La globalización llevó a los países a situaciones de tensión interna e internacional sin precedentes en las décadas recientes. En reacción se ha iniciado un camino de desglobalización que también tiene sus riesgos. No será fácil mantenernos equidistantes de las fuerzas en pugna, ya sea dentro o fuera de la región. Se dice que los países no tienen amistades sino intereses. Los valores compartidos pueden ser un buen guía, pero la amistad debe mostrarse en los hechos, no en las palabras.
¡Paren el mundo, me quiero bajar!
Es natural que un país tan económicamente dependiente del contexto internacional como el nuestro deba mantener permanentemente enfocados los acontecimientos regionales y las tendencias globales que puedan impactarnos. Muchas veces los choques externos originan directamente en los mercados, pero otras veces llegan indirectamente por la evolución de las relaciones internacionales entre los grandes protagonistas en el concierto mundial.
Convengamos de entrada que hace varias décadas que el mundo no vive una situación tan compleja como la actual, no solo por la gravedad de las amenazas a la paz y estabilidad sino también por la multiplicidad de protagonistas. En comparación, se podría casi hasta añorar la estabilidad del tradicional modelo bipolar de la posguerra. A ello debemos agregar la velocidad con la cual se están dando los cambios, que apenas alcanza el tiempo para procesarlos.
Hoy tenemos como escenario central al desafío chino a la hegemonía estadounidense, y como teloneros a una Europa con mayor presencia económica y presupuesto de defensa, una Rusia intentando recuperar por la fuerza las tierras y el prestigio perdidos, y los restantes BRICS buscando reflotarse como “no alineados” y asumir papeles (o papelones) de liderazgo regional. Un cóctel con tantos ingredientes que cualquier paso en falso podría resultar explosivo.
Si a ello agregamos el recalentamiento global con evidente deterioro del medio ambiente, la ralentización económica, la fragilidad del sistema financiero internacional, la incertidumbre en cuanto lo que pueda traer la inteligencia artificial en materia de cambios de conductas y libertades, y –como si fuera poco– la potencialidad de rebrotes pandémicos, uno no puede más que plegarse al grito de Mafalda (o al de Munch, si queremos dramatizar).
La desglobalización
Desde una óptica planetaria, podemos coincidir en que la globalización logró evidentes eficiencias de producción al reunir tecnologías avanzadas con insumos prontamente disponibles y mano de obra barata, a pesar de las distancias. Muchos países en desarrollo se beneficiaron con inversión, empleo y manufacturas a precio accesible.
Pero hay que ver la otra cara también. Grandes concentraciones de ingresos y riqueza a nivel global en minúsculos segmentos demográficos. Los gobiernos en segundo plano frente a la enorme acumulación del poder corporativo, viciando el modelo democrático representativo. Las soberanías nacionales erosionadas por nomenclaturas globales autoerigidas y financiadas por quienes creen que su éxito mercantil les da derecho a rediseñar el mundo.
Por cada acción hay una reacción de fuerza igual y opuesta
La tercera ley de Newton no tardó en cumplirse: el déficit democrático en Bruselas dio paso al Brexit. Los bolsones de desempleo industrial y el hartazgo con las élites produjeron el fenómeno Trump. La pérdida de identidad nacional frente a la deificación del consumo, apoyado en el asedio a los valores culturales y familiares que la civilización tardó milenios en construir, terminaron por alentar un reposicionamiento generalizado del espectro político que ha fortalecido el sentimiento conservador.
Hoy los partidos de arraigo liberal se han posicionado como paladines de la libre empresa, cortejando al capital apátrida y rindiendo pleitesía ante los guardianes del orden financiero internacional. Se pelean con las izquierdas caviar para ver quién es el mejor de la clase en esta materia.
Los movimientos tildados de conservadores, en cambio, lo que hoy buscan es conservar una identidad nacional frente a la masificación cultural globalizada que reduce el ser humano a una boca de consumo. Intentan preservar costumbres, valores y ocupaciones productivas que ofrezcan al individuo un sentido de pertenencia social ante un mundo alienante.
El gran perdedor de este cambio de paradigma que introdujo la globalización fueron las clases medias. Sin participar en el jolgorio del reparto a dos puntas, fueron llamadas hasta el hartazgo a financiar con nuevos impuestos los beneficios extendidos a los demás sectores, incluso a los inversores internacionales beneficiados por franquicias impositivas.
La presencia china
China ha sido el país más favorecido por la globalización y su extraordinario crecimiento ha fortalecido el anhelo de ampliar su influencia regional, para lo cual requiere mantener acceso a fuentes de materias primas y energía en todo el mundo. Su principal objetivo geopolítico es reintegrar Taiwán –que considera una provincia “rebelde”– a la Republica Popular.
Quizás sea también uno de los países más perjudicados por la reversión de la tendencia globalizadora. Hoy enfrenta restricciones en sus exportaciones a ciertos mercados, a la vez que se le ha vedado la importación de materiales considerados estratégicos. Su acceso a tecnología “occidental” se ha reducido mientras que su destino de “offshoring” ha mermado debido a la fragilidad expuesta por las cadenas de insumos durante la pandemia. En el frente interno debe lidiar con problemas en los sectores inmobiliario y financiero, así como una caída sustancial en su tasa de crecimiento económico.
A pesar de ello, hoy día es el mayor acreedor e inversor soberano en el continente africano, al punto que hay varios países en situación delicada en cuanto a su servicio. China es el principal socio comercial en América Latina y el Caribe, mientras que Brasil es el principal receptor de inversión extranjera directa china en el mundo.
La creciente sino-dependencia del continente sudamericano abre la posibilidad de alianzas geopolíticas con sus grandes países, según el signo de los sucesivos gobiernos. Actualmente Brasil se está alineando a la esfera de influencia china, mientras que la actitud argentina dependerá del resultado electoral de octubre.
El cuadro siguiente pretende mostrar la importancia de los distintos socios comerciales externos a la región medida por su participación en las exportaciones de tres países del Mercosur.
Ranking y Destino de Exportaciones de países MERCOSUR, 2022
(US$ miles de millones)
China es el mayor socio comercial para Brasil y Uruguay, y el tercero en el ranking para Argentina. Sus importaciones representan el 24% de las exportaciones de los tres países.
La Unión Europea es el segundo mayor socio comercial para los tres países, donde sus compras representan el 14,6% del total exportado. Los EE.UU. ocupa los rankings 3, 4 y 5 para Brasil, Argentina y Uruguay, respectivamente. Sus importaciones representan el 10,3% de las exportaciones conjuntas de estos países.
Tanto Europa como los EE.UU. deben reconocer que parten de una situación de desventaja comercial, y que deberán rápidamente remediar esta situación si pretenden una “relación especial” con la subregión que neutralice la creciente presencia china.
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