La historia económica de los países está marcada por etapas en las que se suceden diversos paradigmas. Este tema se debate en los últimos tiempos, ya que hay quienes afirman que se ha agotado el marco instaurado por el Consenso de Washington. En mayo pasado parece haberse marcado un mojón importante con la cumbre en Berlín que reunió a economistas y técnicos organizada por el Foro para una Nueva Economía, donde se llegó a la idea de que se estaría al fin del reinado de décadas de ortodoxia neoliberal.
El Consenso de Washington abarcó a un vasto conjunto de principios y medidas económicas neoliberales impulsadas por varios organismos financieros internacionales, entre los que se destacó el FMI y el BM, en los años ochenta y noventa. Con diferentes impulsos, adaptaciones, defensores y críticos, se mantuvo durante las décadas siguientes. Pero en tanto tiempo y con tantos altibajos, nunca se había llegado a un acuerdo tan concreto y generalizado como en la Cumbre de Berlín. Surgen entonces cuestiones importantes por destacar. En primer lugar, ¿qué orientaciones son las que aún permanecen o mantienen vigente el Consenso de Washington? ¿Qué problemáticas han marcado una realidad crítica de ese modelo que con altibajos se mantuvo tanto tiempo? Y finalmente, ¿por qué surge ahora el fin de una etapa?
Las principales orientaciones del Consenso de Washington, con matices y títulos diferentes, parecen estar bien presentes en muchos modelos de política económica actual. Pero hay una realidad del pensamiento económico que es innegable, y que Dani Rodrik destaca en un artículo reciente publicado en The Project Syndicate, en el que destaca que los “los cambios en el pensamiento económico dominante suelen acompañar a las crisis que exigen nuevas respuestas”, por ejemplo, la crisis de las economías avanzadas de los años setenta que tuvieron recesión con alta inflación. Afirma Rodrik que esto puede estar sucediendo nuevamente, cuando diferentes casos de democracias liberales están cuestionados por la incapacidad para atender problemáticas que hacen al bienestar.
Esto queda claramente de manifiesto en la Declaración de Berlín, en la que se muestra cómo la actualidad se caracteriza por los altos niveles de desconfianza de las personas, que se explican por niveles crecientes de desigualdad y pérdida de bienestar de la mayoría, que se acompañan con detrimentos reales del poder adquisitivo y cuestionamientos permanentes a los sistemas políticos y sus representantes. De alguna forma, hay una sensación de impotencia que vive la gente y que la traslada como reclamo al sistema político y a los modelos impuestos, que parecen no poder dar respuesta a las necesidades individuales y colectivas. De hecho, los ajustes y sacrificios ante los problemas parece que estuvieron siempre del lado de la gente y por eso el sistema es cuestionado, al punto de que surge la legitimación a fenómenos extremos, como la Argentina actual con el gobierno de Milei.
La declaración destaca décadas de una globalización que no pudo gestionarse adecuadamente, y que muchas respuestas no enfrentan los verdaderos problemas actuales.
De esta forma, tiene que surgir un nuevo paradigma, un nuevo marco que atienda problemas reales y con respuestas contundentes para reconstruir sectores de la economía, mejorar el bienestar, pero ante todo generar confianza en los sistemas políticos. De aquí surge una nueva economía, que se propone en esta declaración que tenga algunos lineamientos fundamentales y que sean el marco para una nueva construcción de políticas económicas. En primer lugar, se plantea “reorientar nuestras políticas e instituciones desde un objetivo primordial: la eficiencia económica, hacia una mayor concentración en la creación de prosperidad compartida y empleos seguros y de calidad”. En segundo lugar, instalar políticas de corte industrial que atiendan el desarrollo de sectores relevantes que contribuyan a la creación de empleo de calidad. Tercero, mejorar la eficiencia e innovación para lograr competitividad genuina y no basar el desarrollo de sectores industriales en de incentivos de subsidios y rebajas impositivas. Por otra parte, atender la globalización y buscar más armonía en su funcionamiento. Trata en forma clara las “desigualdades de ingresos y riqueza que se refuerzan mediante la herencia y el automatismo del mercado financiero”, buscando mecanismos diferentes a los tradicionales. También se plantea apostar a las políticas medioambientales, pero buscar un diseño innovador y más funcional a la economía.
Para los firmantes de la declaración, se debe garantizar que los países en desarrollo dispongan de recursos financieros y tecnológicos para emprender la transición climática y las medidas de mitigación y adaptación sin comprometer sus perspectivas. Finalmente, se destaca un nuevo enfoque y abordaje de los mercados, evitando un exceso de austeridad y atendiendo las problemáticas que implican las concentraciones excesivas.
Se destaca que se está en un período crítico, en el que los desafíos son muchos y problemas como los que impone el cambio climático no los resuelve el mercado ni se resuelven en forma aislada, son de todos a la vez. Se necesitan consensos y una nueva forma de hacer política que cuestione el orden actual y a la vez pueda lidiar con los tremendos conflictos que golpean al mundo.
Está claro que los cambios de paradigma surgen como una necesidad, pero especialmente cuando las crisis cuestionan y afectan a los países con mayor poder y desarrollo.
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