El Dr. en Sociedad de la Información y del Conocimiento, experto en finanzas y dos veces presidente del Banco Central, conversó con La Mañana acerca de su nuevo libro, donde expone los problemas que atraviesa el Uruguay y pone el foco en el futuro, explicando cuál es el camino que el país debe seguir para mejorar el bienestar de sus habitantes.
Su nuevo libro se titula “Del freno al impulso. Una propuesta para el Uruguay futuro”. ¿Qué provocó ese freno y hacia dónde se debe encaminar el país para superarlo?
Ese enlentecimiento que aparece en la trayectoria económica del Uruguay en algunos aspectos y en particular en el producto per cápita, existe un consenso en la academia en cuanto a que se produjo a mediados de los 50, o sea, con posterioridad a la guerra de Corea. A partir de ese momento, Uruguay empezó a enlentecer su crecimiento y a separarse de países como Italia, España, Francia, y ni hablar de los países de alta tecnología como Estados Unidos, Alemania o Japón.
Luego de la revolución tecnológica que produjeron las tecnologías de la información y la comunicación, que arrancó a comienzos de los 70 con la aparición del chip que desarrolló Intel en su laboratorio de Santa Clara (California), se empezó a producir la revolución del conocimiento. Hace unos 20 o 25 años aparecieron nuevas innovaciones muy disruptivas, como la inteligencia artificial, la genómica avanzada, el internet de las cosas, la impresión 3D. Realmente ellas están cambiando de una forma muy drástica las formas de hacer economía.
Sin embargo, Uruguay no ingresó con fuerza en esas revoluciones. Y los países hoy ya no crecen tanto por su capital, sus recursos naturales ni el trabajo, sino que crecen por el conocimiento.
¿Qué implica que una economía esté basada en el conocimiento?
La economía basada en el conocimiento se da cuando se empiezan a aplicar las ciencias, la tecnología y la innovación a la generación de nuevos bienes y servicios, que van a tener mucho mayor valor agregado y mucho valor único y eso, en definitiva, va a llevar a un incremento de los niveles de vida de la población. Hoy no existe ningún país desarrollado en el mundo que no haya ingresado en una economía del conocimiento.
¿Qué ha pasado con los países de América Latina en ese proceso?
Los países de América Latina, en general, no han ingresado en una economía basada en el conocimiento y han quedado, básicamente, produciendo bienes y servicios de baja y media tecnología, o directamente commodities, y no productos en los cuales se va incorporando el conocimiento. Esa es la causa por la cual estos países perdieron dinamismo frente a los que eran sus referentes.
Nuestro producto per cápita es mucho más chico que el de otros países que eran similares a nosotros. Ellos ingresaron en una economía del conocimiento, han hecho una aplicación económica del saber, algunos muy intensamente, otros menos, y por eso llegamos a esta situación en la que nos hemos ido separando. Este es el gran problema que tenemos y que lo vemos todos los días en nuestra tasa de crecimiento, que es muy lenta con respecto a la de otros países.
“Vivimos una tiranía del corto plazo, sin tener bien claro el rumbo hacia donde se va”, afirma en el libro. ¿Cómo lo explica y qué riesgos representa?
Uruguay y muchos países de América Latina no tienen el futuro en su agenda, por eso hablo de “la tiranía del corto plazo”. El futuro aparece en algunas cosas puntuales, pero no en una estrategia de largo plazo de crecimiento.
El siglo XIX fue europeizante, el siglo XX fue americanizante (Estados Unidos) y el siglo XXI es de Asia en su conjunto. Todos esos países piensan en términos de 100-150 años. Yo no pido tanto, sino, por lo menos, pensar en 20, 30, 40, 50 años, hacia dónde exactamente va el Uruguay, si se va a quedar en una economía antigua basada en las cantidades y preocupada por los problemas del corto plazo, o si va a pensar en cómo enfocarse hacia una economía basada en el conocimiento.
En el libro, usted no solo le da un marco teórico al problema, sino que dice qué camino debería seguir el país y cómo tendría que transitarlo. Habla de “una propuesta para el Uruguay futuro”. ¿Qué habría que tener en cuenta en esa línea?
Exacto. En el capítulo 10 yo digo que tenemos que tomar el camino que han tomado los países que han crecido, y pongo los elementos esenciales para ingresar en una economía del conocimiento. Estos son: una sólida voluntad política y amplios consensos de las partes interesadas; la educación; potenciar la investigación científica y su aplicación útil; y la innovación, productividad y competitividad de los sectores productivos.
Luego profundiza aún más, ingresando en lo que usted llama “la arena de los hechos”, para lograr que el país se encamine en esa dirección.
En ese sentido, hay tres puntos fundamentales. Primero, las microestructuras para industrializar la innovación, donde tenemos todo el tema de las venture builders y las startups. En segundo lugar, afirmo que las finanzas de la innovación tienen que ser pacientes, con compromiso, y es necesario hacer un portafolio de proyectos. El último punto es la gobernanza del ecosistema de la economía del conocimiento.
¿En qué medida influye la escasez de recursos en áreas como la innovación y el desarrollo en las dificultades de seguir ese camino que usted plantea?
Dejemos de lado este momento que estamos viviendo de esta pandemia inusitada… Los recursos frecuentemente vienen del Estado, pero a veces no hay posibilidades y pueden salir del sector privado. Un ejemplo es “Lab+”, el venture builder que desarrolló el Institut Pasteur, que es de recursos privados –es el único en Uruguay con esas características-. Entonces, en un país que es pobre o que tiene dificultades fiscales –que debido a la pandemia van a quedar más débiles todavía-, habría que pensar en estas cosas, ir al sector privado.
¿Cuál debería ser el rol de la educación para que el país pueda ir hacia la economía del conocimiento? ¿Cuán importante es hacer una reforma educativa en ese aspecto, que es algo que se viene hablando desde hace muchos años?
Es muy importante hacer una reforma educativa, pero antes de eso me parece que tenemos que saber cuál es el camino que va a seguir el país. Sabiendo eso podremos diseñar la enseñanza que sea más apta para ese rumbo, y una vez que se defina eso, tenemos que ver cuál es la currícula que se va a hacer, adaptada a los tiempos que vivimos, la actualización de los docentes, las metodologías, etcétera.
¿Cuán lejos estamos como país de poder llegar a esa economía del conocimiento?
Eso va a depender exclusivamente de lo que los uruguayos definamos: si queremos seguir el mismo camino que estamos siguiendo hasta ahora, donde no hay un rumbo claro, o si vamos a ir hacia una economía del conocimiento. Eso lo tienen que definir los distintos colectivos, no solamente políticos, sino sociales, profesionales, sindicales, empresariales y demás, y ponerse de acuerdo. Si se logra un consenso y se va rápido… hay países que en 15-20 años han hecho grandes modificaciones radicales, como es el caso de Finlandia o Nueva Zelanda.
Pese al contexto que atraviesa el país, usted termina el libro con un mensaje muy optimista: “No tengo duda de que Uruguay tiene ese grado de madurez para comprender cuál es la estrategia a seguir y que estará, como decía Ortega y Gasset, a la altura de las ideas de los tiempos”.
Sí. Soy optimista en que Uruguay estará a la altura de las ideas de los tiempos y actuará en consecuencia.
TE PUEDE INTERESAR