El mundo se enfrenta a muchos desafíos, entre los efectos de la inflación y las altas tasas de interés, los efectos persistentes de la pandemia del COVID y conflictos geopolíticos como la guerra en Ucrania. En medio de todo esto, 2023 marca el final del primer tiempo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), esa lista enorme de 169 ambiciones que todos los líderes mundiales han prometido a todo el mundo. Los gobiernos de todo el mundo han prometido acabar con el hambre, la pobreza y las enfermedades, y detener el cambio climático, la corrupción y la guerra, al tiempo que garantizan una educación de calidad y cualquier otra cosa beneficiosa con la que podamos soñar, incluidas las manzanas orgánicas y las huertas comunitarias para todos. No es de extrañar que el mundo esté fracasando en casi todas sus promesas. Estamos en el intervalo del primer tiempo, pero no estamos ni cerca de la mitad del camino. Debemos hacerlo mejor.
En primer lugar, necesitamos una mejor discusión sobre las prioridades. El Consenso de Copenhague colabora con gobiernos de todo el mundo, desde Uganda hasta Tonga y Uzbekistán, para ayudar a tomar decisiones sobre el gasto nacional investigando qué políticas aportan los mayores beneficios por cada dólar gastado. En segundo lugar, debemos rescatar los objetivos globales y acabar con las vacilaciones. Como los recursos escasean en todas partes, necesitamos priorizar los mejores objetivos. Desgraciadamente, muchos líderes mundiales creen todavía que el camino a seguir es acudir a las Naciones Unidas (ONU) a finales de este año y pronunciar encumbrados discursos sobre lo importante que es cumplir cada una de las 169 promesas, y luego sugerir que sólo apuntando a las estrellas llegaremos a algún lugar. Pero las ilusiones no cambiarán el hecho de que es imposible que cumplamos todas estas promesas a tiempo. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, pide ahora de forma poco verosímil un paquete de estímulo anual de US$ 500 000 millones para los ODS. Eso es varias veces lo que los países ricos ya gastan en ayuda exterior. Simplemente no va a suceder.
Pensemos a modo de ejemplo en la promesa de los ODS de reducir el hambre. Necesitamos una segunda Revolución Verde. En la década de 1960, los avances científicos lograron desarrollar semillas más eficientes que permitieron a los agricultores producir más alimentos a menor costo. Hoy día la mitad más pobre del mundo necesita desesperadamente inversiones en investigación y desarrollo agrícola. Este gasto reduciría la desnutrición, ayudaría a los agricultores a ser más productivos y abarataría los costes de los alimentos. Gastar US$ 5500 millones anuales podría reportar un retorno increíble de beneficios a largo plazo por valor de US$ 184 000 millones. Los economistas que trabajan con el Consenso de Copenhague han identificado 12 potentes políticas que aportarían enormes beneficios a los ODS a un costo relativamente bajo. Pueden leer más sobre ellas en mi nuevo libro “Primero lo mejor”.
Dr. Bjorn Lomborg, presidente del Consenso de Copenhague y visiting fellow del Hoover Institution, Stanford University. Philippine Daily Inquirer.
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