Las narrativas dominantes en materia de organización económica de la sociedad han tenido fuertes reveses. La caída de la Unión Soviética puso fin al mito de los colectivismos hace ya tres décadas. Ahora le ha tocado el turno al llamado neoliberalismo, que ve fragmentarse al mundo globalizado. Entre estos dos polos de visiones poco realistas del mundo, sobrevive el Estado como factor fundamental en la regulación de los mercados y la promoción de los estándares de vida.
La atracción de las narrativas
Desde muy pequeños estamos expuestos a las narrativas en forma de cuentos infantiles y fábulas que permiten ordenar nuestros cerebros y adquirir las primeras nociones del bien y del mal, de los peligros y de las recompensas, y de las virtudes y los vicios. Seguramente Esopo, La Fontaine, Andersen y los hermanos Grimm han tenido más impacto en las ideas que retenemos y consideramos propias que la totalidad de escritores que el mundo ha producido en los últimos 200 años.
Las narrativas básicamente nos permiten entender el mundo y extraer conclusiones lógicamente consistentes con las premisas asumidas. Las teorías, ideologías y modelos también integran la familia de las narrativas, aunque generalmente nos topamos con ellas en etapas ya más adentrados en la vida. Nos brindan aquella misma sensación de seguridad y reafirmación de nuestros conocimientos.
El problema de las narrativas es justamente que para ser comprensibles deben simplificar un mundo muy complejo, y en ese proceso terminan siendo una idealización que se aparta progresivamente de la realidad. Podemos extraer conclusiones que luego no resultan ser muy aplicables. En el mundo real, puede que Caperucita Roja se equivoque de camino y termine en lo de los tres chanchitos en vez de la casa de la abuela.
Los “ismos”
Las ideologías adolecen del mismo problema: son útiles para entender, interpretar, clasificar y hasta pronosticar. Pero no dejan de ser un relato, una manera de ver una realidad cuya granularidad es mil veces más compleja que el tramado causa-efecto de las “ideas fuerza” que las caracterizan. Hasta pueden transformarse en un atajo para evitar el esfuerzo de un análisis más minucioso para comprender la realidad.
¿A qué viene esta disquisición tan poco económica? Se debe a la preeminencia de las ideologías como fuente de las narrativas impulsadas por grupos en apoyo a sus intereses especiales, cualesquiera que sean. Transformadas en una visión de la sociedad y de cómo organizar la actividad económica, son fáciles de explicar y comunicar a las masas.
Hoy dominan el neoliberalismo y –a falta de mejor término– los colectivismos. Ambas son visiones estilizadas que simplifican en extremo una realidad mucho más compleja y restringida en materia de las opciones disponibles.
¿Cuál es la narrativa del neoliberalismo? Dejad todo al mercado, que el mercado lo resolverá. ¿Quién la propaga? Quienes prefieren que el Estado se abstenga de intervenir en los mercados, por gozar ellos de una posición dominante.
¿Cuál es la narrativa de los colectivismos? Dejad todo al Estado, que el Estado lo resolverá. ¿Quién la propaga? Quienes prefiriesen que no existieran mercados, por querer ellos imponer su visión de una sociedad igualitaria donde no cabe la iniciativa individual ni el derecho a disentir.
El realismo del estado
Mercados y neoliberalismo no son sinónimos. Rechazar el neoliberalismo no implica relegar a los mercados a un papel secundario, sino simplemente reconocer sus limitaciones. ¿Qué sentido tiene esclavizarse a teorías que no describen al mundo tal cual es?
Por supuesto que los gobiernos electos deben inclinar la política económica hacia el perfil marcado en su plataforma electoral. Pero aun así enfrentan obstáculos al toparse con realidades no contempladas por la narrativa. El desafío del estado es retener a los mercados como mecanismo descentralizado de asignación de recursos, al mismo tiempo que compensar sus externalidades y eliminar sus excesos.
Muchos mercados por si solos inevitablemente tenderán a equilibrios de alta concentración de poder económico. La competencia perfecta es una ilusión de los neoclásicos que raramente se da en la realidad. Al Estado le compete nivelar la cancha para que el consumidor se beneficie de las bondades de la competencia.
Por otra parte, históricamente los gobiernos que se inclinaron por la planificación centralizada sin utilizar a los precios de mercado como fuente de señales para la asignación de recursos prontamente se encontraron con baja productividad, desabastecimiento, racionamiento y mercados paralelos.
En síntesis, ni el neoliberalismo ni los colectivismos son la solución, sino simplemente unos polos de referencia extremos entre los cuales el Estado deberá encontrar su equilibrio.
La leyenda negra del neoliberalismo en el sur
Ante todo, el término es un éxito del branding negativo. La academia jamás lo manejó, sino que hablaba de la economía neoclásica como un renacimiento de la economía clásica en contraposición a la revolución keynesiana que había situado al Estado en el centro de su modelo. Los neoclásicos volvían a sus raíces con innovaciones que enfatizaban la eficiencia de los mercados en base a supuestos muy estilizados acerca del comportamiento económico del ser humano.
De allí surgieron algunos conceptos interesantes como las expectativas racionales y la teoría de juegos, pero también otros (como los mercados perfectamente eficientes) que condujeron a la disparatada noción de autorregulación de la industria financiera y la consabida crisis del 2007-08.
El término neoliberal, en cambio, es más de barricada. Surge como etiqueta aplicada al barrer en círculos políticos y mediáticos de izquierdas (especialmente en nuestra región) a aquellos quienes promovían o instrumentaban medidas de reforma económica caracterizadas en su esencia por priorizar el desmantelamiento de estructuras y normativas estatales dirigidas a intervenir en los mercados.
Su usanza se impone principalmente en América Latina, a diferencia del contexto político en Europa donde el liberalismo se asocia históricamente a movimientos progresistas en oposición a los sectores conservadores. Quizás sea precisamente su énfasis central en defender las libertades individuales ante los avances del Estado lo que en ciertas mentes haya despertado una sospecha antisocial en la región.
Se identifica especialmente con las recomendaciones provenientes del llamado Consenso de Washington en los años 90, otro éxito del branding negativo que sugiere una confabulación de organismos internacionales y países del norte con el fin de obligar a los países del sur a adoptar políticas económicas de corte neoclásico.
Neoliberalismo del norte
En el norte las políticas neoclásicas no tuvieron tanta mala prensa y se impusieron con fuerte apoyo intelectual de la academia y donaciones de campaña electoral por parte de la industria financiera. Al anteponer la lógica del negocio por sobre todo otra consideración, sirvieron como plataforma conceptual para el lanzamiento de la globalización. Los países ya no existían, mandaban los mercados. Las relaciones comerciales e inversiones financieras transfronterizas se definían en función de finísimos diferenciales de precio.
Durante un par de décadas el auge económico fue notable, al punto que el sistema parecía funcionar sin riesgos aparentes. La confianza en los mercados hizo olvidar los viejos recaudos en cuanto a temas de seguridad, abastecimiento y transporte. La seductora narrativa de la globalización era omnipresente, hasta que llegaron la pandemia y la guerra en Europa para demostrar que los riesgos sí existían.
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