El expresidente de la Universidad de Harvard, Lawrence H. Summers, en un reciente artículo publicado por Finance & Development del FMI, ha reconocido que la efectividad o utilidad de las teorías económicas dependen del contexto de lugar y tiempo en que se intenten aplicar, ejemplificando sobre su relativa incapacidad para explicar la muy especial coyuntura que el mundo afronta, aún desde antes de la pandemia del COVID-19.
Será hora entonces, con la debida humildad profesional, de reconocer esa nueva realidad y con pragmatismo buscar nuevas aproximaciones, retomando el análisis desde la propia apreciación de los temas económicos que más impactan y condicionan la incertidumbre de un cambio estructural en marcha, tanto en el ámbito global como doméstico. A continuación reflexionaremos sobre algunos de ellos, arriesgando opinión y reconociendo el derecho a eventuales posturas discrepantes.
Uruguay 2020: los impactos sectoriales de la pandemia
Desde una síntesis estructural, recientemente CEPAL informa que el 38,5% de los sectores de actividad han sido los más afectados, incluyendo Comercio, Turismo, Transporte y Servicios en general. El Agro fue el menos afectado. No se detuvo, lo que si bien representa algo más del 6% de PIB, su relevancia en las exportaciones alcanza niveles cercanos a sus tres cuartas partes, si consideramos por tal los productos de origen agropecuario.
Entre los medianamente afectados encontramos a la Industria, la que incluida la Construcción aporta el 23% del PIB, correspondiendo a esta última el 11%, lo que de por sí confirma la importancia de su reciente reactivación. El resto del sector, con la excepción de los subsectores vinculados a la cadena alimentaria, han visto disminuida críticamente su actividad, con envío de buena parte de la mano de obra al Seguro de Desempleo.
Con el Comercio -el que representa un 14% del PIB- y los Servicios públicos y privados -45% del PIB, incluido Turismo con un aporte del 7 a 8%- fuertemente afectados, podemos preliminarmente concluir -la información oficial de este segundo semestre la conoceremos recién avanzado septiembre- que la actividad económica se detuvo en rangos cercanos al 50%, comenzando recientemente una gradual reapertura.
La cotización del dólar: situación y perspectivas
A nivel mundial, la monetización -más particularmente el incremento de la emisión y circulación de dólares- ocurrirá fundamentalmente a partir de la crisis del año 2008, como estrategia para dotar de liquidez al comercio global y evitar su parálisis. Ahora, con las medidas adoptadas por los EE.UU. para amortiguar los efectos económicos de la pandemia en curso, dicha monetización de la economía real se expandirá notablemente.
En atención a estas referencias, la teoría económica aventuraría un debilitamiento del dólar, consecuencia de la magnitud y fundamentos de su expansión. Y sin embargo ello no ocurre. No ocurre pues aparece un factor equilibrante: el Fly to quality desde el resto del mundo hacia valores emitidos por el emisor, los EEUU, buscando refugio en tiempos de incertidumbre generalizada. Búsqueda de protección en un país cuya producción (el PIB) caerá entre 5 y 6% en el año 2020, en el cual los mercados financieros internacionales confían más que en una Unión Europea que perderá más del 7% en el mismo período.
Mientras tanto en Uruguay, un mercado cambiario altamente condicionado por el accionar de grandes operadores públicos y privados, el dólar ha reflejado evoluciones fuertemente condicionadas por políticas económicas circunstanciales, con brechas de diverso tenor en el relacionamiento con el mundo y la comarca. Actualmente hay acuerdo mayoritario sobre la no existencia de un mayor atraso cambiario con respecto a la situación global, sin perjuicio de brechas relevantes si tomamos en consideración a Brasil y especialmente Argentina. Esto último con los impactos sobre la colocación de nuestra producción, frente a potenciales ofertas competitivas en los mercados internacionales de productos de la cadena alimentaria.
Con estos fundamentos, aventuramos una cotización de 46 a 48 pesos uruguayos por dólar, en la medida que se intente evitar atrasos cambiarios con la región, los que nuevamente dificultarían la colocación rentable de nuestros productos.
El abatimiento del costo-país y la potenciación de la agroindustria y de clusters orientados a la exportación deberán ser mecanismos de expansión de los aportes de la producción agropecuaria, prioritaria hoy y en el mediano y largo plazo para un mundo ávido de la oferta alimentaria calificada.
El precio del petróleo
¿Otro “cisne negro” o fluctuaciones previsibles en un mercado oligopólico? Un mercado energético con valores estabilizados del petróleo en torno a los 60 dólares el barril, diferentes costos de explotación y nuevas tecnologías, verá quebrantada su estabilidad interna, en particular a raíz de un conflicto entre el segundo y tercer productor: Arabia Saudita y Rusia, con afectación en los EEUU, el de mayor producción mundial. La falta de acuerdo sobre el techo voluntario de extracción diaria habrá provocado la caída del precio hasta valores poco previsibles de 30 dólares por barril.
Ya en curso la detención drástica de la actividad económica global -como consecuencia de la pandemia del COVID-19- la caída de la demanda hará descender aún más los precios, ubicándose entre 20 y 25 dólares, lo que constituyen valores que se acercan peligrosamente a los break-even o umbral de rentabilidad, que en los EEUU se estima en 18 dólares el barril, mientras que en explotaciones offshore superan los 40 dólares y para explotadores en tierra -el caso de Arabia Saudita- se encuentran entre 5 y 10 dólares, dejando aún grandes espacios de beneficio.
En la excepcionalidad de la coyuntura, si bien la falta de capacidad de almacenaje a nivel mundial ha fundamentado transacciones a “precios negativos”, los mercados se han planteado en el rango antes mencionado de 20 a 25 dólares. Entendemos que en la medida que la reapertura económica cobre fuerza, los valores avanzarán desde 25 dólares hasta niveles de 35 dólares. En el mediano plazo los contratos futuros sitúan el precio esperado en 45 dólares el barril. Una evolución que si bien impulsa la competitividad de nuestros productos, a su tiempo también limita su efectiva colocación, en tanto se reduzca la capacidad adquisitiva de nuestros potenciales países clientes.
Ahora una nueva normalidad … ¿y después?
La nueva normalidad a la que nos ha forzado el COVID-19 no debe ocultar la presencia de un agente no siempre suficientemente visualizado: la Cuarta Revolución Industrial, con su carga sustitutiva de estructuras productivas, comerciales y de servicios basada en IT y robotización creciente, con desplazamiento de mano de obra no calificada.
Summers identifica el proceso en curso como Secular Stagnation o estancamiento secular de largo plazo, el que no comienza con y por la pandemia, sino que su desarrollo es previo a la misma. Ahora, con lo que está ocurriendo, de estancamiento hemos pasado a una depresión generalizada. Menor demanda desde el consumo y una inversión que decaía en volúmenes y valores fundamentaban la acumulación de ahorros sin aplicación en la economía real, con la consecuente caída de las tasas de interés y el traslado hacia los mercados de valores, muchas veces con motivaciones meramente especulativas.
Un “parate” global, con consecuencias aún pendientes de cuantificación, social y económicamente amortiguado por medidas fiscales y monetarias que intentan sostener la liquidez y la cadena de pagos, al tiempo que evitar la caída de la solvencia empresarial, mientras se atienden desde los Estados las urgencias sanitarias y sus consecuencias sobre los sectores más vulnerables de la población, con costos que se expanden al ritmo de la duración de la pandemia. En el horizonte de mediano plazo, primero deflación, luego recuperación e inflación generada por la monetización actuante, mayor exceso de endeudamiento público y privado y un proteccionismo comercial exacerbado. Un nuevo mundo que de la mano de la Cuarta Revolución Industrial aceleradamente se impondrá como nueva realidad global.
En este marco de actuación, nuestro Uruguay 2020-2021 deberá intentar desde la propia urgencia iniciar la recuperación a partir de un escenario ya complicado ex ante a la pandemia, complementando acciones socio-económicas de aplicación inmediata con planes de adecuación de la estructura productiva a los nuevos tiempos en gestación, así como una reapertura gradual de subsectores con elevado coeficiente Empleo/Producto. El abatimiento del costo-país y la potenciación de la agroindustria y de clusters orientados a la exportación deberán ser mecanismos de expansión de los aportes de la producción agropecuaria, prioritaria hoy y en el mediano y largo plazo para un mundo ávido de la oferta alimentaria calificada.
(*) Doctor en Economía por la Universidad de Sevilla, máster en Administración Pública y Macroeconomía en Harvard.