A comienzos de 1945 en Yalta, un pequeño balneario de Crimea a orillas del Mar Negro, se produjo la segunda cumbre de los aliados. Mientras se discutía la suerte de Europa Central, Churchill destacó el interés del Vaticano en la muy fiel y católica Polonia. Según los presentes, fue allí donde se produjo la irónica pregunta de Stalin en cuanto a la cantidad de divisiones militares al mando del Papa. En 1945 la fuerza relativa de los estados aún se medía en términos estrictamente de combatientes y armamento. Quizás hoy la pregunta adecuada por parte de Putin debiera ser: ¿Cuál es el PBI de los Estados en pugna?
Guerra convencional
Las cifras muestran:
En primer lugar, sorprende la gran disparidad de poderío económico: juntos los EE.UU. y la UE superan en más de 20 veces el PBI de la Federación Rusa. En cuanto al grado de apertura de sus economías –que puede estar señalando su vulnerabilidad a interrupciones del comercio internacional– se nota que los EE.UU. son la región más autosuficiente (su comercio exterior representa solo un 23% de su producción total). La UE está mucho más expuesta al comercio, especialmente por su integración económica y alta dependencia energética.
Rusia –con un PBI similar al de Brasil– está en una posición intermedia, con altos niveles de autosuficiencia energética y alimenticia. Las sanciones que le fueron impuestas por anexar Crimea en 2014 provocaron la prohibición de ciertas importaciones alimenticias europeas, contribuyendo a un fuerte auge en la producción local. En términos per cápita, Rusia es un país de ingresos medios.
En términos demográficos la alianza tiene cuatro veces más habitantes que la federación. En superficie, en cambio, la federación supera a la alianza en 20%. La densidad de población en la alianza es 5 veces superior a los 8 habitantes por Km2 en la federación, reflejando la proximidad de grandes centros poblados en Europa. Mientras el 0.5% de la población milita en las FF.AA. de la alianza, esta cifra sube al 1% en la federación.
Arsenal nuclear
Las fuerzas relativas se nivelan cuando se incluye el arsenal nuclear en el cálculo, y esta es la carta que está jugando Putin. Durante la Guerra Fría primaba entre las dos potencias el concepto de la destrucción mutuamente asegurada (MAD, por sus siglas en inglés): no tenía sentido iniciar acciones de las cuales ningún lado resultaría vencedor. Se atribuye a esta doctrina la relativa estabilidad de aquella época.
Según la Prof. Caitlin Talmadge de Georegtown University[i], Rusia hoy insinúa que podría reaccionar con armas nucleares al anunciar que aún la intervención bélica convencional por parte de terceros países en su actual “operación militar especial” en Ucrania traería consecuencias “inimaginables”. Esta doctrina Putin apuesta a que el simple objetivo de evitar un cambio en el “status quo” político y territorial de Ucrania –que de últimas no le representa una amenaza existencial– no sería motivo suficiente para que los EE.UU. arriesgaran escalar el enfrentamiento al nivel nuclear. Un argumento similar podría aplicarse a la especulación acerca de las intenciones chinas en Taiwán.
Ello explica la renuencia a declarar una zona de exclusión aérea sobre Ucrania que obligaría a la OTAN a entrar en combate, máxime tratándose de un país no miembro. Pero lejos de abandonar Ucrania a su suerte, la alianza ha querido llevar el enfrentamiento al terreno económico con nuevas sanciones que, a diferencia de 2014, rigen en una escala que ha dejado estupefacta a Rusia y al mundo.
El arsenal financiero
El arsenal bélico siempre ha contado con armas económicas destinadas a desestabilizar a los mercados y debilitar la moral de la población adversaria. Como ejemplo podemos citar los bloqueos navales, los embargos comerciales y hasta los bombardeos con billetes falsos.
En décadas recientes los avances tecnológicos y la globalización económica han ido dotando estas armas de un impacto sucesivamente mayor y más inmediato. Como lo demostró la pandemia, las economías nacionales son cada vez más interdependientes al estar insertas en cadenas de valor de un sistema económico global, donde los sistemas de pagos transfronterizos constituyen un elemento esencial.
Mal que le pese a muchos, este sistema económico mundial fue instituido y sigue administrado por las potencias de Occidente y Japón, las llamadas democracias liberales de mercado. Aun cuando el consejo directivo de este club es muy exclusivo, su membrecía está abierta a todos quienes observen las reglas de convivencia civilizada. Putin ha quebrado las reglas más básicas y el castigo será la expulsión de Rusia.
¿Una larga espera?
Obviamente Rusia no queda indefensa. Posee vastas reservas energéticas que exporta (proveyendo el 40% de las importaciones de gas natural de la UE), así como grandes excedentes agrícolas. Hasta que Europa no logre reemplazar esta fuente, Rusia dispondrá de una línea de oxígeno financiero.
Pero las medidas acortan notoriamente su operativa en los demás mercados al quedar excluida como proveedora o compradora, sea por embargo directo o medidas financieras. La congelación de los activos internacionales del banco central y su exclusión de los mercados cambiarios globales, sistemas de pagos transfronterizos y principales redes mundiales de tarjetas de crédito, son medidas sin precedentes para una economía de esa magnitud. Al perder su acceso como emisor en los mercados de capitales, crecerá notoriamente el riesgo de incumplimiento de su deuda pública y privada.
Sus sistemas internos seguirán funcionando y la relación comercial con China –su principal socio– y otros países se mantendrá. Pero luego de 30 años de integración gradual al sistema global, Rusia se convierte de golpe en paria cultural y económica, desconectando sus generaciones más jóvenes del intercambio con Occidente. Ellos vivirán su primera experiencia retro-URSS con inflación, devaluación, inestabilidad financiera, tasas de interés al alza, escasez, mercado negro, censura y represión.
Ello persistirá todo el tiempo que Rusia permanezca en Ucrania, ya sea con tropas o gobierno títere. Habrá un significativo declive en los estándares de vida de su población que seguramente redundará de forma negativa en la popularidad del régimen actual. Todo intento de reprimir la manifestación del descontento simplemente agudizará la situación interna.
La estrategia de Occidente también trae como búmeran costos propios en materia de inflación, principalmente en los precios energéticos pero también en otros productos primarios (alimenticios y minerales). Su impacto electoral en regímenes democráticos no debe subestimarse. Lanzar la bomba económica no es una perspectiva agradable, pero sin duda preferible a la opción nuclear que agita Putin. La gran ventaja es que sus efectos son reversibles.
[i] Wall St. Journal. 05-03-2022
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