Pocos meses atrás la atención del mundo económico se enfocaba en los esfuerzos por domar la incipiente inflación resultante de las políticas monetarias de relajamiento cuantitativo (léase creación de dinero en cantidades sin precedentes). De niveles casi imperceptibles a fines del 2020, en el 2021 la inflación había alcanzado el 7% en los EE.UU. y 5% en la zona euro y seguía creciendo.
Tal como lo había anunciado meses antes, en marzo de este año la Reserva Federal comenzó con sus ajustes al alza de la tasa de interés, estimándose que durante el transcurso del 2022 se produzcan al menos seis alzas adicionales (de ¼ de punto porcentual cada una) y llevándola al entorno del 2%. La FED proyecta que la inflación anual promediará 4,3% en 2022, bajando a 2,7% en 2023, según el índice de gastos personales de consumo.
Al mismo tiempo, la fuerte recuperación del nivel de actividad en los EE.UU. resultante de estas grandes inyecciones de liquidez seguía su curso. Durante el primer trimestre de 2022 se crearon 1,7 millones de nuevos empleos, reduciendo la tasa de desempleo a 3,6%. A este ritmo, para fines del primer semestre la economía habrá recuperado la totalidad de los 22 millones de puestos de trabajo perdidos durante la pandemia y su nivel histórico mínimo de 3,5% de desempleo.
¿El fantasma de la estanflación?
Sin embargo, tanto el alza de la tasa de interés como el impacto de la suba de los precios de energía – agravados por el conflicto europeo – arrojan una sombra de duda en cuanto a la continuación de estas tendencias. Algunos proyectan que la economía global (al menos las democracias liberales de mercado) entrará en una fase de “estanflación” (estancamiento con inflación) al igual que en los años 70.
Si bien lo más normal en los ciclos económicos es que sus fases de crecimiento coincidan con inflación y sus fases de contracción con estabilidad de precios, un shock fuerte puede dar paso a periodos de ajuste con inflación alta y poco crecimiento. Fue el caso de los shocks petroleros iniciados en 1973.
Hoy lo que tenemos es un mercado de energía en transición, impulsado por las metas de energías renovables. El comienzo de la retirada de los hidrocarburos coincidió con la baja de su demanda por impacto de la pandemia. Pero el cierre prematuro de minas de carbón en China desequilibró la oferta e inició una fase de aumento en los precios de energía que, junto a los problemas logísticos de los fletes marítimos, agudizó el proceso hasta hacer pico durante la actual guerra entre Rusia y Ucrania.
Una tentación irresistible
Como principal abastecedor de gas natural y petróleo de Europa, Rusia se encontraba en una posición geopolítica envidiable de la cual, naturalmente, abusó. Reforzada por la presencia del excanciller alemán Gerhard Schroder como presidente del directorio de GazProm, principal accionista del gasoducto Nord Stream 2, Putin calculó que la clientela no se opondría a sus diseños con relación a Ucrania.
El resto del cuento lo vamos conociendo en tiempo real. Sangrienta invasión, fuerte unidad de los miembros de la OTAN y durísimas sanciones a Rusia. Al mismo tiempo, una frenética búsqueda de nuevas fuentes de aprovisionamiento de petróleo y gas para Europa para romper con la rusodependencia y cortar su mayor canal de ingresos financieros.
Ante semejante descalabro del mercado, los países productores de petróleo del golfo pérsico no han mostrado mayor interés en aumentar su producción de crudo, seguramente satisfechos con seguir produciendo sus cuotas actuales y vendiéndolas al doble del precio.
China queda en posición de principal cliente energético de Rusia y se afianza la relación de afinidad entre ambos regímenes. No obstante, y a pesar de sus expresiones de apoyo, es notorio que – junto a India, Irán, Iraq, Pakistán y Sudáfrica – se abstuvo de oponerse a la reciente moción de condena a Rusia que aprobó por amplia mayoría la Asamblea General de la ONU.
Lo que queda de la globalización
Si la pandemia con sus dislocaciones fue un toque de atención a la tendencia globalizante en lo económico, las sanciones a Rusia tendrán igual o mayor efecto sobre la globalización financiera. No se trata de una fragmentación del sistema, pero sí de su división en dos partes que tardarán en reconciliarse.
Los países cuya moneda no es utilizable para transacciones internacionales deben acumular reservas en monedas que sí los son. Esas reservas deben ser de libre y pronta disponibilidad si es que van a cumplir ese rol con alguna solvencia. La mayoría de los países colocan sus reservas en instituciones financieras internacionales públicas y privadas, tanto para generar un rendimiento como para disponer de su uso inmediato.
La congelación de activos rusos, su inhabilitación para el uso de los sistemas de pagos transfronterizos tradicionales y demás medidas conforman una “weaponization” (transformación en arma) del actual sistema financiero internacional. El mensaje es claro: el que no juega según las reglas establecidas, no puede esperar que dichas reglas lo protejan.
Si no hay lugar seguro para reservas en el sistema – como lo ha demostrado la realidad – pues habrá que buscar un sistema paralelo que ofrezca la seguridad necesaria. Sin duda esta demanda dará ímpetu a los proyectos de “blockchain” y criptomonedas, a la vez que alentará los esfuerzos chinos en ofrecer una moneda con aceptación internacional que pueda competir con el dólar y el euro. Los estrictos controles para el flujo transfronterizo de capitales en China aun conspiran en contra de dicho objetivo.
En resumen, pareciera que el mundo involuciona nuevamente hacia dos bloques, uno de las democracias liberales de mercado y otro de las autocracias socialistas del mercado. Pero en este nuevo mundo bipolarizado, el socio mayor del bloque autocrático estará en el lejano Oriente.
TE PUEDE INTERESAR