Del lado positivo, las empresas registraron beneficios récord, la rentabilidad de los accionistas aumentó y los salarios subieron. Más mujeres y personas mayores ingresaron al mercado laboral, y la proporción de puestos de trabajo disponibles con respecto a los solicitantes llegó a tocar un máximo de cuatro décadas. La tasa de desempleo de Japón, del 2,6%, es una cifra con la que la mayoría de las economías avanzadas solo podrían soñar. Abe asumió como primer ministro a finales de 2012 prometiendo recuperar el impulso de la economía japonesa, con un enfoque de “tres flechas” que incluían: flexibilización monetaria, gasto flexible y reformas regulatorias. Se enfrentaba a una economía que aún no se había recuperado del todo de la crisis financiera mundial y del golpe del devastador terremoto y tsunami de 2011. El sector manufacturero se estaba ahogando por un yen muy fuerte, que cotizaba por encima de los 80 yenes por dólar. La deflación parecía arraigada. Abe encabezó una renovación total del Banco de Japón, que pasó a comprar bonos del Estado a una escala que empequeñecía a sus homólogos en el extranjero. El yen se desplomó, la industria se estabilizó y la deflación terminó. El producto interior bruto de Japón alcanzó un nivel récord. Las empresas se vieron obligadas a mejorar la gobernanza y la rentabilidad de los accionistas, al tiempo que aumentaban los salarios de los trabajadores.
Toru Fujioca, The Japan Times
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