba enteramente en el consumo; el sobrante era el ahorro. Por otra parte, existían empresarios con el deseo de expandir su producción –para lo cual hacía falta inversión en capacidad instalada–, pero no tenían los fondos necesarios.
El desafío consistía en trasladar el ahorro para financiar la inversión. Pero movilizar el ahorro no era sencillo, ya que hay distintas formas de ahorrar. El atesoramiento, por ejemplo, directamente quitaba dinero de la circulación con el subsiguiente impacto contractivo en la actividad económica.
El banco intermediario como instrumento de desarrollo
El banco vino a resolver el dilema. Al atraer y remunerar depósitos del público, minimizaba el atesoramiento y reunía fondos para prestar. A su vez, su conocimiento del medio le permitía evaluar riesgos de los emprendimientos a financiar y los sujetos de crédito, con mejor información que individuos que preferían prestar sin intermediarios.
El principal riesgo inherente a la actividad bancaria siempre fue la iliquidez, o sea no contar con efectivo suficiente para atender retiros de los depositantes. Ello podría ser por haber prestado mal, o simplemente demasiado. La tentación natural del ser humano a mejorar su condición por todo medio disponible lleva al abuso probabilístico de la fracción de depósitos a mantener en caja.
Un sistema de banca fraccionada (es decir, que permite que los préstamos puedan exceder en valor el efectivo “encajado”) en realidad está permitiendo la creación de dinero por parte del banco en la forma de crédito. Cada vez que se produce una corrida bancaria, es usual escuchar voces que claman por un sistema de “banca estrecha”, o sea con 100% de respaldo en reserva de los depósitos.
La regulación es esencial para la estabilidad del sistema financiero. Generalmente la autoridad bancaria impone el porcentaje de encaje a observar, aunque en décadas recientes las jurisdicciones más importantes han optado por esquemas de requerimientos de capital mínimo (con relación a activos, o sea préstamos).
Evolución de los ingresos
Bajo el tradicional modelo de banca fraccionada, se supone que los principales ingresos deben provenir de la diferencia entre tasas pasivas (pagadas por los depósitos) y activas (cobradas por préstamos). Este llamado “margen financiero” debe, en principio, cubrir los costos operativos y contribuir a las utilidades.
En ciertas jurisdicciones se le permite a la banca comercial proveer servicio de mercados de capital a sus clientes corporativos y otros rubros de banca de inversión. Pero hoy hay también importantes ingresos por tasas y comisiones vinculadas a servicios tales como transferencias internacionales de fondos, uso de tarjetas de crédito (tanto titular como punto de venta), pagos a instituciones, compraventa de divisas y administración de cuentas bancarias.
Profundización bancaria
El grado de bancarización de una economía suele utilizarse como indicador de desarrollo económico-financiero: se trata del cociente de crédito interno bancario al sector privado como porcentaje del PIB (producto interno bruto).
Llama poderosamente la atención la reducida cifra para Uruguay (30%) en comparación con el resto de América Latina y el Caribe, tomando en consideración que las alternativas de financiamiento empresarial en el mercado de capitales también son reducidas. Una posible explicación es el alto riesgo percibido por el sistema bancario en financiar proyectos de inversión en áreas no tradicionales, especialmente frente a la opción de colocaciones de bajo riesgo en el sector público.
El sector bancario privado en el Uruguay, en promedio, tenía colocado a fines de 2022 apenas la mitad de su cartera de activos totales (USD 49 mil millones) en el sector privado no financiero, repartiéndose el resto entre instrumentos de deuda o en el Banco Central (según Fitch).
Dentro de los USD 24 mil millones prestados, figuraban como destino en primer lugar el sector de familias (37%), seguido por industria y comercio (25%), y luego los sectores agropecuarios y de servicios (ambos con 14%).
La inversión en Uruguay (formación bruta de capital fijo) experimentó un señalado declive de 22% a 15% en el período 2013-19, para recién iniciar una recuperación en el 2020. La cifra para el 2023 fue de 17%, en base a una fuerte participación del sector público.
La inversión en capital fijo es clave para cualquier programa de crecimiento sostenido. Las cifras, sin embargo, transmiten la impresión que el sector bancario local podría “subir un cambio” en el motor del desarrollo e inclinarse más hacia el impulso de nuevos sectores de producción, en vista de sus excelentes resultados del 2023.
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