Acaba de concluir el tradicional Congreso Anual de la Federación Rural del Uruguay, una de las instituciones de mayor arraigo y peso en el agro uruguayo. En un año electoral, este tipo de eventos no es ajeno a la campaña y con ello los reclamos y propuestas. De hecho, estos han conformado una agenda más amplia, en el marco de la cual se presentan desde temas tecnológicos hasta pilares relevantes de las principales actividades agropecuarias. A la vez, es destacable cómo, desde gremiales tan tradicionales, se ha avanzado en la renovación generacional a partir referentes renovados y agrupaciones de jóvenes y mujeres con temáticas propias en las diversas dimensiones del sector.
Más allá de esta referencia general, el mensaje y los temas centrales del congreso muestran claramente uno de los mayores problemas de la producción en el Uruguay de hoy: el atraso cambiario, que está destrozando la competitividad, factor necesario e indispensable para proyectarse a los mercados, generar crecimiento y sostener sectores claves de la economía nacional.
La gravedad del atraso cambiario está en su magnitud y en el tiempo que ha durado: el mayor en décadas. No es nuevo que el sector exportador denuncie la pérdida de competitividad. Cuando se la analiza, se ven una cantidad de variables directas, como el precio de dólar, los costos internos –en particular energía y combustibles, infraestructura y logística, los impuestos, los salarios– y la necesidad de mejores condiciones de acceso a los mercados internacionales. Estos factores no son nuevos para una economía tan pequeña como la de Uruguay, pero la realidad es que el sector agroexportador, muy apalancado en el sector primario, ha logrado en muchos rubros salvar estas diferencias. Esto no esconde una agenda relevante en términos de competitividad, pero muestra una capacidad que ha tenido el agro desde una dimensión global para producir y lograr nichos de calidad.
Sin embargo, a pesar de todos los logros, que no repasaremos en este artículo, y las posibles agendas que se plantean, hay una variable que tiene tal peso que puede terminar afectando cualquier logro o posibilidad: el tipo de cambio, lo que permite o no la competitividad, porque en última instancia puede siempre darse una definición por precio.
Podemos tomar diversidad de variables para considerar; una de relevancia es el Tipo de Cambio Real Efectivo que elabora el Banco Central del Uruguay, una de las mejores para abordar la competitividad del país. Y lo que muestra con claridad es que nuestro país se ha vuelto muy caro, lo que ha afectado a la producción agropecuaria, pero también al turismo y a la industria nacional. El indicador está muy por debajo de su promedio histórico, hasta en niveles que superan el 40%, claramente una brecha alarmante. Pero la mayor gravedad se ve cuando se analiza respecto de los primeros socios comerciales, ante los cuales se amplía el desajuste. Ante la variabilidad de precios en los mercados internacionales o dificultades en acceso a mercados, la situación se agrava afectando otras alternativas que se han construido desde el sector. Existen ejemplos que muestran claramente desagregados de valor que atienden a búsqueda de mejoras en márgenes o falta de incentivos.
En los discursos que fueron acompañados por una presentación que trataba el tema del dólar con una visión de futuro, se destacó el brutal atraso cambiario, y se muestra la preocupación por otros temas también relevantes. Se hace un reconocimiento a la baja de la inflación como variable y a la libre flotación, pero el costo se da en términos de competitividad, ya que se tiene la variable tipo de cambio para atender inflación vía manejo de la tasa de interés. El reclamo da a entender que el gobierno no buscará mejorar del tipo de cambio, sino que apunta sobre otras variables como la impositiva, entendiendo que se carga enormemente para financiar otros sectores de la economía.
Es bastante entendible el planteo buscando alternativas y apelando a los efectos y encadenamientos que el sector agropecuario tiene en la economía, buscando una sensibilidad del sector político que comprenda su relevancia. Son claras las palabras que afirman “ser socio económico y social para el país, y no solo una fuente de recursos”.
La Federación Rural expone el sentir de otras instituciones y referentes agropecuarios que buscan decir que el sector debe dejar de ser visto como una fuente de recursos y ser visto como un socio motor del desarrollo social y económico del país.
Los planteos están bien sintetizados y argumentados en un documento expresamente elaborado para los precandidatos, donde se resumen diez ejes temáticos que son el atraso cambiario, impuestos nacionales, impuestos municipales, salud animal, infraestructura, logística y comunicaciones, sistema financiero, inserción internacional, capacidades institucionales, funcionamiento del Estado, solicitud de cambios en normativas vigentes o planteos de normativas nuevas y temas varios. Pero existe una realidad: muchos de los temas que se plantean terminan salvándose con una mejora del tipo de cambio.
El agro no es el único sector afectado, pero claramente es central en este aspecto. Dado el avance en la campaña y la rigidez que se ha planteado desde el gobierno en la búsqueda de equilibrios macroeconómicos, se busca ampliar el abanico de propuestas. Claramente hay una espera de propuestas y compromisos de campaña que se deben ver en los próximos meses.
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