Es doctor en Economía y actualmente se desempeña como profesor del Departamento de Economía del Rochester Institute of Technology. Su área académica de interés incluye la microeconomía aplicada, la economía del desarrollo, la teoría del comercio internacional, entre otras ramas de investigación. En una entrevista que concedió a La Mañana, el especialista se refirió a la experiencia de Estados Unidos tras la apertura comercial con China y respondió qué deberían hacer los gobiernos para compensar a aquellos que se ven perjudicados por los acuerdos comerciales.
Los economistas están de acuerdo en general en que el comercio es bueno. Sin embargo, hay ganadores y perdedores al participar en la actividad. ¿Cómo describiría la experiencia de Estados Unidos en la apertura comercial con China? ¿Cuáles son las lecciones para los países que están negociando Tratado de Libre Comercio (TLC) con China? Uruguay está actualmente en negociaciones, por lo que estamos particularmente interesados.
El libre comercio con China ha beneficiado a los consumidores estadounidenses que han podido realizar compras de una gama más amplia de productos a un costo relativamente bajo. En ciertas tiendas en Estados Unidos, como Walmart, una gran cantidad de los artículos disponibles para la venta, como los textiles, se fabrican en China.
Dicho esto, el libre comercio ha diezmado al sector manufacturero de Estados Unidos. Hemos visto pérdidas de puestos de trabajo grandes y concentradas en los centros de fabricación anteriormente dominantes. Como resultado, la vida de las personas que viven en estos lugares “dejados atrás” se ha vuelto cada vez más miserable y ha generado apoyo para los políticos populistas. Consulte mi artículo en The Conversation publicado el 6 de enero de 2022 para obtener más detalles.
Ha escrito extensamente sobre el impacto de los acuerdos comerciales en general. ¿Cuáles son los efectos a largo plazo, además de las ganancias a corto plazo para el comercio?
Ciertos tipos de acuerdos comerciales multilaterales, como el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), seguidos de acuerdos realizados bajo los auspicios de la OMC (Organización Mundial del Comercio), han mejorado el bienestar en el sentido de que han proporcionado reglas claras que han ayudado a los países a determinar qué constituye un comportamiento inaceptable en el comercio internacional.
Dicho esto, los acuerdos comerciales multilaterales amplios son cada vez más difíciles de consumar, por lo que estamos viendo más acuerdos comerciales bilaterales y regionales. Los resultados a largo plazo aquí dependen de quiénes son las partes, cuáles son sus objetivos y si incentivos y los mecanismos de control del acuerdo (“carrots and sticks”) funcionan bien para las partes involucradas.
¿Qué se podría hacer para compensar a aquellas comunidades y personas que caen en el “lado perdedor” de un TLC? Usted enfatiza las políticas “basadas en el lugar” sobre las “basadas en las personas”. ¿Podría dar más detalles sobre esto?
Los gobiernos deben contar con políticas y procedimientos para ayudar a quienes se ven afectados negativamente por el comercio. Un ejemplo de eso es la Asistencia por Ajuste Comercial (TAA, por su sigla en inglés) en Estados Unidos. Sin embargo, el TAA es demasiado pequeño y, por lo tanto, no ofrece una asistencia significativa a quienes pierden con el comercio.
Los economistas generalmente favorecen las políticas basadas en las personas porque la idea es ayudar a los individuos que, en principio, son móviles y, por ende, pueden mudarse a lugares donde haya nuevos puestos de trabajo. Sin embargo, la evidencia disponible muestra que aquellos afectados a menudo no se mueven, por lo que las políticas que se basan en las personas y no en el lugar brindan poca o ninguna ayuda a esos individuos. Consulte mi artículo en The Conversation del 3 de agosto de 2020 para obtener más detalles.
¿Cree que la tendencia actual hacia un acuerdo internacional sobre el medio ambiente ayudará a los países en desarrollo en su trayectoria?
El problema ambiental más grande que enfrentamos hoy es el cambio climático. Aunque en el pasado se han realizado varios “acuerdos” para atacar el problema del exceso de gases de efecto invernadero, no hemos visto acciones significativas por parte de los actores clave porque los intereses de estos países son heterogéneos y se encuentran en diferentes etapas del proceso de desarrollo.
Contra la especulación de precios
Durante la pandemia de covid-19 ciertos productos subieron de precio, pero muchos economistas no tienen inconveniente con eso y no son partidarios de interferir con los precios del mercado. Sin embargo, la postura de Batabyal sobre el tema es diferente. En un artículo publicado a mediados de 2020 en The Globe Post bajo el título “Por qué los economistas que no tienen problemas con la especulación de precios están equivocados”, el profesor explicó por qué se opone a este fenómeno.
En primer lugar, planteó que, en el último tiempo, algunos productos que se hicieron muy necesarios en el combate al virus experimentaron “excesivos” aumentos de precios, tales como los desinfectantes para manos y, en particular, los tapabocas.
Según el experto, a los economistas, por lo general, “les gustaría ver que las fuerzas del mercado determinen los precios” puesto que ellos “cumplen la importante función de asignar bienes de manera eficiente a quienes más los necesitan”. Aquellos consideran que si el gobierno intenta manipular los precios determinados por el mercado, eso solo podrá conducir a “ineficiencias”.
Por el contrario, para el docente, si la principal preocupación de los gobiernos fuera la eficiencia económica de sus acciones, uno podría tener una justificación sólida para no tomar ninguna medida con respecto a la especulación de precios. “Pero cuando se enfrenta a una pandemia, el argumento para no hacer nada debe analizarse de manera integral”, manifestó en el citado medio.
Según su punto de vista, los economistas creen que los precios altos y las ganancias altas envían las señales correctas a los productores para que suministren más de un bien, pero, en realidad, el hecho de que ciertos productos sean mucho más caros –como en su momento lo fueron las mascarillas–, “no proporcionaría un incentivo suficiente para que los productores aumenten drásticamente la producción por un horizonte de tiempo indeterminado”, en el entendido de que no se puede saber cuánto durarán los altos precios.
A su vez, afirmó que incluso si se acepta que los precios altos son una señal suficiente para que los productores suministren más, es posible que no puedan hacerlo frente a determinadas regulaciones. “Por ejemplo, cuando se enfrentaban a precios altos para algunos productos, las empresas chinas no podían simplemente aumentar la producción porque las regulaciones gubernamentales les impedían hacerlo hasta que sus trabajadores estuviesen protegidos con mascarillas. De hecho, para cumplir con estas regulaciones, los productores de automóviles y teléfonos agregaron líneas de producción de mascarillas”, graficó en esa ocasión.
Por otro lado, el economista sostuvo que sería difícil estar de acuerdo con la proposición de que a los estadounidenses solo les importan los asuntos económicos en su vida cotidiana, dado que, al enfrentar la pandemia, “el beneficio para la sociedad de un sistema de salud en funcionamiento supera claramente cualquier costo para los productores de máscaras o desinfectantes para manos que no pueden vender sus productos a precios mucho más altos”.
Por último, otro argumento que esbozó en el documento fue que “el caso moral contra la especulación de precios radica en reconocer que, en medio de una pandemia, aumentar desmesuradamente los precios de bienes como las máscaras equivale a ‘patear’ a personas vulnerables como los trabajadores médicos”.
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