Los gobiernos son dueños de los bancos centrales. Hasta la década del 70, estos eran vistos como brazos operativos de los tesoros nacionales. Luego, en la década del 80 se instaló una nueva ortodoxia que planteaba que el exceso de endeudamiento del Estado era la principal causa de la inflación. Así, en la década del 90 se comenzaron a asignar objetivos inflacionarios a los bancos centrales, dándoles el control de las tasas de interés como instrumento, mientras que los gobiernos debían equilibrar sus libros mediante la reducción del gasto. Esto hizo que el control macroeconómico pasara de los gobiernos a los bancos centrales. Si el gobierno y el sector privado gastaban en exceso, el banco central elevaba las tasas de interés para hacer que el “exceso de gasto” se encareciera para ambos actores. Hasta la recesión de 2008-09, muchos atribuían a este régimen el haber logrado mantener la inflación estable y baja, en contraste con los excesos inflacionarios de la anterior era keynesiana. Sin embargo, este análisis excluía factores mucho más importantes que mantenían los precios a la baja, como ser la creciente competencia de China en la producción manufacturera barata.
Este edificio se remonta a la desastrosa reformulación que Milton Friedman hizo en 1956 de la teoría cuantitativa del dinero. Desde entonces, la mayoría de los economistas bien formados han llegado a creer que las economías de mercado son naturalmente estables cuando hay pleno empleo, siempre y cuando las autoridades mantengan bajo del nivel de los precios, ya que es la incertidumbre sobre la inflación futura la que introduce un elemento de duda crucial en las decisiones de las empresas privadas. Por tal motivo, se debería dar a los bancos centrales el control de la emisión de dinero y los gobiernos se limitarían a equilibrar sus presupuestos, reduciendo así la política macroeconómica a la administración del nivel de precios. La formulación de Friedman de la teoría cuantitativa del dinero dependía de manera crucial del supuesto aparentemente inocuo y empíricamente no verificado de “una demanda estable de equilibrios monetarios”.
Pero Friedman ignoró lo que John Maynard Keynes llamaba la “demanda especulativa de dinero”, que el economista británico Ralph Hawtrey había identificado sucintamente en 1925. “Cuando el comercio está poco activo, los comerciantes acumulan balances de caja porque las perspectivas de utilidades de cualquier emprendimiento son poco sustanciosas y la tasa de [retorno] de cualquier inversión es baja”, señalaba Hawtrey. En consecuencia, es muy limitada la capacidad de un banco central de controlar el nivel de los precios y el nivel de la actividad económica mediante operaciones puramente monetarias. La conclusión es que para que el dinero afecte la economía de una manera predecible, se debe gastar de una manera predecible. Y eso puede ocurrir únicamente si quien gasta es el gobierno. Por ello, la efectividad de la política monetaria depende de que el banco central sea el agente del Tesoro.
Robert Skidelski, profesor emérito de política económica en Warwick University. Autor de una biografía sobre John Maynard Keynes. Columna en Project Syndicate
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