El desafío del Uruguay consiste en aplicar la economía del conocimiento a nuestra base de recursos naturales y humanos para crear y agregar valor a nuestra producción y colocarla en todo el mundo. Al estado le cabe un papel crítico en este proceso consensuando lineamientos estratégicos.
Entre dos mundos
En los últimos tiempos ha habido un aumento de las voces que claman por una toma nacional de conciencia frente a la creciente brecha que nos separa de los países avanzados (grupo que alguna vez supimos integrar) en materia de estándares de vida.
Se atribuye este distanciamiento a un atraso en la adopción de mejores prácticas en materia educativa, científica y empresarial resumidas bajo el apelativo de “la economía del conocimiento” que surge de los grandes avances contemporáneos en las tecnologías de informática y comunicaciones (TIC).
De no esforzarnos por ponernos al día con la economía global e integrar mayor valor agregado, inventiva y marketing focalizado a nuestra producción, quedaremos relegados al papel de meros proveedores de productos primarios.
Lo cual en si no es necesariamente una condena a la pobreza (pensemos en el golfo persa), pero en nuestro caso dificulta la meta de lograr el pleno empleo de la fuerza laboral debido a la baja intensidad de uso del factor trabajo en la producción agropecuaria cada vez más intensiva en capital.
De la diagnosis a la praxis
El diagnóstico es sin duda acertado, pero subsiste la eterna pregunta si se hará algo al respecto. No se trata de cambiar la estrategia económica del país, sino más bien de adoptar una. El modelo económico tradicional -si así se puede llamar– es una matriz de actividades de ventaja comparativa que nació con el país y evolucionó según las circunstancias internas y externas
Sus raíces son más históricas que teóricas, y más prácticas que ideológicas. Las circunstancias han dictado pasajes de mayor o menor intervención oficial en los mercados internos, pero detrás de la superestructura de las políticas la dura realidad es que el modelo actual hace tiempo ya no cumple con su cometido primordial de proveer empleo de calidad a todo quien esté capacitado para ejercerlo. Esto no es novedad; por algo la inagotable clase media uruguaya ha estado emigrando desde los años 50.
Como todos sabemos, la matriz productiva es básicamente agropecuaria con algún procesamiento ligero. Luego industrias de manufactura liviana – generalmente en base a insumos agropecuarios – que logran sobrevivir en la escala de producción nacional, y la mayor parte del empleo en un sector de servicios donde el estado – imbuido desde hace más de un siglo de un alto contenido social solidario – junto al turismo estival desempeñan un papel preponderante.
El milagro uruguayo
El verdadero milagro uruguayo es que el actual sistema, construido sobre bases tan efímeras como los precios mundiales de los productos primarios, haya podido durar tanto. La permanencia de nuestro pionero estado de bienestar -aun hoy reconocido como único en la región– es testimonio a la fuerza de nuestras instituciones y vocación de diálogo.
Porque al estar condenado a sufrir altibajos de ingresos en función de la economía global, alternando entre fases de generosidad escandinava y privación espartana, los intentos de estabilizar el nivel de beneficios sociales no solo crean elementos de conflictividad política, sino que en lo financiero contribuyen a acumular la presión de deuda pública con relación a la capacidad productiva del país.
Es la propia conformación de su plataforma productiva lo que hace que el “modelo” lleve dentro las semillas de su propia inestabilidad y estancamiento. No genera crecimiento endógeno, solo aprovecha aquel que proviene esporádicamente de la demanda internacional. El éxodo del empleo desde los sectores primario y secundario hacia el terciario se nota claramente en el recuadro adjunto.
Distribución del Empleo por Sector (%)
La naturaleza del desafío
El censo de 1908 contabilizó ligeramente más de un millón de habitantes en el Uruguay; el censo de 2011 algo más del triple de esa cifra. Hoy la población económicamente activa ronda 1,8 millones de personas frente a medio millón a comienzos del siglo pasado. El desafío de proveer empleo permanente y formal a todas ellas ha superado la capacidad de respuesta de la plataforma productiva vigente
No hay duda de que en los últimos tiempos y a pesar del reciente ciclo de bonanza, Uruguay ha cedido terreno socioeconómico. Una proporción creciente de la población ha perdido acceso a servicios básicos que antes llegaban a la gran mayoría de los orientales, como ser una educación de calidad, seguridad en el hogar y en la vía pública, saneamiento y un medio ambiente saludable, entre otros.
Ante esta realidad, existen dos opciones: o rebajamos las expectativas de nuestra sociedad en cuanto al contenido de la red de seguridad de servicios básicos ofrecida por el estado, o buscamos una estrategia económica nacional que nos permita solventarla. Creo que -como uruguayos– la opción es clara.
De bomberos a arquitectos del futuro
La opción es clara, pero no será fácil. Hay que enfrentar unas duras verdades, y de allí en adelante construir. Lo primero en reconocer es que el campo seguirá siendo la principal riqueza y plataforma productiva del país. No se trata de abandonar la plataforma agropecuaria, sino profundizarla agregando nuevos productos, valor y procesamiento para amortiguar la volatilidad de los precios de exportación.
Requerirá una revolución educativa, empresarial, sindical, cultural y -más que todo– un cambio fundamental en el quehacer político del país. Hará falta un gran acuerdo de salvación nacional para consensuar e impulsar los cambios necesarios, no pensando en el horizonte electoral sino en el país que nuestros hijos entregarán a nuestros nietos.
Los sucesivos gobiernos desde mediados de los años 50 hasta el presente por lo general han debido atender situaciones de urgencia económica tipificadas por fuertes déficits fiscales y sus secuencias de alta inflación, crisis financieras, de balance de pagos y deuda externa, así como pronunciadas recesiones.
Si bien persisten estos problemas en mayor o menor grado hasta el día de hoy -complicados además por la pandemia– no creo arriesgado aventurar que pronto llegará el momento propicio para elevar la mira y plantearse una estrategia nacional de crecimiento.
El estado somos nosotros y es hora de que nuestros representantes asuman sus responsabilidades.
“Del Freno al Impulso”
Entre el clamor por un “aggiornamento” del país resalta la autorizada voz de Ricardo Pascale, verdadero exponente moderno del hombre del renacimiento con sus pasajes por las artes, la academia, las finanzas y la política. En su reciente entrega “Del Freno al Impulso” ofrece una visión histórica de la economía uruguaya, junto al análisis de la nueva “economía del conocimiento” y una serie de propuestas encaminadas a reinsertar al Uruguay en el primer mundo. Ver entrevista en esta edición de La Mañana.
(*) Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Ex Director Ejecutivo del Banco Mundial.
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