Hay quienes sostienen que – al matematizarse – la economía ha perdido contacto con el mundo real. Otros dicen que las recomendaciones sin base cuantitativa se basan en valoraciones subjetivas.
La economía política
La economía y la política no fueron separadas al nacer; convivieron muchos años bajo el mismo techo como “economía política” hasta que los separó la matemática. No hay una sola ecuación en los dos tomos de “La Riqueza de las Naciones”. Sin embargo Adam Smith, el economista escocés y profesor de filosofía moral, logró explicar a su generación y a todas las venideras las bases del gran auge de la actividad económica organizada en los albores de la revolución industrial. Su marco de referencia analítico fueron las costumbres, las leyes y las instituciones contemporáneas. Sus inquietudes eran comprender, comunicar y recomendar mejoras.
Como suele suceder con las grandes obras, nadie las lee y todos las citan. Tratándose de un tema como la economía, tan cercano a los bolsillos de los distintos grupos de interés en la sociedad, no ha de extrañar que – por más fuera de contexto que sean – todos encuentren citas favorables a sus intereses que merecen aprobación y difusión y otras que prefieren soslayar. La “mano invisible” es un caso típico.
La matemática
La matematización de los estudios económicos comenzó a ganar cuerpo un siglo después de Smith. La naturaleza de los temas y el avance de la ciencia hizo que muchos de los problemas abordados por la economía, pudieran plantearse claramente en términos matemáticos. Primero la geometría y el álgebra, luego el cálculo diferencial y eventualmente procedimientos cada vez más complejos fueron aplicados en aspectos tanto teóricos como prácticos.
La economía y disciplinas adyacentes como la administración de empresas le deben mucho a la matemática y a la física. El cálculo diferencial es la base del análisis marginal, la piedra angular de la microeconomía clásica que estudia al consumidor y al productor como entes individuales. Dicho método consiste en medir la reacción de una variable en función de pequeños cambios en otras con las cuales se supone relacionada, para cuantificar costos y beneficios con el fin de optimizar el consumo y la producción en presencia de recursos escasos.
Para el sistema económico en su conjunto, o sea la macroeconomía, el análisis dio un salto cualitativo al importarse de la física el concepto del equilibrio general. Se acredita a León Walras, polifacético francés y catedrático en Lausana, el impulso inicial en adaptar a la economía este modelo desarrollado para investigar las propiedades termodinámicas de los fluidos.
La economía positiva
Estos avances en los métodos analíticos aplicados a la economía que surgen en la segunda mitad del siglo XIX causan un cisma en la economía política, materia que hasta entonces intentaba comprender y explicar los grandes temas como la riqueza de las naciones (Smith), los patrones del comercio (Ricardo) o la distribución del ingreso (Stuart Mill).
La tradición humanista con su contenido ético y moral siguió por el sendero de las ciencias políticas y sus áreas relacionadas, mientras que la nueva vertiente de análisis cuantitativo en cambio quiso emular a las ciencias naturales en su búsqueda de leyes inmutables.
En lo que hoy se vería como un brillante golpe de “branding”, la nueva economía cuantitativa se arrogó la etiqueta de “economía positiva” al tiempo que desterró al exilio intelectual su compañera de tantos años bajo el rótulo de “economía normativa”. Ellos, lo cuantitativos, eran poseedores de la verdad porque la matemática no miente. En cambio, lo de los normativos era mera opinión sin fundamento.
Naturalmente los distintos grupos de presión en la sociedad se alinearon según sus ideas e intereses. Los reformadores enfocaron las instituciones y las leyes como los mecanismos propicios a mejorar la suerte de las masas. Los defensores del status quo fueron cediendo terreno lentamente frente a legislación laboral y de sufragio expandido.
En otros temas económicos como el proteccionismo el enfrentamiento de fuerzas era más parejo, con los distintos lobbies intentando volcar la opinión pública y parlamentaria a su favor. Economistas no faltaban para abogar por cualquiera de las partes, munidos ya de argumentos y refutaciones basadas en cifras.
La modelización
Pero el método científico no se presta para el análisis de las ciencias sociales, ya que la experimentación bajo condiciones controladas e idénticas es imposible cuando se trata de la actividad económica que, al fin y al cabo, no es más que otra manifestación del comportamiento humano. Todas las supuestas leyes económicas dependen del famoso ceteris paribus (lo demás permanece incambiado).
Vimos que en su intento por afianzar credenciales de ciencia “dura”, la vertiente cuantitativa introdujo la distinción entre economía positiva como generadora de conclusiones que proceden lógicamente de observar el mundo objetivamente tal cual es y economía normativa cuyas aseveraciones contienen valoraciones subjetivas del observador.
El problema de la economía positiva es que el mundo es demasiado complejo para captar en su totalidad, debiéndose recurrir a simplificaciones contenidas en “modelos” de la realidad para simular su funcionamiento. El proceso de modelización requiere adoptar supuestos sencillos o axiomas acerca de cómo funciona el mundo, que no siempre corresponden a la realidad.
El modelo de equilibrio general describe un estado del mundo en reposo. Su contrapartida económica sería un estado estacionario que se reproduce en cada ciclo, sin dinamismo en el tiempo. Walras, en su afán de demostrar con el modelo de equilibrio general que el sistema de mercado librado a sus recursos podría generar una solución óptima con precios y cantidades de equilibrio en todos los mercados, tuvo que adoptar el supuesto poco realista de que todos los mercados operaban en régimen de perfecta competencia “sin contaminación de la voluntad humana”.
Conseguir resultados fuertes y lógicamente consistentes en base a supuestos alejados de la realidad es siempre una tentación en el análisis. Podrá ser útil como sofisma argumentativo en los debates, pero a la hora de decidir políticas y pronosticar variables es preferible considerar la incertidumbre del mundo real que las falsas verdades de mundos imaginarios. Existen modelos buenos para fines muy específicos como para calibrar la política monetaria. Pero la estructura básica de la sociedad debe basarse en normas de convivencia.
*El autor doctorado en Economía por la Universidad de Stanford, fue Director General CEMLA y Director Ejecutivo del Banco Mundial.
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