La invasión de Ucrania por parte de Rusia y las sanciones impuestas por el mundo occidental aumentan considerablemente los riesgos financieros sistémicos. Es necesario remontarse a la preparación de la Primera Guerra Mundial para encontrar un precedente. El riesgo sistémico no recoge lo más probable, ni siquiera lo plausible. En cambio, una crisis sistémica es un acontecimiento improbable y altamente destructivo en el que las fuerzas de la inestabilidad se unen para crear una gran crisis financiera, cuyo costo puede ser una fracción significativa del PIB. En el centro de los escenarios en los que podría desarrollarse una crisis de este tipo, el peor sería resultado del temible círculo vicioso Estado-bancos.
Al igual que en 1914, los riesgos financieros más evidentes afectan a los bancos europeos directamente expuestos a los acreedores en guerra. Afortunadamente, estos no parecen plantear una preocupación sistémica inmediata. Los colchones de capital parecen amplios. En cambio, presumimos que el riesgo sistémico inicial aflorará en otros puntos. La amenaza más inmediata es que Rusia tome represalias cortando las exportaciones de gas a Europa, lo que desencadenaría una crisis económica inmediata en las economías dependientes de la energía, en particular Alemania. El impacto inicial lo sufrirán más Alemania y los países con mayor dependencia energética de Rusia, pero todos los países europeos se verán afectados. En ese caso, es esperable que el BCE ayude a los países europeos a superar la crisis. Pero ello no resultará fácil, ya que, si el BCE intenta monetizar el déficit en un contexto de contracción de la oferta, la consecuencia será probablemente un fuerte aumento de la inflación, mucho más allá del 7% actual.
Los bancos centrales han tenido el beneficio de que la política macroprudencial y la política monetaria tiraran en la misma dirección durante la última década y media, pero ya se acabó. La política monetaria actual exige menos liquidez y se opondrá a cualquier requisito macroeconómico emergente de más liquidez. Los participantes en el mercado lo saben, por lo que una perturbación relativamente menor de la liquidez podría conducir a una profecía autocumplida. Habiendo hecho lo que fuese necesario durante la última década y media, los bancos centrales han quedado con poca munición para luchar contra las consecuencias de la guerra de Ucrania y las sanciones. Si la crisis se vuelve especialmente grave, los gobiernos no tendrán más remedio que monetizar sus intervenciones, alimentando aún más la inflación. La consecuencia podría ser una mayor fragmentación europea, ya que algunos Estados tienen economías fuertes y una buena posición fiscal y, por tanto, les resultará mucho más fácil capear la crisis, mientras que las economías europeas más endeudadas se enfrentan a desafíos más serios.
Jon Danielsson, Charles Goodhart y Robert Macrae, en “Sanciones, Guerra y Riesgo Sistémico en 1914 y 2022”, publicado por VoxEu
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