Como me señaló recientemente Michael Spence, economista ganador del Premio Nobel y experto en dinámicas de crecimiento y desarrollo, la probabilidad de que se produzcan crisis simultáneas de crecimiento, energéticas, alimentarias y de deuda es inquietantemente alta para muchos países en desarrollo. Si ese escenario pesadillesco se hace realidad, los efectos se sentirán mucho más allá de los países en desarrollo, y trascenderán la economía y las finanzas. Por lo tanto, a las economías avanzadas les convendría ayudar a los países más pobres a reducir el creciente riesgo de pequeños fuegos económicos en todas partes. Afortunadamente, existe un nutrido registro histórico, especialmente de los años 70 y 80, al que recurrir en este sentido.
Para empezar, se necesita una iniciativa multilateral de reestructuración y alivio de la deuda que proporcione un espacio esencial para que los países excesivamente endeudados y los acreedores logren resultados ordenados caso por caso. También es crucial un enfoque coordinado multilateralmente para reducir el riesgo –a veces paralizante– de los “free riders“, y para garantizar un reparto justo de la carga entre acreedores oficiales y prestamistas privados. Para reducir el riesgo de revueltas alimentarias y hambrunas, es fundamental reforzar las reservas de emergencia de productos básicos y los mecanismos de financiación. Estas medidas también pueden ser útiles para contrarrestar la comprensible pero miope inclinación de algunos países a prohibir las exportaciones agrícolas y/o a realizar un autoseguro ineficaz mediante el almacenamiento excesivo de alimentos.
Mohammed El-Erian, Project Syndicate
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