En diciembre de 2008 la Reina Isabel II asistió a un evento en el London School of Economics (LSE) donde sorprendió a la audiencia con una muy simple pregunta referida a la gran crisis financiera que azotaba al mundo por aquellos días: ¿Cómo fue que nadie la vio venir?
Si bien su pregunta iba dirigida al claustro, bien podría haberla formulado al gobierno y a sus altos funcionarios responsables por la estabilidad financiera de la City. Eran épocas cuando primaba la tesis de los mercados racionales según la cual estos eran tan eficientes que se podían autorregular, liberando así a las autoridades de la fastidiosa tarea de la supervisión del sistema financiero. En ambos lados del Atlántico, banqueros y burócratas a la par se dedicaron a navegar los vientos favorables con resultados que en otra época les hubiera costado la cabeza.
El apogeo de la hiperglobalización iba de la mano de la hiperfinanciación, facilitando así la fusión y adquisición de empresas que llevaron a la concentración global de todos los mercados en cada vez menos manos. Los gobiernos se acomodaban en el asiento trasero mientras las transnacionales conducían los destinos de sus pueblos, financiando las campañas electorales de quienes en el futuro redactarían las leyes del juego.
El paradigma global se basaba en tres patas: la primera en tambalear fue la financiera, sacudida estrepitosamente junto al sistema bancario en 2008. La segunda fue la corporativa, impactada en 2020 por la disrupción de sus cadenas de suministro con el advenimiento de la pandemia y obligada a repensar sus estrategias de localización. La última en caer fue la armonía política, de corta vida, nacida en 1989 en Berlín y desaparecida en Ucrania en 2022.
¿Pendular o hegeliano?
En realidad, si la globalización era el paradigma para el neoliberalismo, el Estado de bienestar antes había sido el ejemplo a imitar para el keynesianismo. La teoría pendular diría que los excesos de la globalización llevarán a que el péndulo oscile hacia el otro extremo, superando en su desplazamiento al punto de equilibrio. Nos espera un tiempo de mayor intervención del Estado en el funcionamiento de la economía.
Dani Rodrik de la Universidad de Harvard, en cambio, sostiene que de la tesis keynesiana y la antítesis neoliberal surgirá la síntesis productivista como paradigma que inspire la organización socioeconómica. El productivismo –según esta visión– no se trata de un conjunto coherente de ideas que pretendan establecer una ideología consistente, sino meramente una manera de hacer las cosas con un enfoque práctico y de sentido común.
¿Ahora qué vendrá?
Sea pendular o hegeliano, como diría Deng Xiao Ping, lo importante del nuevo paradigma es que cace ratones. Rodrik tiene muchas frases bonitas e historias puntuales de éxitos en programas de apoyo estatal a sectores y comunidades, pero el concepto en sí de productivismo no queda demasiado claro. Según él, se trata de “un nuevo marco que otorga a gobiernos y organizaciones comunitarias mayor responsabilidad en delinear la inversión y producción –en apoyo a empleos de calidad, la transición climática y sociedades más seguras y resilientes– y que es más desconfiado de los mercados y de las grandes empresas que el paradigma que le precede”. 1
El asunto es cómo lograr que el apoyo estatal –y los recursos provenientes de los organismos internacionales para el desarrollo– pueden alcanzar aquel objetivo que Rodrik propone. No ha sido por falta de intentos y recursos que los resultados de estos esfuerzos han sido en muchos casos decepcionantes, sin que las actividades promovidas adquieran tracción propia toda vez retirados los apoyos.
El enfoque sugerido abarca varios aspectos, entre ellos los siguientes:
- Crear oportunidades económicas en una escala humana, no global
- Enfocar por separado las distintas regiones según sus características
- Dimensionar las intervenciones según el segmento de ingresos
- Asegurar que el destino de los recursos sea la inversión
- Enfocar primordialmente las micro, pequeñas y medianas empresas
- Dar prioridad a los sectores rurales
- Aprovechar la transición de la matriz energética para crear empleos de calidad
En últimas instancias el productivismo no parece ser otra cosa que un cambio de énfasis del papel económico de estado, sin romper con el pasado. Se busca concentrar sus esfuerzos y recursos en crear empleo productivo y duradero en sectores postergados, dejando de lado la búsqueda de grandes capitales multinacionales en favor de la población local.
[1] “Getting Productivism Right”, Dani Rodrik, Project Syndicate, August 8, 2022.
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