Nacida en la India, la doctora en Derecho, Antara Haldar, fue la primera profesora de Derecho de la Universidad de Cambridge procedente del sur global. Se especializa en derecho y economía, teoría jurídica y derecho y desarrollo. En una entrevista que concedió a La Mañana, la experta profundizó sobre el proyecto “Moneda Común” de Cambridge y sus objetivos. Se refirió también a la crisis de la economía como disciplina y al llamado “Circo de Cambridge” y su relación con los problemas actuales.
En Cambridge convocan el proyecto “Moneda Común”. ¿Cuál es su propósito? ¿Cómo describiría la crisis actual de la profesión económica?
La actual crisis de la economía se debe al hecho de que el concepto central de la disciplina, la eficiencia, está demostrando ser una amenaza existencial tanto para el planeta como para su gente. Desde sus inicios como una disciplina única, la economía forma cada vez más la lógica organizativa de todos los aspectos de la sociedad. Cambridge ha sido sede de algunos de los avances científicos más fundamentales de la historia –desde la gravedad hasta la evolución y el descubrimiento del ADN–, pero también es la cuna de la economía moderna. Y es el lugar de invención de todo, desde las curvas de oferta y demanda hasta la macroeconomía. Originalmente se enseñaba como parte de las ciencias morales, junto con la psicología y la filosofía. Sin embargo, aunque se volvió cada vez más algebraica, la Escuela de Cambridge, en el apogeo de su gloria, trataba a los economistas, en palabras de Keynes, como “matemáticos, historiadores, estadistas y filósofos”.
En el mundo de la posguerra, liderado ahora por una Cambridge diferente –al otro lado del Atlántico–, la ruptura entre la economía y todo lo demás fue más radical. Pero el elitismo epistémico de los brahmanes de la economía de Boston, que modelaron la materia según la física o la ingeniería, un sacerdocio que guarda estrechamente sus secretos frente a las artes, las humanidades e incluso el resto de las ciencias sociales, ha tenido consecuencias nefastas para el mundo que lo rodea: niveles insostenibles de desigualdad, el aumento del populismo, cambios sísmicos en la economía global y la mayor crisis financiera global desde la Gran Depresión.
Con sede en Cambridge, el proyecto Moneda Común busca regresar a los orígenes de la economía. Intenta involucrar –además de economistas– a filósofos, sociólogos, psicólogos e historiadores, así como a artistas, escritores, activistas y, fundamentalmente, al público en general. Actualmente estoy tratando de difundir estas ideas escribiendo para publicaciones líderes en todo el mundo.
Otro estudioso de Cambridge, Lord Keynes, habló sobre el “Circo de Cambridge”. ¿A qué se refería y cómo se relaciona con los problemas actuales, si es así?
En la época dorada de la economía de Cambridge, el futuro de la disciplina era debatido periódicamente por un grupo central de académicos y Keynes llamó a esto el “Circo de Cambridge”. Se necesita urgentemente una versión moderna del “Circo de Cambridge”. Necesitamos unir los puntos entre los avances en las fronteras de la economía –seguimos otorgando Premios Nobel a nuevas áreas innovadoras en economía, economía conductual, institucional y de la información, y más recientemente, este año, la economía de las mujeres–, pero en el centro de la disciplina ignoramos sus lecciones.
¿A qué se refiere?
He escrito en mi columna de Project Syndicate, en The Atlantic, en el Times Literary Suplement y en otros lugares, sobre cómo la corriente principal de la disciplina ha ignorado las lecciones de la economía conductual e institucional. Es importante que los expertos en economía se reúnan para repensar la conversación. A principios de este año estuve en un Festschrift para Joseph Stiglitz, quien ganó el Nobel de economía de la información, donde un gran grupo de economistas de alto nivel sostenía esa discusión. El objetivo es crear el núcleo para una conversación en torno a la cual pueda cristalizar una eventual revolución epistémica en la disciplina, una que sea lo suficientemente monumental como para responder a la feroz urgencia de los desafíos empíricos del mundo actual planteados por el cambio climático y el auge de la inteligencia artificial, en lugar de dedicarse a meros ajustes metodológicos. Pero además de aquellos dentro de la profesión económica, también es fundamental vincular el discurso de la economía con la conversación más amplia y esforzarse por hacer algo que el “Circo de Cambridge” convencional no hizo: localizar su pulso emocional. La economía ha perdido su conexión con las personas cuyas vidas dicta, y eso es un problema.
Usted se especializa, entre otras materias, en la interacción del derecho y la economía. ¿Cómo se beneficiaría la sociedad de una mayor interacción entre esos dos campos clave para el bienestar humano?
La conversación actual sobre derecho y economía está dominada por una perspectiva particular, muy conservadora, llamada Escuela de Derecho y Economía de Chicago, que intenta convertir el derecho exclusivamente en un instrumento de eficiencia económica, desprovisto de cualquier contenido moral. En este mundo todo tiene un precio, todo está a la venta. En cambio, yo, en mis escritos e investigaciones, abogo por un paradigma del derecho y la economía que trate a estas dos instituciones clave como los pilares de la sociedad por la que debemos luchar.
En 2015 publicó, junto con Simon Deakin, un artículo que estudia la reforma de las leyes laborales de la India. Usted es escéptica acerca de la desregulación laboral y afirma que la evidencia que vincula la desregulación de la legislación laboral y el crecimiento es débil. ¿Puede compartir sus principales hallazgos? ¿Cuáles son los desafíos y cambios institucionales para ayudar a la transición de un mercado laboral informal a uno formal?
En este sentido es pertinente el reciente Premio Nobel a Claudia Goldin de Harvard, o a una economista de la “otra” Cambridge. Solía pensarse que a medida que una economía crecía, la participación femenina en la fuerza laboral aumentaría automáticamente. Goldin demostró en su innovadora investigación que, en lugar de que las mujeres en el trabajo estén en línea recta con el crecimiento económico, en realidad tiene forma de U. Además, también se pensaba que los mercados cerrarían automáticamente la brecha salarial de género, pero, en cambio, esta brecha se ha mantenido obstinadamente persistente; de hecho, producen el resultado irracional de castigar a las mujeres por tener hijos a pesar de que muchas regiones del mundo enfrentan una grave crisis de fertilidad. Aunque la investigación de Goldin se aplica específicamente al género, también se aplica a los mercados laborales en general: no siempre son eficientes, como postula la economía ortodoxa, y requieren regulación para lograr resultados socialmente racionales –por ejemplo, apoyo a las mujeres para que continúen en el mercado laboral mediante la provisión de prestaciones de maternidad, guarderías y beneficios fiscales– y equitativos. La transición de una economía informal a una formal solo vale la pena si logra elevar el nivel mínimo de las normas laborales, y no una carrera hacia el fondo en la competencia por la inversión, como suele ser el caso. La economía formal es tan buena como su capacidad para hacer cumplir sus leyes. La economía existe para las personas, no al revés.
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