Es contador y tiene un doctorado en Dirección y Administración de Empresas. Durante más de 20 años fue decano del Instituto de Estudios Empresariales de Montevideo (IEEM), la escuela de negocios de la Universidad de Montevideo (UM), donde todavía ejerce como docente. Entrevistado por La Mañana, conversó sobre la aceleración tecnológica que trajo consigo la pandemia y explicó los desafíos que esto representa para el futuro del trabajo. A su vez, se refirió al papel de las universidades en este proceso de cambios.
¿Cuáles fueron los desafíos y las oportunidades que trajo la pandemia para la educación universitaria?
El desafío mayor fue pasar a trabajar en un contexto de incertidumbre donde no se sabía cuánto tiempo iba a durar la imposibilidad de dar clases presenciales. Luego, el reto fue que los procesos de aprendizajes vía virtual fueran tan útiles para los alumnos como la enseñanza presencial.
La oportunidad fue aprender a trabajar de otra forma y desarrollar habilidades que seguramente van a ser útiles en el futuro, más allá de que se vuelva a la presencialidad como modo de enseñanza básica. Lo que es un error es pensar que lo que se hizo online por necesidad debe convertirse en la norma por el simple hecho de que para la institución educativa o los profesores es más sencillo. Lo online es útil para algunas cosas concretas, pero es muy poco conveniente para otras. Se trata de poner el foco en lo mejor para el alumno, y luego decidir el método.
¿Para qué puede resultar poco conveniente?
Es poco conveniente cuando se necesita una actividad de aprendizaje con alumnos donde la clave es la interacción entre ellos. La modalidad online está muy bien para la transmisión de conocimiento y puede ser muy buena para un chico que está en el interior y no puede venir a Montevideo o para alguien que quiere tomar un curso puntual, pero el alumno universitario precisa desarrollar una serie de capacidades en las cuales tiene que interactuar personalmente, reunirse, hablar, discutir.
Antes la educación era una actividad esencialmente doméstica. Hoy los jóvenes hacen cursos afuera, las universidades tienen convenios de intercambio y los profesores viajan por el mundo dando clases. ¿Qué tendencias visualiza a futuro? ¿Qué oportunidades ve para Uruguay?
La educación universitaria se enriquece y necesita de la apertura al mundo y de los intercambios. La oportunidad para Uruguay es la misma que para los demás: trabajar para ofrecer propuestas académicas y de extensión que sean atractivas para quienes viven en otros lugares. El intercambio universitario, si es una buena experiencia para el alumno, termina con externalidades positivas para el país en muchas otras dimensiones.
Sin duda que la posición geográfica de Uruguay no es la mejor. Esto vuelve cara nuestra opción. Habrá que trabajar mucho. Mi universidad, la UM, ya lo está haciendo para hacer acuerdos con universidades extranjeras que motiven a sus alumnos a venir hasta aquí.
En cuanto a salir al exterior, hay que hacerlo cada vez más, ya sea a estudiar una carrera o a hacer estadías cortas. El futuro de Uruguay está afuera, y nuestros estudiantes tienen que ver y vivir eso para luego llevarlo a su trabajo. Las relaciones personales que se crean entre personas jóvenes muchas veces terminan, décadas después, en desarrollos de proyectos, emprendimientos o simples entendimientos en los que muchos ganan. Nada se pierde por salir, mucho se desperdicia por encerrarse.
Junto al economista Ignacio Munyo usted escribió antes de la pandemia sobre los desafíos de las nuevas tecnologías en el trabajo. ¿Cambiaron o se reforzaron algunas de las conclusiones a las que habían llegado?
Lo que hizo la pandemia fue acelerar los procesos de automatización. Cosas que había en nuestro informe que generaban algo de escepticismo hoy ya no provocan duda alguna. Esto tiene su parte mala. Decíamos, y sostenemos, que habrá puestos de trabajo que dejarán de existir, y ahora hay menos tiempo para hacer algo por las personas que hoy los ocupan. Con tiempo casi todo es solucionable, cuanto más rápido suceda más problemas sociales y personales habremos de enfrentar.
¿Qué oportunidades genera la aceleración en el uso de la tecnología que ocurrió durante la pandemia? ¿Cuáles son los efectos positivos y negativos? ¿Qué rol deberían cumplir el Estado y las universidades en este contexto?
La tecnología no es buena ni mala. Lo que importa es que los seres humanos la aprovechemos para complementar el trabajo de la forma más eficiente posible, tanto para producir más y mejor como para crear puestos de trabajo más humanos que muchos que son repetitivos y alienantes. Pero para esto es necesario que el Estado, el sector educativo, sindicatos y empresarios entiendan bien la dinámica de los procesos y coloquen a Uruguay y a sus ciudadanos entre los ganadores a nivel global.
Desde la universidad hay que mostrar lo que va a pasar y, principalmente, hay que llevar adelante un trabajo que evite lo políticamente correcto. A la universidad le toca decir las verdades incómodas. Estado, empresas y sindicatos tienen que trabajar en buscar alternativas nuevas sabiendo que serán fuertemente criticados. Todo proceso de cambio que no se presenta como imprescindible levanta resistencias en las personas que no son conscientes de lo que se viene. Los formadores de opinión tienen una gran responsabilidad y por eso el liderazgo político, empresarial y sindical es fundamental para no quedarnos inmóviles.
¿A qué se refiere concretamente con las “verdades incómodas” que debe decir la universidad?
A la universidad le toca avisar que va a haber sectores que van a quedar fuera de mercado si insisten en no avanzar hacia la incorporación de tecnología, y que algunos tipos de trabajo no tienen sentido porque la persona no es eficiente para hacerlo y hasta le hace mal porque no le permite un mínimo de desarrollo. Entonces, eso molesta, porque el Estado, las empresas, los sindicatos, tienen que entender que deben tomar medidas para “destruir” algunos puestos de trabajo, pero hacerlo con tiempo para poder encontrar una solución para esas personas.
Esto incomoda, porque hasta que no pierdo mi trabajo, no quiero empezar a aprender otra cosa o moverme hacia otra posición. A la universidad le toca comunicar que hay problemas en el futuro y que si no se encaran van a causar más daño. Es lo mismo que si te dicen que tenés una enfermedad y no se te va a manifestar por un año: te complicaron la vida porque un año antes tenés que hacer algo, o vivís feliz ese lapso sin enterarte, pero te lo tienen que decir y complicarte la vida ahora porque eso incrementa tu posibilidad de sobrevida.
Usted es un experto en educación de posgrados. ¿Cuáles son las competencias que se necesitan enseñar para el trabajo futuro? ¿Hay hoy en nuestro país una oferta adecuada? ¿En qué se debería mejorar?
A nivel de dirección de empresas, que es lo mío, es necesario incrementar la capacidad de resolver problemas no estructurados, desarrollar la imaginación aplicada, la capacidad de gestionar equipos trascendiendo lógicas perimidas como son las de maximizar el beneficio. Debemos ayudar a que los directivos del mañana se hallen cómodos en ambientes incómodos, cambiantes. En el IEEM llevamos años –este año cumplimos tres décadas– mostrando que dirigir una organización exige llevar adelante en forma equilibrada resultados en múltiples dimensiones.
Una visión simplista de la dirección de empresas del futuro a partir de los avances tecnológicos puede hacer pensar que el directivo del mañana ha de ser una especie de genio informático, gestor de datos y cosas por el estilo. Todo lo que sepa de estos temas viene muy bien, pero lo que es clave es la capacidad de manejarse en todas las áreas en que la tecnología no incursiona; en todo aquello que hace que la tecnología sea usada eficientemente, éticamente, para el bien de muchos, tanto en el corto como en el largo plazo.
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