A principios de la década de 1980, el sucesor de Arthur Burns en la presidencia de la Fed, Paul Volcker, afirmaba: “Mi filosofía básica es que, con el tiempo, no tendremos más remedio que hacer frente a la situación inflacionaria porque, con el tiempo, la inflación y la tasa de desempleo van de la mano… ¿No es esa la lección de la década de 1970?”. Así, “luchar contra la inflación primero” se convirtió en el clamor de 1980. Este fue el pretexto para elevar bruscamente los tipos de interés en Estados Unidos, al tiempo que se aseguraba que la reducción de la inflación acabaría creando muchos más puestos de trabajo. El Reino Unido y muchos otros países industriales le siguieron, profundizando las recesiones y aumentando el desempleo. El resultado fue que, en comparación con los estándares occidentales posteriores a la década de 1950, la década de 1980 experimentó un desempleo muy elevado. El desempleo en los países de la OCDE alcanzó una media de 7,3% entre 1980 y 1989, frente a algo menos del 5% entre 1974 y 1979, y menos de 3% en la década de 1960.
La fuerte escalada de las tasas de interés en Estados Unidos desencadenó las crisis de deuda en Polonia, América Latina y otros países a principios de la década de 1980. Hasta entonces, los bancos estadounidenses habían disfrutado de ganancias inesperadas tras las dos subidas del precio del petróleo en la década de 1970. El gobierno estadounidense había concedido durante mucho tiempo préstamos a bajo interés a sus aliados para asegurar su apoyo durante la Guerra Fría. Con los depósitos de los miembros de la OPEP en la década de 1970, impulsaron los préstamos a los gobiernos de los países de América Latina, entre otros. Los países deudores se enfrentaron de pronto a una crisis de liquidez, creando también riesgos sistémicos para sus banqueros estadounidenses y británicos. Los sucesivos secretarios del Tesoro de EE.UU., James Baker y Nicholas Brady, propusieron varios planes de reestructuración de la deuda para contener el problema, adoptándose este último. Mientras tanto, el apoyo financiero del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial quedaba vinculado a programas de estabilización a corto plazo y a reformas liberalizadoras a mediano plazo, exhibidas como programas de ajuste estructural con condicionalidades políticas explícitas. Las crisis de liquidez se debieron a las repentinas y bruscas subidas de los tipos de interés. Pero, en cambio, fueron presentadas como crisis de solvencia derivadas de la debilidad de los “fundamentos económicos”, atribuidas al “exceso de regulación” y al proteccionismo.
Se espera que la estanflación de nuestros tiempos sea inicialmente más severa para Europa. Además del petróleo y el gas, los europeos pagarán más por el trigo importado, los fertilizantes y otras exportaciones rusas. Pero hay otras tendencias económicas que probablemente empeorarán las cosas. En primer lugar, algunas economías ricas –en particular el Reino Unido y Estados Unidos– son más débiles ahora, ya que han perdido gran parte de sus ventajas en el sector manufacturero. Otras han experimentado un descenso en el crecimiento de la productividad desde mediados de los años 70. En segundo lugar, la disminución de la participación de los salarios ha aumentado las desigualdades de ingresos, reduciendo la demanda agregada, la cual se ha mantenido artificialmente gracias al aumento en el endeudamiento de los hogares. En tercer lugar, la pandemia ha elevado los niveles de deuda de hogares, empresas y gobiernos a niveles récord. En cuarto lugar, los países, especialmente los más pequeños, están ahora mucho más integrados internacionalmente, comercial y financieramente, que en la década de 1970. Por lo tanto, pequeñas subidas de los tipos de interés pueden tener un impacto devastador en las finanzas de los hogares, las empresas y los gobiernos. Por ello, es probable que los países avanzados sufran graves contracciones económicas y un aumento del desempleo.
Anis Chowdhury y Jomo Kwame Sundaram, en The Edge Malasia
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