El investigador argentino Fernando de Estrada, quien se ha especializado en el problema de la usura y ha trabajado en forma mancomunada con el doctor Miguel Ángel Espeche Gil entre otros expertos, brindó una entrevista a La Mañana para conversar sobre su trabajo en torno a la deuda externa argentina, su actividad académica y las consecuencias de la usura en la sociedad.
¿Qué lo motivó a interesarse por el problema de la deuda externa y cuáles fueron sus primeros vínculos con el tema?
No sé con exactitud cuándo comenzó mi interés por el tema de la deuda externa, pero sí puedo afirmar que mi frecuentación de las cuestiones históricas latinoamericanas me obligó, literalmente, a profundizar en él. En efecto, al contemplar el panorama de las primeras décadas de la independencia de los antaño dominios de España y Portugal en América, la muchedumbre de acontecimientos políticos y militares, tan protagónica en los manuales de enseñanza, queda de alguna manera oscurecida al descubrirse su relación –a la vez de causa y efecto– con el crecimiento simultáneo de las deudas públicas externas. Enumerando las sumas que da el historiador mexicano Carlos Pereyra para cada uno de los nuevos Estados hispanoamericanos, se alcanza la cifra total de casi veintiún millones de libras esterlinas. Resulta asimismo interesante otro testimonio altamente autorizado y por completo coincidente que aportó René de Chateaubriand, célebre literato, en su carácter de representante de Francia ante el Congreso de Verona, una de las conferencias internacionales celebradas tras la caída de Napoleón para reorganizar la situación europea.
¿A qué refieren esas coincidencias?
Las coincidencias refieren a que esas operaciones financieras resultaron catastróficas tanto para los deudores como para los acreedores. Estos y otros antecedentes históricos me resultaron de gran valor cuando ingresé en 1995 en el Congreso Nacional como asesor del diputado Alfredo Allende. El acceso a un amplio acervo de información sobre la actualidad de entonces me permitió comprobar que el problema permanente de la deuda externa había asumido también aristas específicas anunciadoras de calamidades inmediatas. Nos entregamos, pues, a la preparación de un proyecto de ley que evitara esos resultados. La iniciativa quedó en una declaración aprobada por toda la Cámara, pero desechada por el Poder Ejecutivo. No exagero al suponer que su puesta en práctica podría, muy presumiblemente, haber evitado la crisis general que afligió a Argentina en 2001.
¿Cuáles son las consecuencias de la usura?
La usura es la ganancia que percibe un prestamista de dinero al devolvérsele, junto con la suma prestada, otra adicional. El concepto se asimila en principio al de tasa de interés, pero en el decurso histórico fue cobrando un significado muy diverso. En el Antiguo Testamento aparece frecuentemente la exhortación a prestarse con generosidad entre los judíos, sin obtener beneficio alguno por ello; en cambio, la usura se admitía en la relación con los gentiles. Esto revela la típica desconfianza existente en aquellas épocas hacia el extranjero. Otra característica de los pueblos antiguos en esta materia es considerar al préstamo en sí mismo como una anormalidad de la vida económica. En efecto, se trataba de sociedades estáticas desde el punto de vista económico, donde el dinero o el canje representaban las posibilidades invariables de sus miembros para intercambiar bienes y servicios. En ese tipo de sociedades, la situación fija de sus ciudadanos no les hubiera permitido asumir deudas cuyo cumplimiento les exigiera cierto enriquecimiento previo. Lo que ganara alguien con tal negociación perjudicaba fatalmente a otro, pues en una economía cerrada y estática la riqueza es siempre la misma y lo que A gana de más lo pierde B. Por cierto, el endeudado se enfrentaba gradualmente con la pérdida de su patrimonio y a veces de su libertad.
Las cosas cambiaron con la llegada del capitalismo, en cuya esencia está la generación de riquezas nuevas, por lo cual se considera al dinero como a una mercadería sujeta a oscilaciones de precio como cualquier otra. Ese precio es la tasa de interés. En este contexto, los préstamos generalmente se contraen con vistas a invertirlos en bienes o actividades que contribuirán a la expansión económica del conjunto social y al mejoramiento de la situación del prestatario. ¿Por qué entonces se conserva la palabra usura con los mismos significados sombríos de antaño? Porque se trata de la deformación del concepto de interés en beneficio de una de las partes que devuelve al endeudado a la situación de paria que sufría en los tiempos antiguos cuando le era imposible saldar su deuda. Podemos decir por ello que la usura es un pecado contra la persona individual que es su víctima y contra la sociedad, que se queda sin el instrumento de progreso que es el crédito a interés bien entendido.
He visto que en Uruguay se ha iniciado un movimiento promovido por Cabildo Abierto para combatir los perversos efectos de la usura y que los diversos sectores políticos se le han adherido, aunque con distintos grados de entusiasmo. Es una manifestación de salud colectiva y realismo ante un mal que pocos países se atreven a enfrentar debidamente.
¿Cómo ha sido su participación en el grupo de trabajo de la deuda externa argentina que comparte con Miguel Ángel Espeche Gil y Héctor Giuliano, entre otros?
Ya he mencionado la gestión durante la cual acompañé al diputado Alfredo Allende en la preparación de un proyecto de ley sobre la deuda externa. En esa oportunidad trabajamos estrechamente con el embajador Miguel Ángel Espeche Gil, quien ya había formulado su conocida doctrina. El documento que produjimos historiaba la formación de la mayor parte de la deuda externa argentina y demostraba, entre otras irregularidades, que los acreedores habían alterado unilateralmente la tasa de interés original, llevándola en ciertos casos de seis a veintiún por ciento. Este fue el punto central en debate; los partidarios de pagar sin discusión invocaban el principio jurídico pacta sunt servanda (los pactos deben cumplirse), ante el cual opusimos el de rebus sic stantibus (los pactos deben cumplirse en la medida en que se conserven las condiciones vigentes al ser acordados).
Nuestra propuesta consistía en llevar la cuestión ante la Corte Internacional de La Haya, solicitándole una opinión consultiva acerca de los aspectos jurídicos internacionales de las deudas externas de los Estados afectados, en especial, respecto a las consecuencias que producen sobre dichas obligaciones el aumento imprevisto y unilateral de los intereses y los capitales. La Cámara de Diputados aprobó por unanimidad el proyecto, del cual se dio inmediato traslado al Poder Ejecutivo. Allí quedó atrapado en menudencias burocráticas que en definitiva lograron paralizar su ejecución.
Usted ha sido catedrático de la Universidad Católica de La Plata (Ucalp). ¿Qué nos puede contar sobre su actividad académica en este tema?
Durante mi gestión como director del Instituto de la Realidad Nacional en la Ucalp tuve la oportunidad de realizar investigaciones sobre el problema de la deuda externa y dar a conocer sus conclusiones a sectores muy amplios de la opinión pública. Recuerdo especialmente un acto realizado con este objetivo en el cual hablamos monseñor Héctor Aguer (arzobispo de La Plata y gran canciller de la Universidad), Miguel Ángel Espeche Gil, Eric Calcagno y yo ante una multitud de oyentes que desbordaron el amplio auditorio de la convocatoria. Encuentros similares llevamos a cabo en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y otros varios ámbitos públicos de la ciudad.
El instituto produjo también un libro titulado Deuda externa, con el sello editorial de la Ucalp, que contiene buena parte de los estudios realizados. Asimismo, la publicación del instituto, titulada Revista Argentina Virtual y Actual (que puede consultarse en línea), ofrece abundante material sobre este tema de la deuda externa.
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