Estenssoro fue senadora de Argentina y legisladora de la Ciudad de Buenos Aires. Interesada en el caso de éxito de Uruguay en la gestión de la pandemia, así como en su ecosistema emprendedor, llegó a la conclusión de que nuestro país podría ser el primero de Latinoamérica que se embarque en una estrategia de desarrollo que apunte a ingresar en una economía del conocimiento. En diálogo con La Mañana, la escritora ahondó acerca de su último libro, donde plasma esta idea y las claves para lograrlo.
Usted fue la autora, junto con Silvia Naishtat, del libro “Laboratorio Uruguay: El pequeño gigante que sorprende en América Latina”. ¿Qué las motivó a escribirlo?
Fue en los primeros meses de la pandemia, cuando en Argentina estábamos encerrados en una cuarentena súper estricta y nos decían que en Uruguay tenían un sistema de libertad responsable, que los científicos del Instituto Pasteur y de la Udelar habían desarrollado los hisopados y que se hacía un rastreo masivo para evitar los contagios, lo que les permitía moverse con mayor libertad. En Argentina no teníamos los tests porque no era fácil conseguirlos en el mercado internacional por la gran demanda que había. Uruguay había desarrollado los tests propios, por eso tuvo una campaña tan exitosa ese primer año, donde tuvo menos de 100 muertos en total y fue uno de los países distinguidos. En Argentina era todo lo contrario, a pesar de que nuestros científicos habían desarrollado la fórmula de los tests, nunca se fabricaron, no había una campaña masiva, estuvimos encerrados. Entonces, con Silvia dijimos: “¿Qué pasa en Uruguay?”. Primero, no sabíamos que ustedes tenían un sistema científico de esa calidad y que además trabajaba con el sistema político y el sector privado para después fabricar estos kits, y nos pareció que ahí había algo interesante.
A esto se le suma que en el 2017 nosotras habíamos publicado un libro que se llama “Argentina innovadora”, donde mostrábamos que Argentina tenía un sistema científico de larga data y algunos de los mejores emprendedores tecnológicos de Latinoamérica, y que esos eran los pilares para que nuestro país pudiera embarcarse en una estrategia de desarrollo económico y social basado en la tecnología y en el conocimiento. Sin embargo, en el 2020 estos emprendedores que habían creado grandes multinacionales y que podían ser quienes nos sacaran de una situación de decadencia de muchas décadas, se estaban radicando del otro lado del río, en Punta del Este, en Montevideo, en Colonia. Fue así que pensamos que Uruguay podía ser el primer país en Latinoamérica que se embarcara en una estrategia de desarrollo, como hicieron países que hace pocas décadas estaban mucho más atrasados que Argentina como Corea del Sur, Israel, Irlanda.
¿Cambió su percepción sobre nuestro país al escribir este libro?
Encontramos cosas que no buscábamos. Era un libro que apuntaba a una estrategia de desarrollo económico, pero al poco tiempo de empezar a indagar nos dimos cuenta de que tenían otra cosa maravillosa que es la fortaleza política, una de las democracias más plenas, instituciones consolidadas, a diferencia de lo que pasa en gran parte de Latinoamérica y del mundo, donde hay un quiebre entre los gobernantes y los ciudadanos. En Uruguay, aunque sabemos que el día a día puede ser conflictivo, los partidos políticos siempre buscan no pasar un límite, y en momentos fundamentales como el aniversario del golpe de Estado, ahí estaban los expresidentes juntos, mostrando que a pesar de las diferencias hay un destino común y que tienen que ponerse de acuerdo. Esto ha hecho también que ustedes tengan una continuidad en las políticas económicas y sean el país que tiene la economía más previsible, más estable, el riesgo país más bajo y mayor seguridad para la inversión extranjera. Todo eso nos llamó a seguir investigando y a escribir este “Laboratorio Uruguay”, que es el experimento político y democrático más exitoso en estos 40 años desde el restablecimiento democrático. Sin desconocer los problemas que puede tener Uruguay, sobre todo en la tasa de crecimiento, que debería ser mayor, mantiene las bases para ser la Irlanda o la Corea del Sur de Latinoamérica.
Uno de los entrevistados para el libro, el Dr. en Sociedad del Conocimiento, Ricardo Pascale, de un tiempo a esta parte ha hecho énfasis en la necesidad de que el país ingrese en una economía del conocimiento, para lo cual afirma que sería fundamental mayor inversión en ciencia e innovación, algo que el país todavía no ha desarrollado, a su entender, como debería. ¿Cómo lo analiza? ¿Es un punto negativo?
Lo que dice Pascale en su libro “Del freno al impulso”, que es maravilloso y lo recomendamos muchísimo, se aplica para toda Latinoamérica: Uruguay se salteó dos revoluciones tecnológicas, se quedó en la segunda revolución, la fordista, la de la fabricación en serie de hace un siglo y de poco valor tecnológico. La revolución digital de finales del siglo XX y la cuarta revolución que es la convergencia de nanotecnología, biotecnología, infotecnología, inteligencia artificial, neurociencias, no fueron tomadas como estrategias de desarrollo. No alcanza con tener alguna gente talentosa, tiene que haber una estrategia de país que apunte al liderazgo hacia los próximos 20 años. Uruguay fue líder en la primera revolución industrial, cuando se convirtió en proveedor de alimentos para el mundo, pero después se fue quedando y, como dice Pascale, a partir de 1950 la brecha entre las tasas de crecimiento de los países desarrollados y la de Uruguay se fue haciendo cada vez más grande, porque faltó conciencia de que el mundo estaba yendo hacia una economía de la innovación.
¿Por qué no se invierte en ciencia y tecnología en los países de la región?
Porque pensamos que no podemos invertir mucho porque somos países pobres, y somos países pobres porque no invertimos lo suficiente. Mientras no modifiquemos nuestra estrategia de desarrollo económico, acorde con las exigencias del siglo XXI, no vamos a dar ese salto. Decimos que estamos en vías de desarrollo, pero no estamos en vías de nada, porque nuestro avance es muy lento respecto de un mundo vertiginoso que está desarrollándose con cambios exponenciales. La inversión en ciencia y tecnología en el desarrollo productivo tiene que ser por lo menos del 1,5% del PBI. Y hay que mejorar la educación, porque si la mitad de los adolescentes no termina el liceo, no estamos preparando a nuestros jóvenes para que sean trabajadores y profesionales de la economía del conocimiento.
¿En qué se distingue Uruguay entonces como para ser considerado un caso de éxito?
Es un ejemplo porque hay dos cosas que ha logrado en estos 40 años. Primero, esa consolidación política de la que hablaba, en el sentido de que no tienen una grieta política como se ve en la región y el mundo, porque cambian los gobiernos y no se empieza de cero, sino que hay una continuidad, con actualizaciones, pero son matices. Eso es muy importante porque estas son inversiones de largo plazo y es fundamental que haya un rumbo. Por otro lado, tiene un sistema científico relevante y un sistema de emprendedores fuerte, y tiene instituciones como el LATU, ANII, programas como el Uruguay Innovation Hub, que muestran un camino. El Frente Amplio hizo mucho para generar un ecosistema de innovación y el gobierno de Lacalle Pou lo quiere potenciar e internacionalizar, todo eso es muy positivo, pero hay que poner el pie en el acelerador porque el mundo no nos espera. Es el momento de que Uruguay dé ese salto y llegue a la cuarta revolución industrial. Nosotras con Silvia escribimos este libro obviamente pensando en Uruguay, pero también en Argentina, porque si Uruguay encuentra el camino, otros países de Latinoamérica también podrán hacerlo, y los argentinos y los uruguayos, como dice Mujica, nacimos en la misma placenta, tenemos una historia muy similar, entonces, es más fácil decir: “si ustedes pueden, nosotros vamos a poder”. Latinoamérica tiene todo para ser un continente plenamente desarrollado y no el más desigual del planeta.
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