En el año 1980 la industria financiera representaba un 5% del producto bruto interno de los Estados Unidos de América. Actualmente la cifra ha llegado al 20%. Tal fenómeno de “financialización” de la economía responde en primer lugar a la desregulación de dicha industria iniciada en la década de los 80 al retirar gradualmente las restricciones impuestas por los gobiernos de F.D. Roosevelt en los años 30.
La banca solía ser una actividad carente de sobresaltos para ejecutivos sin demasiadas aspiraciones. De pronto todo cambió: el cociente salarial – que mide la relación entre las remuneraciones mayores y menores dentro de una empresa – para los principales bancos subió de 40:1 hasta 320:1 durante el periodo bajo consideración.
La materia prima de la industria financiera es el dinero, que se utiliza para fabricar más dinero. El proceso tradicionalmente fue regulado por la banca central vía los encajes de depósitos. Con la desregulación, sin embargo, el criterio dominante pasó a ser el cociente capital/activos, con enfoques cada vez más laxos en cuanto a la constitución del capital y las ponderaciones de riesgo de los activos.
La crisis del 2007/08 fue la consecuencia inevitable de la desregulación y la laxitud supervisora. Los excesos de riesgo y ausencia de controles llevaron a la crisis financiera mas grande desde el crac del 29. Pero el empleo de políticas monetarias “heterodoxas” como ser la emisión irrestricta de dinero y la reducción de la tasa de interés de política monetaria a niveles de cero crearon un problema adicional: la inflación.
Impacto diferido
La inflación en los países avanzados demoró más de una década en manifestarse, coincidiendo con la pandemia y las tensiones geopolíticas. Pero cuando finalmente llegó, los bancos centrales no tuvieron más opción que aplicar los remedios ortodoxos: alza de las tasas de interés y reducción en la cantidad de dinero en circulación (ajuste cuantitativo).
Como siempre, se produjo un debate acalorado con relación a la magnitud, frecuencia y duración del alza de tasas necesarias para dominar la inflación y regresarla a su nivel tradicional en torno al 2%. La mayoría de los observadores pronosticaba un “aterrizaje forzoso” con impacto recesivo en la economía. Otros temían que la medicina fuera insuficiente. Pocos compartían la tesis de un “aterrizaje suave” que promulgaba la FED.
El hecho es que luego de 15 meses de alza en la tasa de política monetaria desde 0,25% en marzo de 2022 hasta julio de 2023, ésta ha permanecido en 5,5% hasta fin de año. Durante igual periodo la tasa de inflación interanual en los EE.UU. se redujo de un pico de 9% en julio 2022 al nivel actual de 3.1% a noviembre de 2023. Simultáneamente la economía siguió creciendo a un aceptable ritmo superior al 2% mientras que el mercado laboral continúa mostrando una fuerte creación mensual de empleos.
¿Cuál es el problema, entonces?
El problema es que el aumento de tasas incomoda a la industria financiera, quien ha puesto a sus huestes mediáticas a exigir su pronto retorno a niveles menores. La prensa financiera y los académicos cercanos a la industria están empeñados en convencer a las autoridades, legisladores y al público en general que resulta indispensable que las tasas retornen a niveles cercanos a cero, aun cuando ni siquiera está garantizada la derrota de la inflación.
Similar critica se hace al ajuste cuantitativo, señalando que la contracción monetaria puede contribuir a un clima recesivo. La debilidad de los argumentos deja en claro el interés que los motiva. La oferta monetaria se cuadruplicó entre 2018 y 2019, motivado únicamente por la necesidad de evitar un colapso del sistema financiero global instigado por quienes hoy parecen empecinados en repetir la experiencia. Es obvio que debe reducirse la oferta monetaria, salvo que se prefiera vivir con inflación de dos dígitos por tiempo indeterminado.
Los mercados de activos financieros también se unen al coro de los grillos, clamando por plata dulce que permita a los inversores institucionales apalancarse gratuitamente para potenciar sus utilidades. Si la Fed da señales de reducir las tasas, los mercados suben eufóricos. Si al contrario se mantiene en sus trece, arriesga deprimir el mercado bursátil.
Un justo equilibrio
Los partidarios de bajar las tasas señalan que están en su nivel mas alto de los últimos 20 años, como si el 5.5% actual fuese un nivel astronómico comparable al de un préstamo al consumo uruguayo. Se olvidan que hace 40 años las tasas mundiales llegaron al 22% para vencer a la inflación.
Una tasa de interés nominal del 5% es perfectamente compatible con un nivel inflacionario del 2 %. Durante siglos el mundo ha vivido con tasas reales del orden del 3%, promoviendo el ahorro e incentivando la inversión. Se conocía como un “justo 5%”. Eso es economía ortodoxa
La Fed no se ha comprometido a comenzar a bajar los intereses, pero tampoco a mantenerlos. Luego de la última reunión circuló públicamente los resultados de una compulsa trimestral (“Dot plot”)en la cual los integrantes del Comité Federal de Mercado Abierto (FMOC o COPOM) y los restantes presidentes de los bancos de la reserva federal regionales indican sus expectativas para el camino de las tasas en años futuros. Los resultados sorprendieron a la baja, fortaleciendo expectativas de inicio de la reducción de tasas a mediados del 2024.
Pero cualquier dato negativo referente a inflación, empleo o nivel de actividad puede influir rápidamente en su postura. Aunque no debe perderse de vista que cinco de los doce miembros votantes del FMOC son presidentes de los bancos de la reserva federal regionales, cuyos accionistas a su vez son corporaciones privadas representativas de la industria bancaria.
El mundo financiero tiene mas influencia que cualquier otro sector de la economía en cuanto a las decisiones oficiales de política monetaria. El sector empresarial no financiero y los hogares son meros testigos de la pugna entre autoridades públicas y los señores del universo financiero.
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