El desafío del cambio climático y los objetivos asumidos a nivel global con el Acuerdo de París han potenciado el desarrollo de diversos instrumentos buscando incentivos y soluciones que faciliten la reducción de emisiones y las soluciones de economía verde. Un mercado que ha sido fundamental es el financiero y de esta forma se ha generado un importante auge del mercado de los bonos verdes. A pesar del crecimiento de estos y su generalización, ya se han manifestado algunas dificultades, tanto desde el aspecto financiero estrictamente como en sus consecuencias a nivel de la economía.
Los bonos verdes se han visto como un instrumento financiero que contribuye al proceso de bajar los niveles de emisión de carbono de las economías, y que generan mayores niveles de resiliencia al cambio climático. Solamente si se avanza en este sentido el bono verde como instrumento financiero logra su propósito ya que son títulos de renta fija cuyo producto debe destinarse solamente a financiar inversiones y proyectos sostenibles desde el punto de vista medioambiental. Y si bien se los considera productos financieros catalogados como “verdes” por sus finalidades ambientales, se han venido generando algunas dificultades y cuestionamientos a los mismos de diverso tipo que podrían poner en cuestión el funcionamiento de la propia herramienta, así como sus verdaderos impactos en términos de los objetivos ambientales que se plantea como de resultados a nivel de las economías.
Los organismos y empresas que promueven estas herramientas destacan que su aporte clave es que a través del mercado financiero permiten financiar inversiones y activos que generan y son compatibles con una economía con bajas y en proceso de reducción de emisiones de carbono y además resiliente al cambio climático. Para que este tipo de inversiones se concreten tienen que darse al menos dos condiciones en forma simultánea. Por un lado, deben cumplir y se debe demostrar el cumplimiento de los compromisos ambientales. Por otro lado, deben ser proyectos que aporten desde el punto de vista de la rentabilidad y el desarrollo económico. En estos dos aspectos es donde ha habido algunas dificultades ya sea porque no se han generado los verdaderos efectos ambientales y porque no existen mecanismos rigurosos y certificados de contralor de cumplimiento mediambiental. De esta forma, en un mundo cada vez con mayores controles e información, la falta de cumplimiento puede generar desconfianza y cuestionamientos que desvirtúen la propia herramienta. Ya se ven muchos ejemplos en este sentido. Se trata de inversiones y por lo tanto requieren de resultados y rentabilidades en términos económicos y sociales. Sin estos resultados, no se van a generar los incentivos a la inversión y nadie va estar interesado en estos títulos. Pero a la vez, las mismas economías al emitirlos pueden generar dificultades por la falta de atractivo para los inversores si no existe una ganancia garantizada. En una primera etapa fue mucho el entusiasmo. Los inversores se multiplicaron y fue rápido el crecimiento de la demanda por este nuevo instrumento, pero en la actualidad ya pueden darse en algunas realidades algunos cuestionamientos lo que puede romper la confianza, activo de mayor valor de todos los mercados financieros todos.
A su vez, algunos estudios, por ejemplo, de la Asociación latinoamericana de Instituciones Financieras para el Desarrollo y el Institute for Climate Economics, alertan sobre la preocupación de que los bonos verdes no parecen en muchos casos los más adecuados para estimular directamente un crecimiento neto de las inversiones verdes con costos de capital más bajos. Pero a la vez también se plantean dificultades de otra naturaleza, por ejemplo, riesgos jurídicos y de reputación relacionados con su integridad medioambiental. Estos hechos llevan a conclusiones sobre la necesidad de estándares, rigurosidad de los análisis de inversión y sistemas de control tanto en nivel de lo público como de los propios mercados. Estas cuestiones ya son temas centrales para las grandes potencias, y de los organismos y gobiernos que fueron los primeros impulsores, cobrando relevancia en mercados emergentes donde están recién surgiendo y comenzando a desarrollarse estas alternativas.
Uruguay no es ajeno, ya que en octubre de 2022 su primera emisión de bonos verdes, es decir bonos soberanos asociados a indicadores ambientales. En el comunicado oficial se destacaba que los mismos se alineaban con la estrategia de financiamiento público con los compromisos nacionales de sostenibilidad y desarrollo económico bajo en carbono.
El mercado de bonos verdes ha crecido desde su surgimiento en 2008 en el Banco Mundial. Su creación fue a partir de una demanda de fines de 2007 de un grupo de fondos de pensiones suecos que querían invertir en proyectos sobre el clima. A pesar de este crecimiento, es un mercado que requiere de una revisión, mejora de procesos e instrumentos y requisitos para tener resultados.
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