El problema hoy es que estamos recuperándonos de un shock de oferta agregada negativo. Así, las cosas, las políticas monetarias y fiscales excesivamente laxas podrían, en verdad, derivar en inflación o, peor aún, estanflación (inflación elevada sumada a una recesión). Después de todo, la estanflación de los años 70 se produjo después de dos shocks de oferta de petróleo negativos luego de la Guerra de Yom Kippur de 1973 y de la Revolución Iraní de 1979. En este contexto, necesitaremos preocuparnos por una serie de potenciales shocks de oferta negativos, como amenazas al crecimiento potencial y al alza de los costos de producción. Estos incluyen trabas comerciales como la desglobalización y el creciente proteccionismo; cuellos de botella en la oferta postpandemia; el agravamiento de la guerra fría sino-norteamericana y la consiguiente balcanización de las cadenas de suministro globales y el traslado de la inversión extranjera directa de una China de bajo costo a zonas de costos más elevados. Igual de preocupante es la estructura demográfica tanto en las economías avanzadas como emergentes. Justo cuando las personas mayores están impulsando el consumo al gastar sus ahorros, nuevas restricciones a la migración ejercerán mayor presión alcista sobre los costos laborales. En el corto plazo, la inactividad en los mercados de productos, mano de obra y materias primas, y en algunos mercados inmobiliarios, impedirá un alza inflacionaria sostenida. Pero en los próximos años, políticas monetarias y fiscales laxas comenzarán a generar una presión inflacionaria –y llegado el caso, estanflacionaria– persistente, debido al surgimiento de shocks de oferta negativos persistentes.
Nouriel Roubini, en Project Syndicate
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