El 27 de enero, a una semana de asumir la presidencia de los Estados Unidos, Joseph Biden emitió una “Orden ejecutiva para hacer frente a la crisis climática en el país y en el extranjero”. En la sección 214 del documento, el presidente explicita el objetivo de su directiva: “La política de mi Administración es poner a una nueva generación de estadounidenses a trabajar en la conservación de nuestras tierras y aguas públicas.”
Del análisis del programa se desprende una fuerte impronta ambientalista que refleja los compromisos que Biden tuvo que asumir con varias organizaciones y ONG ambientalistas. Sin embargo, y más allá de su contenido, el programa es un reconocimiento del rol directo del Estado en la resolución del problema del desempleo. En efecto, la sección 215 del documento crea un Cuerpo Civil del Clima (Civilian Climate Corps o C.C.C.) con el objetivo de “movilizar a la próxima generación de trabajadores” y “maximizar la creación de oportunidades de formación accesibles y buenos empleos”.
Hasta en la elección del nombre del programa resulta evidente que la iniciativa del presidente Biden se encuentra inspirada en el modelo del Cuerpo Civil de Conservación (Civilian Conservation Corps, también C.C.C.), creado por Franklin D. Roosevelt en 1933 como parte del New Deal. El C.C.C. de Roosevelt brindó trabajo a unos tres millones de jóvenes, antes de que la Segunda Guerra Mundial se encargara de combatir el desempleo.
El C.C.C. dejó un legado de árboles, senderos, refugios, pasarelas, áreas de picnic y zonas de camping en parques locales, estatales y nacionales de todo el país. Tuvo también efectos muy positivos en la salud y el espíritu de progreso de los hombres que sirvieron, la mayoría de los cuales llegaban mal alimentados y sin empleo. Cuando regresaban a sus hogares, estaban bien nutridos y musculosos, pero más importante aún: acostumbrados al trabajo en equipo.
Menos del 10% de los jóvenes que se enrolaron en el programa del New Deal había terminado el liceo, y la mayoría aprendió a leer y escribir durante su pasaje por el C.C.C.. Muchos de ellos más tarde obtuvieron empleos estables en el Servicio de Parques Nacionales y otros programas de conservación federales, estatales y locales. El programa también generó un importante efecto derrame en las comunidades a lo largo y ancho de Estados Unidos, en donde los participantes del programa gastaban sus sueldos y socializaban con sus habitantes.
El C.C.C. marcó el primer intento del gobierno federal de Estados Unidos de aportar alguna solución específica a los problemas de la juventud en una sociedad que se iba haciendo cada vez más urbana y donde las ciudades no podían ofrecer con rapidez opciones de empleo que permitieran una vida digna a los jóvenes que se incorporaban al mercado de trabajo. El programa tuvo problemas de implementación, en gran parte fruto de la improvisación. Pero a pesar de ello cumplió un rol fundamental en un momento muy difícil para la sociedad y la economía norteamericanas, siendo el precursor de programas posteriores más sofisticados que se beneficiaron de esta experiencia pionera.
Muchos referentes de Estados Unidos vienen reclamando desde hace años la reinstalación de un programa similar. Entre ellos se encuentra el general Stanley McChrystal, uno de los creadores de la iniciativa Serve America Together (Servir juntos a Estados Unidos), organización que intenta romper las crecientes barreras políticas, sociales, económicas y religiosas que alimentan la división entre los ciudadanos norteamericanos, a través de programas de trabajo remunerado financiados por el sector privado.
Respecto a la iniciativa del gobierno de Biden, Jim Lardner reflexiona en el New Yorker que “un C.C.C. moderno podría ser un recordatorio de algo que muchos estadounidenses parecerían haber olvidado: la capacidad del gobierno para ser un instrumento del bien común”.
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