El modelo de hiperglobalización se encuentra en retroceso como resultado de varios factores, entre los que se encuentran las tensiones geopolíticas, el resurgimiento del nacionalismo, los flujos migratorios y los “descontentos de la globalización”. Una manifestación importante de este repliegue consiste en la reaparición del proteccionismo comercial entre las principales economías.
En el terreno de la economía académica, pocas conclusiones concitan una aprobación universal tan unánime como la observación de que el comercio es un juego de suma positiva que aporta aumentos de bienestar a ambos participantes. Desde David Ricardo en adelante, la recomendación a los países ha sido especializarse y exportar según su ventaja comparativa, logrando así niveles de consumo mayores a los obtenibles en aislamiento.
De hecho, fue la fórmula adoptada por la gran mayoría de países (lamentablemente no los latinoamericanos) en el contexto del sistema de Bretton Woods que reinó durante las décadas inmediatas a la posguerra, liberalizando bajo la tutela del GATT (Acuerdo General de Comercio y Aranceles) las barreras al comercio internacional impuestas por los grandes países al comienzo de la Gran Depresión de los años 30.
Si bien el comienzo de aquel desastre fue ocasionado por el crac de la bolsa neoyorquina en octubre de 1929, muchos atribuyen su profundidad a la infame Ley Smoot-Hawley de junio de 1930, aprobada por el Senado de los Estados Unidos, que impuso aranceles del 40-60% a la casi totalidad de importaciones de dicho país. Ello provocó la inmediata represalia arancelaria de sus socios comerciales, llevando a una caída del orden del 30% en el comercio internacional durante el quinquenio posterior.
La pax americana
Pero volviendo al pasado más reciente, la gran expansión comercial de la posguerra ofreció a todos los países un modelo de crecimiento basado en exportaciones que fue particularmente beneficioso para las economías recientemente descolonizadas. Con la desregulación financiera global que siguió a la caída del sistema Bretton Woods, empero, el libre flujo de capitales opacó en rentabilidad al pedestre comercio, sin que antes este pudiera en 1995 plasmar su institucionalidad en la flamante Organización Mundial para el Comercio (OMC).
El libre comercio es el dogma académico, pero en la práctica el proteccionismo siempre ha sido un factor presente en el comercio ya sea en menor o mayor medida. En sus formas diversas, como aranceles (impuestos a la importación), cuotas (límites cuantitativos), estándares de calidad o mediante políticas cambiarias, busca con distintos grados de transparencia ofrecer protección a la industria nacional. Ricardo estaba al tanto de esto cuando desde el Parlamento británico reclamaba por la abolición del arancel al trigo que protegía los intereses de la aristocracia terrateniente.
Es que la academia acierta al demostrar que la especialización en ventaja comparativa (que nunca es total) permite lograr un mayor beneficio para el país en su totalidad, pero omite señalar que ese beneficio debe distribuirse de forma que nadie quede en desventaja con relación a su situación previa. Es el tema de “los descontentos de la globalización”, o sea aquellos quienes pierden su empleo en los sectores “no competitivos” de la economía y no encuentran otra fuente de ingresos, por más que el Estado provea programas de capacitación y de reinserción laboral. El tema redistributivo es crucial.
Sin cambios en las cúpulas
El resurgimiento de la protección que estamos presenciando en el mundo (y la parálisis de los mecanismos como la OMC diseñados para desalentarla) son una consecuencia lógica de la hiperglobalización. El sistema de resolución de disputas de la OMC está bloqueado desde hace cinco años por la negativa de los Estados Unidos a nombrar representantes que integren un quorum en el tribunal de apelaciones, citando problemas de soberanía y de activismo judicial. No parece factible una pronta solución bajo el nuevo gobierno de Trump.
Tampoco debe perderse de vista que la reaparición de aranceles altos ocurrió ya en 2018, durante el primer mandato de Trump, provocando una rápida represalia (aunque más moderada) por parte del gobierno chino. Fue el comienzo de las “guerras arancelarias” que hoy aparentan encaminarse hacia una segunda campaña, en la cual aparece también la Unión Europea con el tema de los vehículos eléctricos fabricados en China.
En su reciente campaña electoral, Trump anunció su intención de aplicar un arancel del 60% a la totalidad del comercio chino con los Estados Unidos, lo cual –de concretarse– seguramente provocará una reacción equiparable. A ello debe agregarse ya una serie de prohibiciones de exportación de elementos estratégicos a China, como ser chips con utilización en armas de guerra.
A pesar de todo, la OMC proyecta que el valor del comercio mundial en mercaderías crecerá 2,7% en el 2024, aun cuando todo el dinamismo se concentra en Asia (7,4%), mientras que Europa enfrenta una caída del 1,4%. Para América del Sur se proyecta un crecimiento del 5,6%, recuperándose de una caída del 4,5% en 2023.
La política mata academia
En fin, el hecho es que Trump ha triunfado dos veces en base a un electorado que se caracteriza por su insatisfacción económica, por más que hubiese temas adicionales (democracia, migración, género, política exterior) que influyeron en su decisión. La primera conclusión es que la situación de los “descontentos” debe ser bastante peor de lo que las cifras sugieren. Quien tuvo un puesto en una fábrica de acero (desventaja comparativa) no se conforma con flipar hamburguesas en un fast-food.
No seria de extrañar que, en la medida que más países enfrenten situaciones y resultados electorales similares, veamos en el futuro una aceptación mayor de niveles de protección arancelaria que busquen preservar puestos de trabajo. Ya es otro cantar.
TE PUEDE INTERESAR: