El reciente brote inflacionario en la Unión Europea ha sido provocado por una inesperada y persistente perturbación en la oferta, unas políticas fiscales muy benévolas y el aumento de las tensiones geopolíticas. Al principio la política monetaria reaccionó con lentitud a este contexto, pero hoy está claramente centrada en alcanzar nuestro objetivo de inflación del 2% a mediano plazo. Sin embargo, aún no sabemos qué es lo que se necesita para que la inflación vuelva a colocarse dentro del objetivo o, dicho de otro modo, cómo podemos evitar el costoso desanclaje de las expectativas inflacionarias. Lo más importante es que lo que terminemos haciendo dependerá del comportamiento de otros actores de política económica. En particular, la política fiscal, un canal de transmisión clave para la expansión monetaria durante la pandemia, debería dejar de alimentar la demanda agregada. Debería empezar a hacerlo desde ya, con una reducción de los déficits estructurales, lo que dejaría espacio para medidas específicas que brinden apoyo a los segmentos más vulnerables de nuestras economías.
En términos más generales, una de las razones por las que la inflación podría ser más persistente de lo que estimaban nuestros modelos es que los trabajadores y las empresas todavía tienen que ponerse de acuerdo sobre quién paga los costos del aumento en los precios de la energía. Las empresas intentarán proteger sus márgenes y los trabajadores su poder adquisitivo. Ambos tienen poder de mercado y puede que se necesiten unas cuantas iteraciones o, peor aún, una recesión más profunda, antes de que se pongan de acuerdo sobre la forma de repartirse los costos de la energía. Hasta ahora, los trabajadores han estado dispuestos a absorber la mayor parte del golpe. Pero, como otros, no estoy seguro de que lo pasado, pasado esté y, por tanto, anticipo que el traslado de la inflación a los salarios aumente en los próximos meses. En cualquier caso, nuestra respuesta de política monetaria dependerá en última instancia de la gravedad de la desaceleración económica. Podrían darse dos escenarios principales. Si la desaceleración es leve y va acompañada de un nuevo aumento de la inflación –y de las expectativas de inflación–, las tasas de interés reales tendrán que subir por encima del consenso actual del mercado. Por otro lado, si la desaceleración es más severa y se traduce en una menor inflación, dejando las expectativas ampliamente ancladas, las tasas reales de interés podrían estabilizarse en un nivel cercano a cero.
Pierre Wunsch, gobernador del Banco Central de Bélgica, durante una conferencia mantenida en Ginebra el pasado 8 de noviembre
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