Desde 1996 Jorge Grünberg es el rector de la Universidad ORT, tras haber sido decano de la Facultad de Ingeniería y profesor de Sistemas de Información de la institución. En conversación con La Mañana, el especialista se refirió a la “deuda educativa” que tiene Uruguay y comentó que queda un largo camino para resolver los problemas en educación y de esa manera llegar a ser un país desarrollado. “Nuestro sistema educativo fue diseñado para la clase media y media alta, y eso ya no alcanza”, aseguró.
¿Cómo define la experiencia que ha tenido la ORT hasta el momento en la formación de profesionales que luego deciden hacer estudios de posgrado, muchas veces, en el extranjero?
Nosotros tenemos un equipo de gente que se dedica a hacer un seguimiento de cuántos graduados hacen maestrías o doctorados, en qué universidades, en qué países. Por otro lado, seguimos la trayectoria de los graduados que se insertan en empresas y vemos cómo les va a lo largo de los años, en qué tipo de compañías ingresan, en qué puestos, a qué edad y cómo les va unos años después. Finalmente, analizamos cuántos graduados crean empresas y cuántas de estas son exitosas e innovadoras.
El nuestro seguimiento vemos que hay cierto porcentaje de graduados que hacen posgrados y otros que no, por distintas razones. Hay profesiones, como Ingeniería de Sistemas, en las cuales el mercado laboral es tan dinámico que mucha gente no hace posgrados porque ya tiene muy buenos trabajos con la carrera de grado; pero hay otras carreras, como Economía, en las que hacer posgrados es de particular importancia para diferenciarse. Después, hay posgrados que son de interés general, como el MBA (máster en Administración de Empresas), que le sirve a cualquier profesional porque es algo de aplicación general.
Por otra parte, hay graduados que hacen su posgrado en Uruguay y otros en el exterior. De estos últimos, algunos terminan y vuelven enseguida, y vuelcan sus conocimientos en el país, y otros se quedan tiempos más largos afuera. Por ser una universidad más joven, no tenemos suficiente cantidad de años de seguimiento para evaluar eso.
¿Cuáles son las ventajas para un joven profesional de continuar su carrera en el exterior?
Para los que lo pueden hacer, tiene muchas ventajas, porque ir a hacer un posgrado no es una experiencia que solo implique ir a estudiar más, sino que significa ir a una experiencia cultural y social diferente: uno se integra a una comunidad académica y eso le da una perspectiva única, o sea, le permite estar estudiando con jóvenes de 20-30 países distintos, con profesores de nivel mundial, conocer otro tipo de laboratorios, bibliotecas, ver cómo se desarrollan investigaciones.
¿Qué análisis hace sobre la situación actual del sistema educativo?
Tenemos una deuda educativa importante con nuestra sociedad, es decir, si Uruguay aspira a ser un país desarrollado, debe alcanzar objetivos de aprendizaje ambiciosos. Hoy tenemos déficits y necesidades de mejora a nivel de primaria, secundaria, la universidad y la actualización profesional permanente. Son trabajos pendientes que son los que hicieron en las últimas décadas otros países que nos pasaron por delante.
¿Por ejemplo?
Corea del Sur, por ejemplo, que tenía un alto grado de analfabetismo hace 50 años, cuando Uruguay no tenía casi analfabetismo. Si nosotros vemos ahora la cantidad de doctores, personas que terminan carreras universitarias y bachillerato en ese país, nos damos cuenta de que nos pasó de largo. Nadie dice que uno tenga que copiar lo que ellos hacen, pero cuando vemos lo que producen y su economía, claramente hay un sistema educativo atrás que les permitió hacer el gran salto. Lo mismo se puede decir de países que tampoco eran prósperos hace pocas décadas y tenían importantes problemas culturales, sociales y económicos como Irlanda, Israel, Finlandia, Nueva Zelanda, que nos han superado en gran medida gracias a un trampolín educativo del que nosotros carecemos.
Lamentablemente, hemos estado varias décadas inertes o poco ejecutivos en la mejora educativa, y este es el resultado: un gran porcentaje de la población que no termina bachillerato, una diferencia muy grande entre las familias más ricas y las más pobres, una cantidad muy menor de estudiantes con posgrados y un bajo nivel de innovación tecnológica en la sociedad. Todos estos son problemas resolubles y el sistema político lo tiene muy claro y hay voluntad de resolverlo, pero hay mucho trabajo por delante.
¿Preocupan los efectos que dejará la pandemia en materia educativa, sobre todo, en términos de deserción estudiantil?
La pandemia es un problema grave, pero puntual. Vamos a tener un déficit de aprendizaje de varias generaciones de alumnos, pero la experiencia internacional, después de grandes desastres donde ha habido interrupciones educativas, muestra que, si uno toma medidas adecuadas, a los pocos años esos déficits se compensan. Además, todos los países están afectados más o menos de la misma manera. Nuestro problema excede la pandemia.
¿Cuál es el origen?
Nuestro sistema educativo fue diseñado para la clase media y media alta, y eso ya no alcanza. Ahora hay una intención democrática y económica de que toda la población sea educada, y un sistema que fue diseñado para esos sectores tiene enormes dificultades de adaptación para los estudiantes que vienen de otras extracciones socioeconómicas y culturales, donde sus padres no hicieron primaria, secundaria o la universidad, y no tienen tiempo o posibilidad de ayudar mucho a los hijos en el liceo, donde es difícil comprar libros. La gran deserción que tiene el sistema educativo en secundaria en Uruguay no es generalizada, es de los sectores más pobres, es ahí donde está el problema.
¿Cuáles son los mayores desafíos que el futuro del trabajo traerá consigo?
En el futuro va a haber menos de los empleos que hoy conocemos y más de los que hoy no conocemos, que van a ir surgiendo rápidamente, ya lo están haciendo. Hoy en día, uno de los empleos de mayor crecimiento en el mundo es analista de datos, que hace 10 años nadie lo había escuchado mencionar, o sea, están empezando a surgir cantidades muy importantes de empleos ahora y van a ser más en el futuro. Para eso van a hacer falta otras destrezas que no son las que tienen las personas que quieren trabajar, entonces, va a haber un desajuste entre las competencias de la gente y las requeridas para esos nuevos puestos de trabajo. Ahí está el problema a resolver.
A eso se le suma que las competencias de los empleos actuales cambian continuamente, por ejemplo, el trabajo de un contador público hoy tiene muy poco que ver con el de hace 20 años, y dentro de cinco o 10 años también va a ser muy distinto; ni hablar un ingeniero en sistemas o en biotecnología; incluso el trabajo de profesiones clásicas como los arquitectos o los médicos está cambiando a enorme velocidad. Entonces, el desafío va a estar en que las personas que necesiten y quieran trabajar, obtengan las competencias para los empleos nuevos o, si ya están insertas en el mercado laboral, tengan la posibilidad de actualizar continuamente sus conocimientos.
En ese sentido, la reforma previsional de la que tanto se habla tendría que tener en cuenta no solo a los que dejan de trabajar, sino también a los que están trabajando, para ver de qué forma consiguen tiempo y dinero para estar continuamente aprendiendo, porque el paradigma por el cual una persona se recibía de una carrera y durante 20 años trabajaba de eso sin novedad, no va a existir más; todas las profesiones van a requerir un continuo aprendizaje.
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