Las teorías de John M. Keynes, o al menos su mención, en los últimos días ha sido uno de los hechos recurrentes en las manifestaciones públicas de autoridades y técnicos, con planteos favorables y otros no tanto, pero generalmente sin profundizar en sus fundamentos ideológicos y potenciales impactos prácticos. Algo que no difiere de lo ocurrido en crisis precedentes.
Intentando aportar al esclarecimiento y debida interpretación, a continuación volveremos sobre conceptos ya vertidos en el año 2004, cuando todavía transitábamos sendas de recuperación desde el último trauma propio. Una terminología propia a la Teoría Económica nos permitirá alentar una adecuada comprensión y eventual discusión.
Keynes, ostensiblemente alejado de teorías de planificación central y, por otra parte, convencido de la incapacidad del esquema neoclásico, propuso un nuevo mundo ideal, con posibilidades de transformarse en un verdadero salto antropológico.
Para su implementación, integrará la figura de un super-empresario público, hipotéticamente poseedor de una dinámica ética suficientemente desarrollada como para incorporar en la interacción social y en las actividades económicas, la preocupación básica por el bien común.
implícita en el planteo, la dicotomía público-privada quedaría entonces sintetizada en la siguiente interrogante: ¿existe en el empresario privado la capacidad requerida para ocupar el sitial asignado por Keynes al super-empresario público?
Rescatemos algunos conceptos de su obra Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero que publicara en el año 1935, ideas que sirvieran de basamento al New Deal del Presidente Roosevelt y al inicio de la salida desde la Gran Depresión del año 1929. Concluyó que “…los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos, son su incapacidad para procurar la ocupación plena, y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos”. Su escepticismo respecto a las virtudes de la antropología neoclásica quedará reflejado en frases como la siguiente: “…la teoría tradicional o teoría clásica no explican la realidad del Sistema Capitalista, donde la economía fluctúa y oscila entre el desempleo abierto y el pleno empleo”.
Estas últimas afirmaciones serán el punto de partida de su Teoría General, por la cual afirmará que, “…la demanda efectiva que trae consigo la plena ocupación, es un caso especial, que sólo se realiza cuando la propensión a consumir y el incentivo para invertir se encuentran en una relación particular”, lo que, a nuestro entender, le otorga el carácter de excepcionalidad al pleno empleo.
La formulación de John M. Keynes se sustentará en su propuesta básica, según la cual el desempleo es provocado por una inversión insuficiente, consecuencia ésta de una deficiencia en la demanda efectiva. Según Keynes, son los sectores de altos ingresos los que ahorran. Consecuentemente, sus ahorros deberían destinarse a la inversión, para que así se lograra la relación de pleno empleo: Ahorro = Inversión, como ya lo había adelantado Nicholas Johannsen. Será la falta de una adecuada demanda efectiva lo que condicione una potencial restricción en dicha inversión, todo lo cual provocará el subempleo de los recursos productivos.
Frente a esta realidad –acotamos: muy próxima a la coyuntura del Uruguay 2020- Keynes promueve su solución: suplementar la inversión privada con inversión y gasto público, levantando las deficiencias que identificara en la demanda efectiva. Como corolario surgirá la instrumentación recomendada: utilizar una política fiscal redistributiva, a través de impuestos y subsidios focalizados.
Rechazará el laissez-faire, laissez-passer, promoviendo ideas que hemos recogido en nuestra propia promoción de un Estado proactivo y no prescindente, concentrando sus recursos en la atención de aquellas poblaciones más vulnerables. Reconocerá el riesgo de la ruptura del orden social, en tanto el liderazgo no ostente un carácter benevolente y humanitario, requiriéndose de un suplemento a la gestión del empresario privado, de alguien que se ocupe del bien público.
Consecuentemente, aparecerá el super-empresario público, responsable -según nuestra interpretación- de la provisión de bienes y servicios públicos eficaces y eficientes. Su actuación distará mucho de modelos de planificación central, sirviendo fundamentalmente a dinámicas facilitadoras de la gestión empresarial privada. En síntesis, un modelo comprometido con una visión básicamente microeconómica, más allá de las estructuras macroeconómicas más difundidas sobre su pensamiento y, principalmente, de carácter práctico.
El empresario privado ocupará un rol ciertamente protagónico en su nuevo mundo ideal. En una variante extrema respecto a la escuela neoclásica, al empresario lo identifica como ser pensante y proyectivo, liberándolo del mecanicismo walrasiano y reconociéndole dinámicas éticas y cognitivas, de acuerdo con las cuales selecciona las mejores combinaciones tecnológicas o, en otras palabras, las más adecuadas funciones de producción.
El empresario privado se deberá integrar en la interacción social con el super-empresario público, personalidades que en el esquema keynesiano ostentan cualidades superiores, tanto desde el punto de vista ético-moral como en términos de ilustración avanzada, motivados por el bien público y conocedores de la productividad marginal del capital y de sus consecuencias sociológicas positivas en el largo plazo. Siglos antes, Aristóteles volcaría su imaginación a la búsqueda de esquemas similares.
Afirmara Keynes que: “…espero ver al estado, que está en situación de calcular la eficiencia marginal de los bienes de capital en un horizonte de largo plazo y sobre la base de lo que es socialmente ventajoso, asumir una aún mayor responsabilidad en la organización directa de la inversión”.
Creará entonces la figura del super-empresario público, destinado a ser el elemento equilibrador de las dinámicas sociales, supuestamente dotado de las condiciones morales y éticas para ejercer el rol benefactor requerido.
Pero Keynes –creyente en la razón pensante y enemigo de lo mecánico y de la razón tecnocrática, como oportunamente nos lo recordara el Prof. Rubio de Urquía- no profundizará en el cómo, dejándonos mensajes exclusivamente relativos al qué y, fundamentalmente, al por qué y para qué.
Casi un siglo ha transcurrido desde el año 1929 y nuevamente nos enfrentamos a una Gran Depresión muy particular, con caídas del Producto mundial de 3% para el año 2020 y con eventuales salidas en V, U, L o W, siendo las opiniones más optimistas las que proyectan una recuperación de 5.8% para el año 2021. Mientras los EEUU tendrían en el año 2020 una caída de 5.9% y China apenas crecería un 1.2%, nuestro país cerraría el año 2020 con una disminución de su PIB del 3%, así como con una prospectiva de 5% de crecimiento para el año 2021, esto último asumiendo que las políticas económicas a implementar logren un desarrollo de tipo V.
Claramente no se trata de una crisis financiera como la que el mundo vivió en los años 2001 y 2008. Se trata de una crisis global de la economía real, sorpresiva y causada por medidas voluntariamente asumidas por los gobiernos ante la pandemia en curso.
El Keynesianismo se aplicará a partir del New Deal del Presidente Roosevelt, pero también ocurrirán hechos como la Segunda Guerra Mundial, el Plan Marshall, la producción en masa y su aliado el consumismo, dando lugar a la Era de los Milagros en los años 50s y 60s.
Ahora, en el Uruguay 2020, el Keynesianismo se presenta como una alternativa para el Día Después. No es la única, ni decimos la mejor. Solamente hemos intentado contribuir a que al momento de elegir, tengamos claro el camino a emprender.
(*) Doctor en Economía por la Universidad de Sevilla y graduado como Master en Administración Pública y Macroeconomía por la Universidad de Harvard