Hay claros indicios de que estamos entrando en una nueva era en la que la industrialización ya no será tan potente para distribuir en toda la economía los beneficios del aumento de la productividad. Las tendencias globales de innovación han reducido significativamente el potencial de las industrias manufactureras para absorber trabajadores poco calificados. La participación de la mano de obra en el valor añadido ha disminuido rápidamente en estas ramas, sobre todo en el caso de estos trabajadores. Y aunque la globalización ha acelerado la transferencia de la industria manufacturera desde las economías avanzadas hacia las economías en desarrollo, las cadenas de valor mundiales han demostrado ser, en el mejor de los casos, un débil vehículo para la creación de buenos puestos de trabajo, porque son una correa de transmisión de tecnologías intensivas en mano de obra cualificada y capital, y porque su modelo de negocio se basa en insumos importados y en la falta de integración con la economía local. Las industrias manufactureras globalmente competitivas de las economías en desarrollo funcionan cada vez más como enclaves, similares a las industrias extractivas altamente intensivas en capital y orientadas a la exportación. Pueden estimular las exportaciones y aumentar los ingresos de un estrecho segmento de la economía, pero dejan de lado a la mayoría de los trabajadores, especialmente a los menos capacitados.
Una estrategia de crecimiento que se digne de ese nombre debe mejorar la productividad de la mano de obra existente, no de la que pueda surgir en el futuro gracias a esas inversiones. Los países en desarrollo conservan un importante potencial para aumentar su productividad agrícola y diversificar los cultivos tradicionales hacia los comerciales o de exportación. Pero incluso con una agricultura más productiva –y de hecho como resultado de ella– los trabajadores jóvenes seguirán abandonando el campo y dirigiéndose a las zonas urbanas. No estarán empleados en fábricas, sino en microempresas informales de servicios de baja productividad con escasas perspectivas de crecimiento. Por lo tanto, las políticas de crecimiento de próxima generación tendrán que centrarse en estos servicios y encontrar la manera de aumentar su productividad. La realidad es que pocas empresas informales crecerán hasta convertirse en “campeonas nacionales”. Pero si ofrecen una serie de servicios públicos –ayuda con la tecnología, los planes de negocio, la regulación y la formación de habilidades específicas– los gobiernos pueden desbloquear el potencial de crecimiento de los más emprendedores entre ellos. La prestación de estos servicios puede estar condicionada a la supervisión del gobierno y a objetivos de empleo blandos. Esto permitiría una autoselección positiva, ya que solo las microempresas con mayores capacidades optarían por apuntarse a la ayuda gubernamental.
Dani Rodrik, en Project Syndicate
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