En el 2018 era una novedad hablar de la guerra comercial entre EE.UU. y China, pero era la punta más visible de una nueva realidad que rompía con la tendencia a la integración de más de seis décadas.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la economía mundial ha estado cada vez más integrada. Este proceso, sustentado por el transporte, los avances tecnológicos y la liberalización de la política comercial, dio lugar a un aumento de la productividad y del nivel de vida, impulsando el crecimiento económico y contribuyendo a reducir la pobreza. Pero la integración comercial se estancó después de la crisis mundial, hay más incertidumbre en torno a la política comercial y han aumentado las restricciones de la política comercial. Por ejemplo, se puede citar las recientes tensiones comerciales entre EE.UU., China y otras grandes economías, las restricciones comerciales asociadas a la crisis de Covid-19 y las sanciones económicas impuestas en respuesta a la invasión rusa de Ucrania
Pero cabe preguntarnos qué consecuencias tiene este aumento de las tendencias de fragmentación comercial o realidad geoeconómica. Hoy el mundo tiene menos conflicto, el comercio es más caro, existencias diferentes juegos de alianzas, hay más aranceles y barreras, y vivimos en problemas macroeconomicos que trascienden las fronteras. Los intentos o anuncios de organismos multilaterales no tienen ningún resultado y ya carecen de compromisos. Los anuncios integracionistas parecen responder más a intereses particulares y asociaciones para salvar necesidades de aprovisionamiento, energías e inversiones.
La guerra comercial y con ella la fragmentación puso restricciones al comercio y a la integración poniendo en cuestión lo que fue el orden económico mundial que condujo los vínculos comerciales y económicos por más de medio siglo. Es así que en los últimos años hemos sido testigo de la crisis total de la OMC.
Hoy existen estudios dedicados a dimensionar estos niveles de fragmentación, así como sus consecuencias en el crecimiento y bienestar. Un estudio reciente de Rodolfo Campos, Julia Estefania Flores, Davide Furceri y Jacobo Timini se estiman los efectos de la fragmentación llegando a que los flujos comerciales pueden tener impactos enormes entre 22% y 57% en casos más extremos, pero no es uniforme a nivel de cada país y de cada realidad. Al respecto consideran una simplificación y agrupan tres tipos de países, los del bloque occidental, los del bloque este y los neutrales afectando los movimientos de forma diferencial según el grado a que bloque se pertenezca, el grado de apertura y diversificación comercial ya sea de gama de productos o de origen/destino. Una importante conclusión del estudio es que los países que inicialmente eran más abiertos se ven más afectados por una fragmentación entre bloques, al igual que los países con fuertes relaciones comerciales con países pertenecientes al bloque opuesto.
También juega la localización y el espacio geográfico los países que se encuentran en una región que se alinea principalmente con el bloque opuesto experimentan un fuerte aumento en la distancia promedio de su comercio.
Hay que tener en cuenta que pesan otros costos entre los que podemos identificar los directamente vinculados al comercio vía tasas, aranceles, precios o la necesidad de otros socios; pero también los efectos sobre las inversiones y la innovación que generan condicionamientos fuertes a futuro.
En cualquiera de los casos existen ganadores y perdedores de esta nueva realidad, pero está claro que requiere una mirada crítica y con una fuerte impronta de lo que es un compromiso más allá de intereses individuales y de futuro. Uruguay como país chiquito y abierto al mundo no puede ser ajeno a esta realidad. Y está claro que es fundamental una mirada atenta y con una rigurosa institucionalidad y perspectiva de inteligencia comercial.
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