La suba sostenida de tasas de interés de los bancos centrales que persiguen el único objetivo de contener la inflación ha impactado en una baja del empleo, generando mayor desigualdad: mientras que aumentaron los ingresos de los titulares de activos financieros, los hogares más vulnerables se vieron afectados negativamente. Esta conclusión se desprende de una reciente investigación en la que participó el prestigioso economista internacional Mario Seccareccia. En una conversación que mantuvo con La Mañana, el experto opinó que las autoridades monetarias deberían tener un enfoque mucho más amplio y considerar aspectos como el empleo y la distribución de la renta.
En un artículo reciente escrito con Guillermo Matamoros, usted destaca que la Fed ha priorizado combatir la inflación sobre su otro mandato, que es preservar el empleo. ¿Podría explicar esto?
A diferencia de los regímenes de metas de inflación, como Uruguay, México, entre otros, que tienen como enfoque exclusivo alcanzar sus respectivas metas de inflación, desde 1978 la Fed se guía oficialmente por un mandato del Congreso de Estados Unidos para lograr el doble objetivo de pleno empleo y estabilidad de precios. En 2012 hicieron más preciso el objetivo de estabilidad de precios al adoptar una meta específica de inflación del 2%, y en 2020 las autoridades de la Fed acordaron que el objetivo del 2% debía ser un promedio durante un cierto período en lugar de lograr una estricta tasa de inflación del 2% anual. Esta meta de inflación promedio ofrece mayor flexibilidad para poder alcanzar el objetivo, considerando también sus consecuencias sobre el empleo.
Para una agencia de gobierno tan importante –el banco central– Guillermo Matamoros y yo creemos que un mandato dual o, más generalmente, de múltiples metas, es preferible a una meta única de inflación del 2%. Un mandato de objetivos múltiples obligaría a los bancos centrales a ser más responsables socialmente y rendir cuentas a todos en la sociedad, a diferencia de un objetivo único de lograr una tasa de inflación del 2%, que, como hemos tratado de demostrar en nuestra investigación, tiene un sesgo de clase social muy indeseable al apoyar principalmente a los tenedores de activos financieros, o lo que llamamos rentistas. Creemos que los bancos centrales deberían tener un enfoque mucho más amplio.
¿Por ejemplo, en qué aspectos deberían enfocarse?
Las autoridades monetarias deberían ser responsables de tratar de lograr un alto nivel de empleo, una distribución más equitativa del ingreso y fomentar inversiones más respetuosas con el medioambiente. Este último es un objetivo que incluso nuestro exgobernador del Banco de Canadá y luego del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ha defendido durante muchos años.
Bajo la presión pública sobre los gobiernos en el poder, hemos visto a bancos centrales, como el Banco de la Reserva de Nueva Zelanda en 2018 y el Banco de Canadá en 2021, oficialmente obligados por sus gobiernos a ampliar un poco sus estrechos mandatos de metas de inflación al incluir una mención explícita de lograr un nivel alto y sostenible de empleo. De alguna manera, como pudimos demostrar en nuestra investigación, esto es lo que estos regímenes de metas de inflación hicieron en la práctica después de la gran crisis financiera de 2008-2009, adoptaron una política de metas de inflación algo más laxa o flexible porque temían cada vez más la deflación y el estancamiento secular en los países industrializados luego de dicha crisis. Sin embargo, desde finales de 2021 y durante 2022, con el repunte de la inflación nuevamente, los bancos centrales han vuelto a una política más estrecha y restrictiva perseguida antes de la crisis, enfocada en combatir la inflación y más alineada con una regla precisa de funcionamiento de la tasa de interés, conocida como la regla de Taylor.
Usted afirma que esta política asimétrica se ha traducido en un aumento de la desigualdad. ¿Podría explicar el mecanismo?
En los regímenes de metas de inflación, las autoridades monetarias tienen un mecanismo incorporado para elevar las tasas de interés cada vez que la tasa de inflación comienza a acelerarse por encima de la meta de inflación del banco central, es decir, elevando los ingresos de los tenedores de activos financieros o rentistas, mientras desestabilizan los ingresos de otros grupos de la sociedad, especialmente los asalariados. Por lo tanto, a medida que aumenta la inflación, un banco central debería aumentar las tasas de interés independientemente de las consecuencias sobre el desempleo. De hecho, de acuerdo con esta lógica política, en tiempos de inflación las autoridades monetarias necesitan deliberadamente un mayor desempleo para crear suficiente temor a la pérdida de puestos de trabajo en el mercado laboral para, de esa forma, reducir las demandas salariales y de alguna manera frenar la tasa de inflación. El problema es que esto se logra tanto a través de una mayor pérdida de empleos como de una carga de deuda cada vez mayor para las empresas comerciales y para los hogares, al mismo tiempo que aumentan los ingresos de los titulares de activos financieros.
¿Qué conclusiones han obtenido en su investigación en particular sobre este tema?
Lo que hemos demostrado en nuestro estudio es que, desde que los bancos centrales adoptaron una política prorrentista de “primero la inflación” –es decir, una prioridad de lucha contra la inflación sobre todos los demás objetivos posibles–, históricamente eso condujo a una participación cada vez mayor de los ingresos por intereses de los tenedores de activos financieros y una proporción decreciente de los ingresos laborales en el ingreso nacional total. Esto significa que afectó a los hogares más vulnerables y a los más endeudados, generalmente en la parte inferior de la escala de ingresos, lo que hizo que la distribución del ingreso y la riqueza fuera más desigual. En los países industrializados, este fenómeno de disminución de la participación en el ingreso laboral y creciente desigualdad existió desde la década de 1980 y hasta la gran crisis financiera, después de la cual los bancos centrales comenzaron a mantener las tasas de interés muy bajas al reducir algo la carga de la deuda de los hogares. Desde principios de 2022, hemos visto una reversión completa con el fuerte aumento de las tasas de interés del banco central una vez más.
Usted es crítico con la regla de Taylor y le atribuye las consecuencias observadas. ¿Por qué razones?
La regla de Taylor cristaliza bien esta prioridad de política de “primero la inflación” porque dice que, si la tasa de inflación está por encima del objetivo, los bancos centrales deberían aumentar las tasas de interés. Al mismo tiempo, si el desempleo es demasiado bajo, deberían aumentar aún más las tasas de interés, lo que en el contexto de América del Norte significaría un efecto combinado en el aumento de las tasas de interés, como hemos visto recientemente. La adopción de tal política en la Fed, por lo tanto, obstaculizaría su mandato dual actual e implicaría apoyar de manera más rigurosa y sistemática los intereses de los ingresos de los rentistas, al tiempo que crearía un mayor desempleo para los trabajadores. Esto se hace de una manera que sistemáticamente compensaría en exceso a los que obtienen ingresos por intereses a través de un ajuste sobreproporcional de las tasas de interés del banco central frente a la tasa de inflación, como hemos encontrado históricamente en nuestra investigación basada en datos de nueve países industrializados.
¿Tenemos que deshacernos de los esquemas de metas de inflación entonces? Uruguay ha adoptado este marco de política monetaria…
La perspectiva de la regla de Taylor, que está siendo promovida principalmente por miembros republicanos del Congreso de Estados Unidos, se ajusta bien a la lógica de los regímenes de metas de inflación cuyo mandato exclusivo sería reducir la inflación al 2% sin importar las consecuencias sobre el empleo y la distribución de la renta, que creemos que también deberían ser preocupaciones de los bancos centrales. Debería haber un mayor equilibrio de los objetivos del banco central a diferencia de la perspectiva unilateral que ofrece la regla de Taylor. Creo que todos los países con metas de inflación, incluido Uruguay, deberían revisar su política actual, como lo hizo, por ejemplo, el gobierno de Nueva Zelanda en 2018 –que había perseguido la meta de inflación oficial durante casi tres décadas desde 1990–. Es hora de que todos los regímenes actuales de metas de inflación amplíen el mandato del banco central para incluir un alto nivel de empleo como objetivo oficial.
¿Cree que, a largo plazo, este tipo de respuesta política de la Fed fortalece o debilita la posición del dólar como la principal moneda de reserva del mundo?
Hay mucho debate como resultado de la reciente decisión en las reuniones de los países Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) de abandonar el dólar estadounidense como moneda de reserva y facturación internacional, con la posible excepción de India. Pero esto no tiene nada que ver con la forma en la que los bancos centrales se involucran o no en las metas de inflación. Con un mundo cada vez más multipolar, esto puede ser un desarrollo positivo siempre que puedan encontrar un sustituto suficientemente viable.
¿Cuál sería ese sustituto viable?
Hasta el momento, el único país con la fuerza económica y comercial necesaria para sostener un bloque monetario regional sería China, pero no puede asumir ese papel hasta que renuncie por completo a su objetivo de excedentes comerciales con estos otros países, tanto dentro como fuera del bloque regional Brics. Por esta razón, no veo que el dólar estadounidense desaparezca pronto como moneda de reserva internacional. De hecho, si la Fed adoptara la regla de Taylor de forma permanente, en realidad eso implicaría tasas de interés ajustadas a la inflación más altas que en el caso del mandato dual actual. Esto significaría mayores presiones al alza de largo plazo hacia tasas de interés más elevadas y, por lo tanto, un dólar estadounidense sobrevaluado debido a las consiguientes tasas de interés de corto y largo plazo más altas, con mayores flujos de capital hacia Estados Unidos.
Es cierto que países como Brasil, India, Rusia y Sudáfrica también tienen algún tipo de régimen de metas de inflación, pero no esperaría que ninguno de estos países fuera capaz de asumir el papel que juega Estados Unidos. En mi opinión, el tipo de régimen de política monetaria vigente en Estados Unidos puede jugar un papel obvio en términos de la posición del tipo de cambio del dólar estadounidense a más largo plazo como una moneda sobrevaluada, pero jugaría un papel menor en el impacto sobre el dólar estadounidense como reserva internacional y moneda de facturación elegida en el mundo. Por otro lado, sigo siendo un poco más optimista en cuanto a un bloque monetario latinoamericano a partir de la perspectiva de una moneda común entre Argentina y Brasil, por sus características de lo que a veces se define como un “área monetaria óptima”, en el sentido de que la región ha enfrentado shocks comerciales y financieros históricamente similares en sus respectivas economías.
¿No sería algo riesgoso dado el contexto actual?
Particularmente, deben evitar los errores que enfrenta la experiencia de la moneda única en Europa, porque un arreglo de moneda común podría convertirse en otra fuente de austeridad que estos países pueden imponerse institucionalmente a sí mismos. Lo que los países latinoamericanos no quieren es simplemente desvincularse del dólar estadounidense encerrándose en arreglos monetarios y fiscales que puedan volverse incluso más restrictivos que la dolarización, como lamentablemente sigue siendo el caso de la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea. Deben tener cuidado de evitar las trampas que han tenido consecuencias un tanto desastrosas, especialmente para los países del sur de Europa que algunos dirían que no han sido bien atendidos por el experimento del euro. Los países latinoamericanos deberían mirar más detenidamente lo que se había debatido durante las discusiones en Bretton Woods en 1944, donde John Maynard Keynes propuso la opción antiausteridad “Bancor”, pero que no se adoptó en ese momento.
Hoy planteaba que, según su punto de vista, los bancos centrales deberían ampliar su abanico de objetivos. ¿Ve viable que eso suceda? ¿Qué perspectivas tiene al respecto?
Espero que después de la larga experiencia de unas cuatro décadas de política monetaria de “primero la inflación”, más países vean el valor de adoptar mandatos duales o de objetivos múltiples que potencialmente puedan retornar a la economía mundial mucho más cerca de un escenario de alto crecimiento. Este había sido un rasgo característico de las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando se pusieron en marcha políticas fiscales y monetarias expansivas en los países occidentales para sostener las altas inversiones públicas y privadas de esa época.
Con un desastre ecológico inminente en el horizonte hoy, es imperativo que cambiemos de rumbo. Lo que se necesita es inversión pública y privada en nuevas tecnologías e infraestructuras que puedan proteger a la humanidad de un entorno cada vez más caótico y catastrófico. Si nos vamos a enfrentar a crecientes problemas de inflación en el futuro, no será porque las tasas de interés hayan sido demasiado bajas, como sugiere el pensamiento dominante, sino porque no estaremos preparando a nuestras sociedades para los crecientes problemas relacionados con sequías, inundaciones e incendios forestales, y otros desastres ecológicos cada vez más evidentes que enfrenta el planeta en estos tiempos difíciles. El año 2023 grita que hay cambio climático y todos los gobiernos deben tomar esta advertencia para comenzar a abordar a gran escala las inversiones que facilitarán las transiciones tecnológicas necesarias. Para evitar la inflación futura no debemos implementar la austeridad fiscal y monetaria, porque ese viejo consejo significará un futuro desastre para la humanidad.
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