Creció en un hogar donde la conciencia social estaba muy presente y eso la llevó a querer dedicarse a la economía de la salud y la educación, de modo tal de poder aportar para mejorar las oportunidades de las poblaciones más vulnerables. En su larga carrera como investigadora y docente, se encontró con una realidad muy compleja en materia de primera infancia en Uruguay y decidió poner el foco allí. Entrevistada por La Mañana, Ana Inés Balsa conversó acerca de los principales problemas de la niñez y sus posibles soluciones, y destacó la importancia de invertir en esa área.
¿Cuándo decidió que estudiaría economía?
Me atraía la matemática y también lo social, y me gustaba formalizar con modelos matemáticos el comportamiento social, entonces hice la carrera de economista en la Universidad de la República.
Luego continuó formándose en Estados Unidos. ¿Cómo fue esa experiencia?
Me fui a estudiar a la Universidad de Boston, donde hice un doctorado. En el medio me casé. Después me fui a vivir a Nueva York con mi marido por su trabajo. Yo seguía trabajando en investigación con un profesor que había sido mi tutor en Boston. Más tarde nos fuimos a Miami, donde trabajé en un centro de investigación que se dedicaba a economía de la salud. Mi tesis doctoral fue de esa área. Tuve la experiencia de estudio y también de trabajo, que fueron muy buenas. Aprendí cómo trabajan los equipos de investigación y cómo se producen artículos.
¿Qué la motivó a especializarse en economía de la salud y la educación?
Eso siempre me atrajo. Mi madre veía asentamientos, ayudaba. En mi casa había mucha percepción de que vivíamos en una sociedad y había gente que tenía más necesidades, y yo tenía esa inquietud de poder aportar algo en lo que hacía, y la salud y la educación son dos áreas críticas en ese sentido. Me interesaban las políticas públicas y ver cómo se podían mejorar las oportunidades de esas poblaciones.
¿Qué la llevó a volver a Uruguay y cómo fue pasar de esa experiencia en las universidades a la realidad uruguaya?
Cuando estaba en la Universidad de Miami, ya tenía dos hijas. Me había ido con una Beca Fulbright, que te obligaba a volver. Cuando se terminó mi práctica posdoctoral de la beca, tenía que volver a Uruguay. Nos volvimos y nos fuimos quedando. También nos pasaba que queríamos que nuestros hijos sintieran pertenencia a algún lugar y acá los dos tenemos familias grandes. Estamos felices de habernos quedado.
¿Cómo es su día a día hoy?
Soy docente de varias materias en la Universidad de Montevideo (UM) relacionadas a educación, salud, capital humano y microeconomía. Me siento muy afortunada de poder enseñar las cosas que me gustan. Además, con la pandemia revaloricé la relación con los estudiantes, ese intercambio cara a cara. Me siento muy agradecida. Y por el lado de la investigación también… los investigadores somos muy afortunados de poder elegir aquello en lo que queremos concentrarnos.
En su trabajo de investigación ha puesto énfasis en la primera infancia. ¿Cuáles fueron las preocupaciones que la impulsaron a dedicarse a ese tema?
Cuando yo volví a Uruguay, una de las primeras cosas que me crucé investigando fue una encuesta de Latinoamérica que mostraba la tasa de egreso de secundaria en comparación con el resto de los países, y cuando vi que Uruguay estaba en los niveles de Honduras, Guatemala, Nicaragua, y muy alejada de otros, me sorprendí mucho; era algo que nunca me había imaginado. Yo todavía tenía esa idea de que era el país con mejor capital humano de la región, esto de la “Suiza de América”, y entendí que había que ponerse a mirar la educación porque era realmente el gran problema nacional, y lo sigue siendo.
¿Por qué? ¿Cuáles serían las consecuencias de no atacar ese tema?
Porque esto, proyectado al futuro, implica una pobreza impresionante para el país. Ahí empezamos a trabajar con un equipo de la universidad en educación secundaria, tratando de entender programas que sí les estaban dando oportunidades a estudiantes con los mismos niveles de pobreza, como los liceos públicos de gestión privada (Jubilar, Providencia, Impulso). Hicimos varias evaluaciones de impacto de esos liceos, los comparamos con los liceos públicos “normales”, y tratamos de mostrar las diferencias en cuanto a gestión, sentido de pertenencia, actividades extracurriculares, seguimiento personalizado del estudiante.
Luego de producir varias investigaciones, concluimos que cuando se llegaba a ese nivel ya era tarde, es decir, que los estudiantes en primero de liceo ya estaban patinando un montón. Uno podía cambiar los programas de secundaria, mejorar la pedagogía, aumentar el tiempo, pero se estaba llegando al liceo con déficits importantes y decidimos arrancar desde las bases. Era la época en la que estaba James Heckman –quien recibió el Premio Nobel de Economía–, que produjo muchas investigaciones sobre la importancia de la primera infancia. Así, en 2016, con un equipo de la UM empezamos a trabajar en ese tema. Eso fue lo que nos motivó.
¿A qué tipo de déficits se refiere cuando habla de los niños que llegan al liceo?
Las pruebas PISA son nefastas en Uruguay. En primero de liceo ya hay una tasa de repetición altísima, que empieza a crecer. Hay pruebas estandarizadas que se han hecho a nivel regional que también muestran lo mismo en primaria: insuficiencia en los aprendizajes, inequidades entre los niños de mayor y menor nivel socioeconómico.
¿Cuáles son los problemas que hoy afectan en mayor medida a la primera infancia y qué se podría hacer al respecto desde el Estado?
Tenemos un país muy chiquito y por tanto es fácil intentar resolver los problemas de la niñez. Cuando uno mira la Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud a nivel de Uruguay y empieza a ver cómo se distribuyen las capacidades de los niños de cero a tres años en su desarrollo, se ven disparidades importantes: el peso al nacer es desigual según el nivel socioeconómico, los retrasos de crecimiento, los problemas de sobrepeso y obesidad, la inseguridad alimentaria, incluso la violencia.
Cuando se mira concretamente el desarrollo, hay grandes disparidades en las capacidades de resolver problemas, de comunicarse, las conductas agresivas o de retraimiento o somatización que tienen los niños. Todo eso tiene mucha mayor prevalencia en los niveles socioeconómicos más bajos, entonces, tenemos serias dificultades sobre las que hay que actuar y que con las intervenciones políticas adecuadas se podrían mejorar notoriamente.
Por lo que dice, entonces, hay un claro vínculo entre la infancia y la pobreza.
Sí, totalmente. Hay tanta fragilidad, inseguridad y necesidades, que todos esos problemas generan mucho estrés en las familias, en el niño, además de la falta de cobertura de las necesidades alimenticias, de vivienda, de abrigo. Todas esas cosas muchas veces derivan en agresividad, en violencia, y eso termina teniendo efectos en el cerebro del niño que después se canalizan en problemas de desarrollo y socioemocionales.
¿Podría ser una solución atacar directamente la pobreza como forma de resolver el problema de la primera infancia?
Sí, claro que sí. La pobreza es un problema importantísimo, aunque trasciende la primera infancia; pero se puede empezar por ahí, que es un área que se sabe que va a tener un impacto enorme sobre las oportunidades que van a tener estos niños y sobre el capital humano que vamos a tener como país.
De todas maneras, los problemas de agresividad, de entornos inseguros, están presentes en todos los sectores socioeconómicos. Obviamente, cuando hay pobreza suceden con mayor probabilidad, pero también se dan en otros ámbitos.
En la universidad hemos venido trabajando en programas de atención y acompañamiento de las familias, que están diseñados pensando en todos los padres y madres y no solamente en los que son pobres. Todos ellos se beneficiarían mejorando sus competencias en lo que tiene que ver con la sensibilidad hacia el niño, con una respuesta afectuosa, con darle seguridades, rutinas, estimularlo, y aprender a autocuidarse para poder cuidar bien.
Hace poco, usted explicó en el programa “En la mira” (VTV) que la inversión más eficiente que puede hacer el Estado es justamente en la etapa de la primera infancia y que si se hace de forma deficiente, dar vuelta la situación más adelante es mucho más costoso. ¿Tiene estudios al respecto que midan ese impacto diferencial?
Sí, de hecho, Heckman ha trabajado en esta línea, tratando de evaluar los efectos de los programas destinados a mejorar la inversión en primera infancia, por ejemplo, de acompañamiento a las familias a través de visitas domiciliarias, o de centros de educación inicial que generan cuidados para los niños y un ambiente protegido, seguro y afectuoso. Este investigador lo que hace es analizar algunos programas y seguir a los niños que participan en estos por 40 años, de forma tal de ver lo que pasó con ellos después de ese tiempo, y compararlos con otros niños que no fueron a estos centros.
¿Cuáles son las principales conclusiones de esos estudios?
Lo que se ve es que en el corto plazo estos centros educativos generan una mejora en el ambiente del niño, así como la posibilidad de que las madres salgan a buscar trabajo, desarrollen una carrera, lo que implica un mayor ingreso para el hogar. Cuando miran cómo ha sido la alimentación de esos niños, tienen menos inseguridad alimentaria y menos retraso de crecimiento, mejores trayectorias en la escuela y en la educación media. Inclusive, 40 años después, tienen mejores niveles educativos y de salud y mayores ingresos. Esto lo hace con muchos programas, y la tasa de retorno que tiene esa inversión supera la de muchas inversiones del mercado financiero.
¿Qué “beneficios” le genera eso al Estado?
Eso hace que la gente produzca más, tenga más ingresos, aporte más al Estado, no necesite asistencia en cuanto a transferencias, no se involucre en crimen y por lo tanto no implique gastos en cárceles, tenga mejor salud, por lo que no usa tanto esos servicios. Todo eso implica un retorno para la sociedad. La conclusión es que hay que invertir antes, porque cuanto antes se hace, el retorno de esta inversión es mayor. Si no se hace en los primeros años de vida, se generan déficits que después va a ser más difícil que se reviertan.
¿Cuáles son las deficiencias institucionales que dificultan la aplicación de planes de ese tipo? Se suele decir que en estos casos hay muncha burocracia y problemas de coordinación.
Uruguay tiene una trayectoria que a nivel de América Latina es interesante, por ejemplo, con el Plan CAIF, que atiende a niños en forma masiva desde que son muy chiquitos. Eso es una ventaja institucional, no es que todo sean problemas. Sin embargo, el Plan CAIF no llega a toda la población a la que sería deseable llegar.
En general, los niños de dos y tres años de las franjas más bajas de ingresos no acceden al CAIF, por diferentes motivos; por temas de cupos, pero también porque las familias no quieren mandarlos, no les parece importante hacerlo. Entonces, ahí hay un déficit importante a cubrir, sobre todo teniendo en cuenta que probablemente los hogares en los que están esos niños tengan más inseguridades, desprotección, agresiones, por lo cual deberían ser los primeros en estar en un centro de educación inicial.
Por otro lado, las mayores ofertas que hay son de cuatro horas, lo que dificulta la posibilidad de la madre de salir al mercado de trabajo. Hay que repensar las ofertas de tiempos de cuidados que el país les da a esas familias.
¿Cuál es la situación a nivel de programas de transferencias directas del Ministerio de Desarrollo Social (Mides)?
Se ha hecho un esfuerzo por empezar a aumentar la cobertura y el cuidado de estas franjas de población, pero seguimos teniendo ingresos que son muy bajos y hay muchas familias con inseguridad alimentaria. No puede pasar que estos niños estén pasando hambre, que no estén comiendo como deberían. Eso es lo primero que tenemos que mejorar.
Volviendo a la pregunta anterior, hay diferentes programas que tratan de brindar soluciones a estos problemas, pero a veces trabajan en forma descoordinada. Si bien se hacen esfuerzos, todavía son aislados y dejados a la voluntad de cada organismo, y no hay una política que identifique determinadas necesidades y las ataque en forma coordinada a través de todas estas instituciones.
¿Se podría decir que la primera infancia es la mejor inversión que puede hacer el Estado, incluso antes que otro tipo de cosas, como determinados subsidios o exoneraciones impositivas a grandes proyectos?
La relevancia de invertir en primera infancia es altísima. El problema es que a nivel de la opinión pública no somos conscientes de la importancia que tiene esta inversión para el país. Esto determina trayectorias de vida y de población, capaz que nos estamos jugando a ser un país pobre dentro de 30 años o un país en crecimiento, potenciando las fortalezas de su gente, con oportunidades, pero es difícil que la gente vote este tipo de cosas porque no se capta tanto como pasa con una ruta o un aumento salarial.
Si uno tuviera que decir cuál es el mejor lugar para poner los dineros públicos, sin duda que la literatura ha demostrado que la primera infancia tiene las tasas de retorno más altas de la inversión pública. Por supuesto, también hay que mirar la calidad del gasto, tener un control, medir cómo se está gestionando la inversión en los centros CAIF y cuál es la mejor asignación del dinero.
¿Qué piensa del plan que ha anunciado el presidente del INAU de abrir más de 100 CAIF nuevos, cuando la ocupación en muchos lugares es inferior al 30%? ¿Es necesaria tanta infraestructura considerando que la asistencia dista de ser total? ¿No habría que mejorar la asistencia antes que construir nuevos centros?
Por supuesto, va por los dos lados. La mitad de los niños de dos y tres años en el quintil más bajo de ingresos no están asistiendo. Deberíamos asegurarnos de que todos asistieran. ¿Por qué se da esto? Yo soy testigo de que en muchos lugares dicen: “Mi hijo no pudo entrar al CAIF porque no había cupos”. Hay listas de espera en muchos centros, pero en otros es cierto que la población no va, y tenemos que tratar de entender por qué. Quizás es porque les queda lejos, o cuando llueve hay problemas, o no tienen forma de llevar al niño. Habrá que poner algún medio de transporte, pensar en otras vías para llegar a esa población y estimular el uso por parte de esas familias. Si uno pudiera ofrecer más tiempo de cuidados, eso también ayudaría.
La importancia de los incentivos financieros
Consultada sobre si el Bono Crianza que otorga el Mides a la prmera infancia más vulnerable se podría haber vinculado con algún programa ya existente para, de esa forma, mejorar la asistencia, la especialista asintió.
En ese sentido, explicó que los incentivos financieros “funcionan” y, de hecho, las transferencias a nivel de América Latina y de los países en desarrollo tienen “mayor impacto” cuando se condicionan al uso de determinados servicios.
Igualmente, sostuvo que el país “no se puede dar el lujo” de que como una mamá está “desganada” o “deprimida” o no quiere mandar a su hijo al centro educativo, no tenga un “colchón” que asegure la cobertura de sus necesidades básicas. “Sí puede haber algún tipo de premio por la asistencia del niño”, agregó.
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