Las interpretaciones del pasado están lejos de ser estables. Estas son continuamente modificadas por las urgencias del presente. Cuando en nuestros tiempos y vidas surgen nuevas urgencias, la mira del historiador se desplaza, explorando ahora en las sombras, poniendo en relieve las cosas que siempre estuvieron allí pero que las historias anteriores habían descuidadamente recortado de la memoria colectiva. Nuevas voces resuenan en la oscuridad histórica y demandan atención.
Arthur Schlesinger Jr., autor de “La era de Roosevelt” y uno de los principales historiadores del New Deal.
Cuando se hizo el desembarco norteamericano en Normandía el 6 de junio de 1944, Estados Unidos llevaba más de cinco años preparando a sus fuerzas armadas y a la economía para un conflicto que ya a fines de la década anterior resultaba inevitable. Bernard Baruch, banquero y asesor cercano de Franklin D. Roosevelt decía por aquella época que “no se puede simplemente encargar una Marina como si fuera un kilo de café, verduras o carne, y decir, tendremos eso para la cena. Lleva tiempo. Y lleva organización”.
El 28 de mayo de 1940, un día después de que las tropas belgas ofrecieran su rendición, el presidente Roosevelt –a instancias de Baruch- llamó a Bill Knudsen, un ingeniero experto en producción en masa y en administrar proyectos complejos. El 30 de mayo Knudsen viajó a Washington para reunirse con FDR, convirtiéndose rápidamente en presidente de la Oficina de Administración de la Producción (OPM) y asesor de la Comisión Asesora de Defensa Nacional (NDAC). Comenzaba el esfuerzo industrial y organizativo más grande de la historia, algo que solo fue posible por las políticas aplicadas del New Deal, que habían logrado poner nuevamente en pie la economía y la sociedad de Estados Unidos. Este esfuerzo convertiría una industria civil en la más poderosa industria militar y transformaría a Detroit en el “arsenal de la democracia”.
Quizás resulte difícil de comprender hoy, pero las libertades políticas logradas en Europa luego de terminada la Segunda Guerra Mundial fueron en gran parte el resultado de un Estado que no dudó en actuar sobre la economía cuando consideró que ello era esencial para lograr la victoria. Si FDR hubiera abandonado la planificación, organización y coordinación del esfuerzo económico, quien sabe si hubiera existido una Playa de Omaha con la posterior liberación del continente europeo. Y quién sabe bajo qué color de totalitarismo podríamos estar sometidos al día de hoy.
Con estos antecedentes, no resulta sorprendente que Estados Unidos e Inglaterra hubieran designado a dos economistas de raíz keynesiana para liderar la conferencia de Bretton Woods, que comenzó solo tres semanas después del Día D. Esta conferencia reunió a delegados de las cuarenta y cuatro nacionales aliadas con el objetivo de diseñar la nueva arquitectura financiera y económica mundial. De los acuerdos alcanzados en el pequeño pueblo del estado de New Hampshire (EE.UU.) nacerían el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Por si aún existen dudas del prestigio que gozaban las ideas keynesianas en aquella época, el Reino Unido designó como su representante al propio John Maynard Keynes. Este acudió a la conferencia con la misión de conservar lo que pudiera de las prerrogativas imperiales que su país había usufructuado hasta la Gran Guerra, y que se habían visto seriamente debilitadas durante el período de entreguerras.
Keynes encontraría del otro lado de la mesa de negociaciones a un tecnócrata poco conocido hasta entonces. Harry Dexter White era el enviado del secretario del Tesoro de EE.UU. y tenía por objetivo principal colocar al dólar en el centro de la economía mundial, reemplazando el rol que había ocupado hasta ese momento la libra esterlina. White no solo comulgaba con las ideas keynesianas sino que había tenido la oportunidad de ponerlas en práctica durante el New Deal.
Pero las ideas de White iban aún más allá; en privado era un admirador del modelo de organización económica de la Unión Soviética. Es algo paradójico si uno piensa que en aquella época su poder sobre la economía norteamericana era comparable al de un presidente de la Reserva Federal hoy. En los hechos, White visualizaba un mundo de postguerra en el que el modelo de planificación centralizada tendría un rol ascendente, sin que ello necesariamente implicara reemplazar el modelo capitalista americano. De alguna forma un visionario, White imaginaba un mundo donde coexistirían los dos modelos de organización económica, algo quizás no muy diferente a la disputa que presenciamos en la actualidad entre Estados Unidos y China. Benn Steil, en “La batalla de Bretton Woods”, registra el entusiasmo del subsecretario del Tesoro de EE.UU. por el modelo económico soviético: “Rusia es la primera instancia de una economía socialista en acción. ¡Y funciona!, escribe White. Gran parte del rencor hacia la Unión Soviética dentro del sistema político americano se explicaba según White por una hipocresía política nacida de la incapacidad ideológica de reconocer el éxito de la economía socialista”.
El pragmatismo de Dexter White lo llevó en 1935, en plena Gran Depresión, a afirmar: “El llamado de alerta ante la “pérdida de confianza” es en gran medida una cortina de grupos conservadores que tradicionalmente se oponen a casi cualquier gasto del Estado y a cualquier aumento de los impuestos. Son demasiado cortos de vista para darse cuenta que el prolongamiento de los niveles de desempleo actuales constituye la amenaza más peligrosa para sus propios intereses… La afirmación de que el mercado de bonos no podría absorber los bonos del Estado se ha hecho desde que se produjo el primer déficit fiscal. Sin embargo, hoy en día los precios de los bonos del Estado en Estados Unidos son más altos que nunca… Si las empresas no aprovechan el potencial que constituye el poder adquisitivo de los desempleados, el Estado puede reemplazarlos prácticamente sin gasto alguno para la comunidad”.
Ese mundo de prosperidad y libertades que asociamos a la “pax americana” de la postguerra se asentó en el marco institucional económico fundado por Keynes, White y sus asesores. Fue precisamente cuando estas instituciones empezaron a debilitarse –en gran parte por el abuso que Estados Unidos comenzó a hacer del “poder exorbitante” del dólar– que Occidente empezó a debilitarse económica y socialmente. Ensoberbecidos por la caída de la Unión Soviética, algunos grupos de poder vieron la oportunidad de incorporar su agenda neoliberal a los Estados y las políticas, utilizando en el proceso a los mismos FMI y Banco Mundial, instituciones concebidas por dos keynesianos. Fue en ese momento que Fukuyama declaró el fin de la historia, sin advertir acaso que el Reino del Medio venía haciendo rápidos avances respecto a Occidente. ¿Seguirá insistiendo Occidente con estas ideas? Sería interesante saber qué hubieran pensado Hamilton, Lizt o Masayoshi de lo que Occidente llama hoy política económica.
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