El aislamiento voluntario y el distanciamiento social que caracteriza a la nueva normalidad nos ha acercado a tecnologías de comunicación preexistentes, al tiempo que a la angustiante espera de los últimos indicadores que nos llegan por medios escritos, digitales, radiales y televisivos. Primero fueron las noticias sobre la pandemia las más codiciadas. Posteriormente, la sabiduría popular comprendió, por preparación intelectual o sentido común, que las consecuencias económicas golpearían con igual o mayor relevancia a la sociedad y a su propia persona. Atentos a tales circunstancias, consideramos un deber compartir con Uds. algunas breves reflexiones sobre los graves momentos a que la Humanidad y la Economía Global se enfrentan en el presente y en los días, meses y quizás años por venir.
Situación global
En un mundo donde todos seremos al menos un 3% más pobres, América Latina verá caer en más de un 5% su PIB durante el año 2020 según estimaciones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, para luego intentar comenzar a recuperarse en el período 2021-2022, en un marco de elevada incertidumbre sobre la forma y velocidad del cambio de tendencia.
Entre los miembros de la Alianza del Pacífico, se destaca que México perderá un 6.6% de su Producto, Colombia un 2.4%, mientras Perú y Chile caerán en un 4.5%. En el MERCOSUR la situación muestra niveles tan negativos como los anteriores: Argentina con una caída del 5.7%, Brasil verá descender su Producto en 5.3%, Paraguay en un 1% y Uruguay en 3%.
El detonante inicial, aunque no en soledad, lo ha sido la pandemia del COVID-19. Decimos no en soledad pues a su aparición se le sumó una clausura generalizada de la actividad económica, provocada por los diversos gobiernos -con algunas excepciones- para afrontar la urgencia sanitaria, acompañada de medidas fiscales y una creciente monetización, focalizadas en mantener la liquidez en la cadena de pagos y evitar la caída de la solidez empresarial, mientras se atendían los requerimientos de la salud pública y las carencias alimentarias de los grupos más vulnerables.
Las consecuencias hasta el momento: una crisis global de la Economía Real, con previsible impacto en las Finanzas Internacionales, generada por un shock provocado a partir del verdadero y único “cisne negro”, no ya con fundamentos económicos, sino exclusivamente sanitarios. Lejos de constituir una conmoción con origen en las Finanzas Internacionales como ocurriera en años posteriores a 2001 y 2008, economistas, analistas y también políticos han buscado referencias -acertadamente- en la Gran Depresión mundial que hace eclosión a partir de 1929 y persiste sin solución de continuidad hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial, con verdadera recuperación en las décadas de los años 50s y 60s del siglo pasado, al influjo de energía de bajo costo, una producción en masa de bienes duraderos y un consecuente consumismo intensamente promocionado.
Tendencias preexistentes y en evolución
El “cisne negro” llega y se instala en la realidad global de acuerdo con la caracterización que mejor lo define: sorpresivamente. Su impacto se producirá en un escenario mundial que ya mostraba fuerzas de cambio que sólo requerían de la acumulación de mayor potencia para pronunciarse o, alternativamente, de un “cisne negro” sanitario, geopolítico, social o económico.
Tasas de interés intencionalmente manipuladas, divisas sin otro respaldo que la “confianza” en las potencias emisoras y una monetización exacerbada a partir de la crisis financiera del año 2008, conducirán en la última década a un endeudamiento crítico de países y empresas del sector privado.
En paralelo, un actor no siempre suficientemente visualizado: La Cuarta Revolución Industrial, que a impulsos de desarrollos y aplicación de nuevas tecnologías de la información y de una robotización creciente, avanza, primero entre las economías avanzadas y más temprano que tarde también en nuestros mercados emergentes, sustituyendo estructuras empresariales e inversiones de corte tradicional, todo ello en el marco de la “modernidad líquida” que Bauman se encargara de describir.
En los preámbulos de la pandemia, desde Harvard Lawrence H. Summers -ex Presidente y actual profesor de dicha Universidad- ya identificaba una tendencia de estancamiento secular de largo plazo de la economía global (Secular Stagnation), el que provocaba un gradual cambio estructural de los mercados y de los comportamientos entre consumidores y productores, con marcadas tendencias de menor consumo, menor inversión y acumulación de ahorros sin aplicación, todo ello contribuyendo al indicador resultante, aunque parcialmente explicado: la caída de las tasas de interés y la afectación de la propia racionalidad de los proyectos.
El horizonte de mediano y largo plazo
La evolución por nuestra parte esperable, descripta cualitativamente, la conceptualizamos según una etapa inmediata de deflación, la que no bien la maquinaria económica retome su impulso dará paso al proceso inflacionario resultante de la monetización en curso. Asimismo, se habrá incrementado el ya irracional endeudamiento, sumándose a todo ello un proteccionismo comercial que, multiplicando sobre el comercio internacional las que fueran las consecuencias del distanciamiento EE. UU. – China, ahora responderá a un proceso autárquico, generalizado y geopolíticamente defensivo desde y entre los estados.
Las mismas fuentes proveedoras de los indicadores utilizados sobre la coyuntura, proporcionan proyecciones en forma de “V”, las que básicamente auguran recuperaciones casi tan pronunciadas como las caídas previstas para el año 2020, a concretarse a partir del segundo semestre y definitivamente manifestarse a partir del 2021. El promedio de crecimiento global en este último año sería de 5.8%, fuertemente traccionado por recuperaciones en China de 9.2% y en India de 7.4%. La Unión Europea y los EE.UU. incrementarían su PIB en 4.7% y América Latina en un relativamente escaso 3.4%, fundamentalmente si recordamos que todo ello se aplicaría sobre un nivel de Producto notoriamente disminuido en el año en curso.
Las proyecciones precedentes podrían ser otras si la evolución se desarrollara con características de “U, L o W”. Prospectiva difícil de fundamentar desde un escenario incierto y sin referencias cercanas, condicionado por la marcha de la urgencia sanitaria y por el grado de avance en la selección de políticas económicas a aplicar, una vez se logre diferenciar lo urgente de la normalidad, aún siendo esta una “nueva normalidad”. Sin perjuicio y aventurando un resultado, entendemos que serán aquellos países con mayor orden en sus finanzas públicas, menor endeudamiento, acceso a los mercados financieros y con una producción mayoritariamente focalizada en bienes incorporados a la cadena alimenticia, los primeros en recuperarse.
La interrogante que desde nuestro país debemos plantearnos es si calificaremos para estar entre ellos. Summers afirma que la validez de las Teorías Económicas depende del contexto de aplicación. Claramente hemos recibido un shock que no esperábamos. Consecuentemente, deberemos comenzar a salir con un shock compensatorio: un Estado proactivo, no prescindente, apoyando a los sectores privados para la creación de empleo, en particular para los más afectados por la pandemia y también por los cambios estructurales que la Cuarta Revolución Industrial indefectiblemente provocará.
Todos nos vamos a empobrecer. No obstante, sin dogmatismos ideológicos, asumiendo los desafíos que la pandemia y las tendencias preexistentes nos plantean, disponiendo adecuadamente de los mecanismos financieros para canalizar el ahorro globalmente excedentario, intentando una gestión racional del Mercosur en la búsqueda de nuevos mercados y perfeccionando la competitividad de la producción agroindustrial, seguramente podremos aspirar a integrar el grupo de aquellos países que más prontamente retomen las sendas de crecimiento y estabilidad social sustentables.