Culmina en Dubái la COP28, que ya entró en los descuentos para llegar a un acuerdo sobre la redacción del comunicado. La gran mayoría de los países apoya establecer un calendario para la eliminación del uso de combustibles fósiles, lo que implica una transición paralela hacia los renovables. Sin embargo, existe resistencia por parte de la industria petrolera y los países productores, quienes ponen sus intereses por encima del ya obvio deterioro ambiental del planeta.
Por el bien común
Al cierre del plazo de entrega de este artículo aún no se habían puesto de acuerdo los doscientos gobiernos reunidos en Dubái acerca del contenido del comunicado de prensa. La discordia se centra en si se adoptará un compromiso para eliminar en fases (phase-out) –o en su defecto simplemente reducir (phase-down)– el uso de combustibles fósiles. Como los acuerdos deben ser consensuados, la negociación sigue.
Todo se reduce a lo siguiente: el planeta y la mayoría de su gente están experimentando un cambio climático que amenaza la continuidad del mundo tal como lo conocemos. La ciencia atribuye el fenómeno principalmente al exceso de extracción y utilización de combustibles fósiles, que liberan gases que quedan atrapados en la atmósfera donde crean un efecto invernadero. La solución está en la sustitución de los fósiles mediante la adopción de energías renovables (eólico, solar, hidro).
Parece simple, ¿no? Pues ni tanto. Existen personas, empresas y países enteros que se enriquecen con la explotación de los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural) y no tienen intención alguna de abandonar dicha fuente de inmensa riqueza.
Ustedes y yo, estimados lectores, sacudiremos nuestra cabeza preguntándonos ¿acaso no se trata del futuro de la humanidad, de nuestros hijos y nietos, de la supervivencia de la especie? ¿Cómo es que los gobiernos no toman cartas en el asunto y organizan una transición ordenada?
El esfuerzo global
Pues precisamente para eso se creó un marco global de deliberación en 1994 bajo el paraguas de las Naciones Unidas. Quien desee penetrar en este laberinto de la burocracia haría bien en recordar las palabras del inmortal Alighieri: “Abandonad toda esperanza quienes aquí entráis”.
El Convenio Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (Cmnucc) entró en vigor en 1992 con el objetivo de “estabilizar las concentraciones de gases de invernadero en niveles que evitarían una peligrosa interferencia antropogénica (es decir, humana) en el sistema climático.” Esto fue hace treinta años y durante tal lapso la situación no ha hecho más que empeorar.
Luego está el tema de quién asume los costos de la transición. Dado que el inicio del problema es atribuible a la revolución industrial, tiene su lógica exigir que los países avanzados de hoy asuman la parte mayor de dichos costos, ya que son los que más se han beneficiado. Pero hoy los principales cinco países emisores de gases de carbono son China (33 por ciento), Estados Unidos (trece), India (siete), Rusia (cinco) y Japón (tres).
Los signatarios del convenio (la casi totalidad de los países) se reúnen anualmente en las llamadas Conferencias de las Partes (COP por sus siglas en ingles). Actualmente se está celebrando la COP28 en la ciudad de Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos. Si bien los gobiernos concitan la mayor atención, también concurren empresas, organismos internacionales y de la sociedad civil.
Evolución de las tratativas
El primer logro del convenio fue el Protocolo de Kyoto adoptado en 1997, según el cual los países –tanto desarrollados como en desarrollo – asumieron compromisos de reducir sucesivamente sus emisiones de gases de invernadero con metas sujetas a monitoreo. Lo siguió en importancia el Acuerdo de Paris de 2015, en el que las partes acordaron un tratado vinculante cuya meta era evitar que en el correr del actual siglo XXI el recalentamiento global (o sea, el aumento de la temperatura media) exceda en dos grados la temperatura media de la época preindustrial.
Las mediciones más recientes indican que la situación se ha agravado, dando lugar a un llamado para reducir el techo de la meta a un grado y medio, para lo cual será necesario adoptar mayores reducciones en las emisiones que las originalmente programadas. Este es el principal punto del orden del día en COP28.
Según la ONU, la ciencia ha dejado en claro que para preservar un clima habitable la transición debe acelerarse: la producción de carbón, petróleo y gas debe disminuir rápidamente, mientras que la producción de renovables (eólica, solar, hidro y geotermal) deberá triplicarse para 2030.
Como lo indican los cuadros adjuntos, de continuar al ritmo actualmente comprometido por los países, las emisiones habrán crecido nueve por ciento para 2030 (con relación a 2010). Para lograr la meta del grado y medio, en cambio, será necesario que los países reduzcan sus emisiones 45 por ciento para 2030. Ello a su vez llevaría el mundo a lograr para 2050 el anhelado objetivo del “cero neto” en emisiones, siendo estas reducidas a un nivel que sería neutralizado por su absorción natural (bosques y océanos).
Negadores
Esto es lo que está causando el enfrentamiento. Por un lado, la necesidad de acelerar la transición, y por el otro, lo que ello implica en materia reducir emisiones en un plazo mucho más corto. Allí es donde aparece Don Dinero. Se podrá disfrazar de negador del recalentamiento global, de empresa petrolera con conciencia social o de miembro de la OPEP preocupado por la suerte de su pueblo. Pero en el fondo lo mueve el temor a la pérdida de sus ingresos y parece estar dispuesto a sacrificar el planeta para evitarlo. Su estrategia es alargar al máximo el periodo de ajuste con la esperanza de que el cambio climático resulte ser un evento natural cíclico que exhiba un punto de inflexión.
Siendo la industria petrolera la segunda mayor del mundo (luego de las telecomunicaciones), no ha de extrañar que todo esto implique un masivo replanteo de sus actividades. Igualmente traumático será el impacto en los países que dependen exclusivamente de los hidrocarburos para su ingreso nacional. A pesar de haber acumulado –en muchos casos– enormes fondos corporativos o soberanos, sus modelos de negocios o programas de gobiernos seguramente resentirán el cambio. Si bien existen petroleras con margen de maniobra independiente de los gobiernos, en muchos casos forman una parte indisoluble de los Estados.
Un caso típico es el anfitrión de COP28, el sultán Ahmed Al Jaber quien es ministro de industrias de los Emiratos Árabes Unidos y a la vez encabeza la Compañía Nacional Petrolera de Abu Dabi. Adquirió notoriedad en la actual conferencia por afirmar que no existe respaldo científico para eliminar el uso de combustible fósil, a la vez que utilizaba el evento que presidía para celebrar reuniones de negocios con la industria petrolera.
Hubo otros temas tratados con mayor éxito, como la creación de un fondo de daños y pérdidas para apoyar a las poblaciones que han tenido que trasladarse por obra del cambio climático (inundaciones, niveles del mar, tormentas extremas), y otro para el financiamiento de los esfuerzos de los países en desarrollo en reducir emisiones (que obviamente no disponen de los recursos fiscales de los países avanzados). Pero el quid del asunto yace en el compromiso de abandonar el combustible fósil hasta alcanzar el “cero neto”.
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