Así como el liberalismo político y el liberalismo económico tienen poco en común más allá de defender la libertad individual como el valor supremo de la humanidad, el nacionalismo político y el nacionalismo económico distan entre sí a la hora de asignar prioridades.
El liberalismo económico (o neoliberalismo, al decir de sus contrincantes) no claudica en su oposición a la intervención del Estado en asuntos económicos. El liberalismo político, en cambio, acepta la existencia de necesidades sociales que se imponen por sobre la acumulación irrestricta de capitales y ve la regulación como un mal necesario para evitar otros mayores.
El nacionalismo político, según la definición de Anthony Smith, implica un enfoque prioritario de la autonomía, la unidad y la identidad nacionales. En sí, una trinidad loable, pero históricamente manchada por agresiones externas y persecuciones internas en países practicantes volcados al populismo. El nacionalismo económico, en cambio, ha tenido que luchar en contra de esta contaminante asociación de ideas.
Hoy el nacionalismo económico se perfila como principal rival ideológico del neoliberalismo, no solo frente al colapso de las experiencias del socialismo científico y el comunismo sino también ante la actual fragmentación de la hiperglobalizacion. Al punto que cualquier “desviación” de la ortodoxia neoliberal es inmediatamente etiquetada como nacionalista por los afectados, al mejor estilo del librito rojo de Mao.
¿Qué es el nacionalismo económico?
El nacionalismo económico no se define con palabras sino acciones. Se trata generalmente de iniciativas y proyectos dirigidos por el Estado y enfocados en la producción, el empleo y el comercio internacional e interno. Incluye la creación de las infraestructuras necesarias para el crecimiento de estas actividades.
Pero quizás la creencia central del nacionalismo económico es que la economía debe dirigirse a lograr metas nacionales tales como el pleno empleo de calidad en base al crecimiento de la producción y la conquista de mercados externos. Pone énfasis en una educación también de calidad, en la seguridad interna y una red de servicios sociales en apoyo de los segmentos más frágiles entre la población.
Implícita en esta visión está la idea que al Estado le corresponde un papel central en una planificación que –sin ser centralizada ni dominante– busque abrir nuevas actividades que agreguen valor a la producción primaria en áreas de ventaja comparativa.
En muchos casos los proyectos rentables exceden la capacidad de financiamiento de inversores locales, dejando el campo abierto a empresas multinacionales cuyos objetivos no siempre coinciden con las metas nacionales. La presencia del Estado como promotor e inversor puede contribuir a la participación del empresariado nacional en proyectos que de otra forma no estarían a su alcance.
Los tiempos cambian
Si bien el liberalismo y nacionalismo comercial se han enfrentado ideológicamente por siglos, alternando según los tiempos en la preferencia de los gobiernos, actualmente pareceríamos estar atravesando una situación de transición. La combinación de los estragos de la pandemia y las tensiones geopolíticas están moviendo los platos tectónicos de la economía global nuevamente en dirección al nacionalismo económico a expensas de la hiperglobalizacion.
Cuando Biden y Trump lanzaron sus programas de estimulo a la economía con preferencia para compra nacional, cuando Macron habló de autonomía estratégica y cuando Alemania creó un fondo de rescate para pymes nacionales, ya se vislumbraba un renacimiento. No es de extrañar que haya sido justamente en los países apegados a tradiciones de nacionalismo económico. Se considera que Alexander Hamilton, revolucionario fundador de los EE.UU. y su primer ministro de Economía, fue precursor del nacionalismo económico.
Podría argumentarse que China practica un nacionalismo económico al utilizar los mercados mundiales para solucionar el enorme desafío de elevar el nivel de vida de centenares de millones de sus habitantes. Asia ha sido pródiga en casos de crecimiento económico sostenido en base a un fuerte liderazgo del Estado, como en los casos de Taiwán, Singapur, Corea del Sur y Hong Kong. Ni mencionar a Japón.
Es que el nacionalismo económico no debe confundirse con el proteccionismo; todo lo contrario, necesita de mercados abiertos –incluso los suyos– para crecer. Se trata de que el Estado apoye al empresariado en sus intentos de penetrar nuevos mercados con nuevos productos.
¿Y por casa cómo andamos?
Uruguay necesita urgentemente un modelo de crecimiento que ofrezca la oportunidad de mayor crecimiento y mejor distribución. Se han hecho esfuerzos de abrir nuevos mercados, pero poco se ha logrado y mayormente en base al aumento de precio de sus exportaciones tradicionales.
No es el momento de profundizar en las causas, acaso solo señalar que si no fuese por el rol de estado como empleador de última instancia el desempleo seria un serio problema. También reflexionar en que el nivel salarial para un porcentaje sustancial de la población no alcanza a ser decoroso. Las tendencias actuales llevan a pensar que el electorado será cada vez mas vulnerable al populismo en la medida que no haya una reversión.
La economía sigue dependiente de factores externos totalmente ajenos a nuestro control. No hay curas rápidas ni resultados instantáneos, pero la búsqueda de un consenso nacional en torno a revitalizar la función proactiva del Estado sería un buen comienzo. El resto del mundo ya está en eso.
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