Un estudio reciente de los economistas Julien Acalin y Laurence Ball analiza los mecanismos utilizados en el pasado por Estados Unidos para restablecer el equilibrio fiscal, concluyendo que se basó en tres herramientas y un poco de buena suerte. La primera herramienta fue nuestra vieja amiga, el envilecimiento de la moneda. El Gobierno imprimió dinero, la inflación fue mayor de lo esperado y se pagó a los tenedores de bonos con dinero devaluado, como en Siracusa en su día. La segunda herramienta fue lo que la literatura denomina “represión financiera”. El Gobierno obligó a las instituciones financieras a adquirir grandes sumas de bonos del gobierno, mientras mantenía la tasa de interés topeada a niveles próximos a cero. Así se lograba financiar el gasto desenfrenado y se neutralizaba el hecho de que las bajas tasas de interés creaban poca demanda por nuestra deuda. La tercera herramienta fue austeridad. Reconociendo que se encontraba en una situación fiscal peligrosa, el Gobierno regularmente registró superávits. Por último, la economía ayudó. Hasta la década de 1970, la economía creció a un ritmo significativamente superior al nivel de la tasa de interés nominal, por lo que el aumento de los ingresos facilitó el pago de la deuda. Hoy, el descenso de la productividad y el envejecimiento de la población hacen improbable que la tasa de crecimiento económico supere a la tasa de interés; y la represión financiera, aunque es una herramienta disponible, parece peligrosa tras la quiebra del Silicon Valley Bank y otros bancos. El Congreso podría decidir generar grandes superávits para pagar la deuda, pero ninguno de los partidos políticos parece dispuesto a proponer tal cosa, lo que nos deja con la herramienta más comúnmente utilizada: la inflación y la consiguiente devaluación de la moneda.
Kevin A. Hassett, en National Review. Hassett fue presidente del Consejo de Asesores Económicos (CEA) del presidente Donald Trump entre 2017 y 2019.
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