La crisis económica provocada por la pandemia ha permitido destacar la importancia fundamental de la empresa en la economía. Cuando observamos día a día la desaparición de emprendimientos productivos y empleos, no tenemos más remedio que pensar cuánto más beneficioso para la sociedad sería que, ante un evento extraordinario como la pandemia actual, el Estado actuara decisivamente para evitar la profundización de este proceso.
Por su propia formación, los economistas que acceden a posiciones de gobierno tienden a sobrevalorar la importancia de las políticas macroeconómicas, dejando en un segundo plano los temas que conciernen más directamente a las empresas. Referentes mundiales como Darron Acemoglu -que hasta hace poco se enfocaba en el valor de las instituciones-, pasaron a prestar mayor atención a los temas más terrenales del mundo de la empresa y del trabajo. Este hecho es un reconocimiento de que no podemos abandonar los aspectos microeconómicos; y no hay nada más micro que la realidad empresarial.
Pero para poder ayudar a la empresa primero hay que comprenderla, empezando por identificar los fundamentos de su existencia en el universo económico. Si bien los economistas tienden a privilegiar al mecanismo de mercado como instrumento de coordinación, también admiten la función coordinadora del empresario. ¿Cuándo es adecuado el mecanismo de mercado y cuándo la empresa? Esta es la pregunta que se formuló el economista británico Ronald Coase en su trabajo La naturaleza de la empresa, escrito en 1937, y que le valdría más de medio siglo después el Premio Nobel de Economía. Más específicamente, cabe preguntarse por qué debería existir la empresa si los mercados fueran superiores para asignar recursos a otras alternativas.
De hecho, la disciplina de la economía distingue a la empresa y al mercado como dos modalidades alternativas de asignación de recursos. En el contexto de una profesión que había adoptado el mecanismo de la “mano invisible” como principal herramienta de coordinación, el aporte de Coase permitió comprender la naturaleza de la empresa como ente diferente y complementario al mercado.
El economista británico observó que la empresa desarrolla su actividad inmersa en una red de relaciones de mercado con clientes, proveedores y financiadores, entre otras. Sin embargo, dentro de la empresa no funciona el mecanismo de precios, ya que la asignación y coordinación de los factores de producción son el resultado de decisiones tomadas por la figura del empresario. Esto no significa de ningún modo que el empresario no tenga en cuenta las señales de mercado en términos de precios de venta de los diferentes productos y costos de los factores. Pero implica que la asignación de recursos al interior de la empresa no es determinada por las fuerzas del mercado, sino que es decidida por el empresario.
El Nobel de Economía describía la empresa como una “isla de poder consciente en este océano de cooperación inconsciente” y justificaba su existencia por la presencia de costos de transacción dentro del mecanismo de mercado, lo que hacía que la alternativa empresarial fuera más conveniente. Uno de estos costos es el de descubrir los precios relevantes para organizar la producción, costo que la empresa se ahorra. Otro es el costo de negociar y cerrar contratos cuando la contratación de factores requiere acudir a un mercado. La empresa es un gran contrato, donde tiene mucho más valor lo implícito que lo explícito, sobre todo en lo que refiere a la economía del conocimiento. A modo de ejemplo, ¿cómo es posible contractualizar que un obrero experimentado le enseñe a un aprendiz? Es la existencia de un gran contrato –la empresa misma- la que brinda los incentivos colectivos de cooperación entre trabajadores y empresarios. “La esencia del contrato es que solo debe establecer los límites de los poderes del empresario. Dentro de estos límites, el empresario puede, por tanto, mandar a los restantes factores de producción”, escribe Coase.
Hasta ahora se ha escrito mucho sobre el impacto de las nuevas tecnologías en el mundo del trabajo y la producción. Pero nadie propone –ni el más provocativo de los analistas – el reemplazo de la empresa por el mercado. Claramente la empresa tiene su lugar en la zoología económica, más aún en un mundo turbulento que enfrenta cambios, uno en el que se necesitan capitanes con las manos firmes en el timón. Ronald Coase está más vigente que nunca.
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