Actualmente, los economistas están divididos en dos bandos sobre la cuestión de la inflación: el equipo “transitorio” sostiene que no debemos preocuparnos por la inflación, ya que pronto desaparecerá. El equipo “estanflación” aboga por la restricción fiscal y el aumento de las tasas de interés. Pero hay una tercera opción: el gobierno podría apuntar a los precios específicos que impulsan la inflación en lugar de recurrir a la austeridad, que corre el riesgo de provocar una recesión. El Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca sugiere que la mejor analogía histórica para comprender la actual situación inflacionaria se encuentra en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Entonces, como ahora, existía una demanda reprimida consecuencia del elevado ahorro acumulado por los hogares. Durante la guerra esto fue el resultado del aumento de los ingresos y el racionamiento; durante covid-19 de los planes de estímulo monetario y las cuarentenas. En ambos casos, las cadenas de suministro se vieron interrumpidas.
La administración de Franklin D. Roosevelt impuso un estricto control de los precios e instituyó la Oficina de Administración de Precios. En comparación con la Primera Guerra Mundial, las alzas de precios fueron limitadas, mientras que el aumento de la producción fue casi inimaginable. Pero, terminada la guerra, la cuestión era qué hacer con los controles de precios. ¿Debían eliminarse de un plumazo, como pedían los demócratas del sur, los republicanos y las grandes empresas? ¿O los controles de precios tenían un papel que desempeñar en la transición a la economía de posguerra? Algunos de los economistas estadounidenses más distinguidos del siglo XX pidieron que se mantuviera el control de los precios en el New York Times. Entre ellos figuraban personas como Paul Samuelson, Irving Fisher, Frank Knight, Simon Kuznets, Paul Sweezy y Wesley Mitchell, así como once expresidentes de la American Economic Association. Las razones que expusieron a favor de los controles de precios también se aplican a nuestra situación actual. Argumentaban que mientras los cuellos de botella hicieran imposible que la oferta cubriera la demanda, había que seguir controlando los precios de los bienes más importantes para evitar que se dispararan.
Isabella Weber, en The Guardian
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