Dani Rodrik (profesor de Harvard) tiene una teoría acerca de la globalización. Sostiene que si el mundo quiere más globalización deberá optar entre la soberanía nacional de los países o la democracia como forma de gobierno.
Todo sistema económico global requiere una institucionalidad que fije las reglas. Si no, no funciona. Durante la primer gran ola de globalización desde mediados del siglo XIX hasta el estallido de la primera guerra mundial, dicha institucionalidad fue provista por el patrón oro bajo la tutela del imperio británico y unos estados unidos surgentes. Era la globalización impuesta por las élites de países soberanos.
Recuperada la paz mundial tras la segunda guerra, la nueva institucionalidad se plasmó en el marco del sistema de Bretton Woods (BW). Este esquema con su énfasis en el control de movimientos transfronterizos de capitales desalentaba la globalización.
Los países de occidente, en su gran mayoría con gobiernos electos democráticamente, se unían en organismos internacionales para coordinarse ante desafíos geopolíticos o económicos sin ceder soberanía. Ausente la globalización, era la época de países soberanos y democráticos.
Hubo una mayor interacción económica por el lado de un creciente comercio internacional entre países, incorporando a las nuevas naciones resultantes de la descolonización. Pero nada comparable con el despegue de la segunda gran ola de globalización tras la caída de BW a comienzos de los años 70.
Hiperglobalización
La tercera época –de globalización avasallante– surge no sólo de la liberación del capital y la flotación de las principales monedas del mundo occidental, sino también de la desregulación a ultranza de la industria financiera. No solo los gobiernos facilitaron el despegue; también los organismos financieros internacionales predicaron las virtudes del movimiento irrestricto de capitales por el mundo.
Bajo el nuevo esquema, la consigna era atraer inversión a los países. Si para ello era necesario disponer de una fuerza de trabajo a jornales irrisorios, bienvenido sea. Si hacía falta conceder exenciones impositivas para tentar a las grandes empresas, que así fuera. De todas formas, mejoraría la suerte de los locales.
La carrera hacia el fondo se había largado, y los que quedaron atrás fueron los descontentos de la globalización. Aquellos trabajadores de los países avanzados que perdieron su empleo a causa de la mudanza de la planta industrial a ultramar.
Aquí es donde Rodrik señala que la tensión entre soberanía, democracia e hiperglobalización no podrá subsistir. Para seguir atrayendo inversión a sus costas, los países deberán continuar ofreciendo condiciones cada vez menos atractivas para la población local contra su voluntad democrática.
Si la hiperglobalización ha de continuar, o los gobiernos nacionales se volverán totalitarios o la democracia se deberá ejercer directamente entre el electorado y la cúpula global, haciendo el “bypass” a las autoridades locales.
Los adelantados
Ninguna de las opciones parece muy atractiva, por lo cual es probable que lo que tenga que ceder es la globalización. A esta luz, el ejemplo de Brexit resulta premonitorio como rechazo a la globalización. El principal motivo aludido por quienes votaron por irse de la Unión Europea (UE) fue precisamente el “déficit democrático” que sentían los habitantes frente a una Comisión Europea de burócratas anónimos. Por una muy leve mayoría prefirieron quedarse con su soberanía y democracia antes de perder su identidad.
Algo similar está ocurriendo actualmente en Polonia, donde hay rispideces entre el gobierno y la UE con relación a la primacía de la constitución polaca sobre legislación comunitaria. La temperatura está subiendo, se maneja la posibilidad de sanciones y Hungría ha expresado su apoyo a los polacos. Pero aquí el resultado puede ser distinto, ya que una categórica mayoría de los polacos prefiere quedarse en la Unión y así lo expresaría en caso de un referéndum.
Pero este no es el único síntoma de un posible retroceso de la globalización. El nacionalismo económico ya ha dado prueba de vida en los últimos tiempos con el retorno de las guerras arancelarias, así como el “America First” de Trump y la “India First” de Modi. Nótese que a nueve meses de la asunción del nuevo gobierno en los EE.UU. aun no se ha llegado a un acuerdo con China en temas comerciales.
Por otro lado, en la Unión Europea ha flotado la idea de una meta de “soberanía estratégica”, que define como “la posibilidad de actuar con autonomía, de contar con recursos propios en áreas estratégicas clave y cooperar con socios cuando sea necesario”.
El impacto de la pandemia
Sin duda la pandemia ha sido instrumental en revelar las vulnerabilidades de la globalización, sobre todo en la fragilidad de las cadenas de suministro de insumos a la producción. La integración vertical volverá a ponerse de moda, si no dentro de la misma empresa al menos dentro del mismo país.
Las demoras en la producción de insumos también han causado estragos en la logística del flete marítimo, en la medida que los contenedores permanecen por periodos más largos en puertos congestionados. Ello ha causado además un fuerte aumento en el precio de los fletes.
Otro precio que está dando que hablar es el del gas natural en Europa, que ha subido 500% con relación a su nivel un año atrás. Se lo atribuye al aumento de la demanda a medida que las economías recuperan su nivel de actividad luego de los confinamientos, a la vez de una falta de inversión y mantenimiento por el lado de la oferta.
Junto al gas natural ha también subido fuertemente el precio del petróleo, así como los de la mayoría de los productos primarios, ocasionando presiones inflacionarias tanto para los hogares como las empresas. Ello en un momento cuando las autoridades monetarias tanto de los EE.UU. como Europa están considerando comenzar a reducir los estímulos monetarios a la economía.
Pero el panorama actual sugiere que las economías (incluso la china) no se caracterizarán en el 2022-23 por el dinamismo pronosticado meses atrás. Si ello retrasara el alza de tasas de interés, el problema inflacionario podría tornarse más complejo que lo anticipado.
En síntesis, el mundo está perdiendo su homogeneidad económica, lo cual puede ser un factor adicional que lleve a los países a adoptar posturas menos favorables a la globalización en los meses venideros. La pandemia habrá fortalecido la coexistencia de la soberanía nacional y la democracia interna a los países.
*Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Ex Director Ejecutivo del Banco Mundial.
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