Los economistas comúnmente consideran que la plétora de microempresas en gran parte del mundo en desarrollo es una consecuencia –sí, lo ha adivinado– de una competencia insuficiente. Si la competencia fuera más dura, todas estas microempresas ineficientes cerrarían y sus dueños o empleados conseguirían empleos en empresas mejores y más grandes. Según la narrativa imperante en la profesión económica, la razón por la cual esto no sucede de manera automática, a través de la mano invisible del mercado, es porque algunas personas con malas intenciones lo impiden. Buscan protección en lugar de competencia, rentas en lugar de productividad y privilegio en lugar de reglas de juego niveladas. A los economistas se les pide que enfrenten a estos grupos de interés con el fin de proteger el bien común. Después de todo, no hay nada como un poco de certidumbre moral para apuntalar la rectitud y darles fuerza a los defensores del amor duro.
En el centro de muchas de estas narrativas está la presunción de que las personas y las empresas son heterogéneas: algunas son más capaces que otras. Pero esta heterogeneidad es considerada exógena, o de alguna manera decidida fuera de la narrativa que se construye. La tarea de la mano invisible, por lo tanto, consiste en mejorar la asignación de recursos poniendo más recursos productivos –es decir, tierra, trabajo y capital– bajo el control de los más hábiles. De esa manera los recursos irán a aquellos capaces de generar retornos mayores, haciendo que el mundo sea más rico en consecuencia. Es fácil ver cómo un pequeño cambio en la narrativa puede causar disonancia, rompiendo la rima y la certeza moral. ¿Qué pasa si la heterogeneidad no fuera tan exógena? Tal vez algunas personas son más capaces hoy porque han tenido acceso a una mejor educación, han adquirido más experiencia o se han beneficiado de una infraestructura de mejor calidad. Ofrecer a los rezagados las mismas oportunidades puede mejorar su efectividad y hacer que los países estén mejor como resultado de una mayor productividad. Pero esto exigiría inversión en las regiones rezagadas, suficiente tiempo para que la gente se vuelva más productiva a través de la experiencia y posiblemente hasta asistencia en la adopción y adaptación de tecnología.
Ricardo Hausmann, en Project Syndicate
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