Hay varias definiciones del tipo de cambio real (TCR), pero a nuestros efectos la manera más práctica de plantear el concepto es como el precio relativo entre bienes transables y no transables.
Los bienes transables (también conocidos como comerciables) refieren a bienes y servicios que entran en el comercio internacional, ya sean exportados o importados. Generalmente se trata de productos, pero también incluye servicios (como el turismo, que se considera una exportación del país de hospedaje).[i]
Estos bienes transables se caracterizan por el hecho de que el tipo de cambio nominal (a nuestros efectos, el precio del dólar en pesos) influye en la formación de su precio interno. Si por un momento abstraemos de los costos secundarios del comercio (fletes, seguros, aranceles, márgenes de ganancia, etc.), el precio “limpio” de un producto importado resulta de multiplicar su valor en origen por el tipo de cambio con el país importador.
Con el precio de los no-transables sucede lo opuesto. Como –por definición– no entran en el comercio internacional, su precio se forma únicamente en el mercado local. Pensemos en los típicos servicios de consumo personal (restorán, peluquería, educación, etc.) y del hogar (luz, agua, comunicaciones, etc.). Ya sean privados o públicos, competitivos o monopólicos, libres o administrados, estos precios pueden diferir mucho de país en país, como hemos visto en los casos de nuestros vecinos recientemente.
Buscando un TCR manejable
Vemos entonces que mientras el precio interno de los transables se mueve con el tipo de cambio, el de los no-transables responde a consideraciones locales. Entonces podemos pensar en el TCR como el poder adquisitivo del dólar en términos de no-transables. Y el TCR ha caído por dos motivos: primero por la caída del TCN (tipo de cambio nominal) y en segundo lugar por el aumento del precio de los no-transables en base al desequilibrio fiscal financiado por emisión y endeudamiento.
Visto desde afuera, en cambio, la devaluación abarata las exportaciones hacia los socios comerciales y encarece las importaciones que provienen de ellos, lo cual tiende a mejorar la balanza comercial (más exportación, menos importación). En general, los países que buscan crecer en base a un modelo de exportación optan por un régimen que les permite emplear el tipo de cambio como aliciente.
El debate acerca de regímenes cambiarios (los beneficios de un TCN fijo o variable) es de larga data y rige aún hoy. Pero cuando hablamos del TCR en realidad nos referimos a un cociente entre dos variables, el TCN y precio de los no-transables. Por lo tanto influir sobre el TCR crece en complejidad.
Sin embargo varios países lanzados al crecimiento de sus economías en base en la exportación lograron establecer mecanismos que permitieron algún control sobre el TCR para evitar los dos principales problemas que se presentaban: su volatilidad y su nivel. Así nació y se puso en práctica el concepto del SCRER.
¿Qué es un TCR Estable y Competitivo?
Es un concepto difundido en décadas recientes en la literatura académica en el área del desarrollo económico por autores de la talla de Barry Eichengreen, Ricardo Haussmann, Dani Rodrik, Jeffrey Sachs y Roberto Frenkel, al punto que hoy ya exhibe el acrónimo propio de SCRER (“Stable & Competitive Real Exchange Rate”).
Como sugiere su nombre, se trata de lograr que el tipo de cambio real exhiba – por un periodo extenso – estabilidad en torno a un nivel que brinde competitividad exportadora en el comercio internacional, a la vez que desincentive las importaciones. O sea, una especie de piedra filosofal para economías dependientes de los mercados mundiales.
La estrategia de crecimiento económico de Japón en primera instancia, luego los cuatro tigres asiáticos y, por último China, se basó en mantener un tipo de cambio real alto (es decir, una moneda nacional subvalorada) por suficiente tiempo como para permitir que las industrias manufactureras que surgieron bajo el estímulo del SCRER llegaran a la madurez.
Asimismo, existe abundante evidencia estadística avalando las observaciones que –para países en desarrollo especialmente– existe una relación positiva entre un TCR alto (moneda nacional subvalorada) y el crecimiento económico, mientras que la relación puede tornarse negativa en caso que el TCR exhiba una volatilidad excesiva.
Frente a ello, y en vista de las dificultades que el régimen de metas de inflación presenta en términos de sobrevaloración de la moneda nacional y su impacto negativo sobre el nivel de actividad, las autoridades de países en desarrollo debieran considerar el SCRER como elemento a integrar a su estrategia de crecimiento y desarrollo.
La situación local
A diferencia del caso más frecuente, en Uruguay el principal problema es el bajo nivel del TCR, o en otras palabras, la sobrevaloración de la moneda nacional. El BCU no interviene en el mercado cambiario directamente, pero su política antinflacionaria de altas tasas de interés ha atraído inversiones de cartera para explotar el diferencial de intereses entre peso y dólar. El ingreso de estos fondos ha deprimido la cotización del dólar (TCN) en el mercado nacional.
Con el TCN librado al mercado y el precio de no-transables influido por múltiples variables, es poco lo que se puede esperar en cuanto a incentivos permanentes y significativos para el crecimiento en base a exportaciones.
Sin embargo, se sugiere que esta meta se viabilizaría mediante el enfoque del SCRER, lo cual requeriría una coordinación más estrecha entre las políticas cambiaria, monetaria, de ingreso de capitales y fiscal. Seguramente la complejidad aumentaría, pero como hemos sostenido desde siempre, con equilibrio fiscal cualquier enfoque es viable. Sin él, ninguno.
[i] Con el auge de las tecnologías modernos un número creciente de servicios TIC (tecnología de información y comunicaciones) también son “exportados”.
TE PUEDE INTERESAR