El retorno a los mercados financieros luego del intervalo marcado por las fiestas invernales muestra un cariz mayormente vendedor, dentro de un marco de alta volatilidad. Esta última semana de enero comienza con lo que parece será la quinta semana consecutiva de pérdidas en los precios de las acciones que integran el índice S&P500, configurando lo que en la jerga bursátil se denomina una corrección del mercado (ajuste a la baja superior al 10%).
En el caso de las empresas de alta tecnología que cotizan en NASDAQ (Apple, Amazon, Facebook, Google y Microsoft), la caída de este índice se aproxima al 20% que suele anunciar la transición hacia un mercado más cauto (“bear market”).
Dado que la volatilidad ha sido una característica permanente de los últimos años, estas cifras –si bien significativas– no representan necesariamente un cambio permanente de sentimiento. Quienes piensan que los precios han alcanzado niveles “irracionalmente exuberantes” (los osos) aprovecharán para unirse a la corriente vendedora. Los otros (“bulls”) verán con ánimo taurino la situación como una oportunidad de compra, con la esperanza de que los precios eventualmente se recuperen.
Crónica de un ajuste anunciado
El principal factor responsable del impacto en las expectativas ha sido el anuncio de cambios en la política monetaria, precipitado por la disparada de la inflación durante el año 2021 (7%). Como es sabido, desde la crisis del 2008 los bancos centrales de las principales potencias económicas han ido aplicando políticas de apoyo extremo proveyendo abundante liquidez a sus economías con tasas de interés cercanas a cero. La llegada de la pandemia en 2019 no hizo más que multiplicar este esfuerzo.
En un principio la gran expansión de liquidez no tuvo mayor impacto sobre la inflación, ya que fue dirigida en su mayor parte al sector financiero donde terminó invirtiéndose en activos financieros e inmobiliarios, contribuyendo así al alza de precios y cotizaciones en estos mercados.
Pero con la pandemia todo cambió: los subsidios del gobierno vía transferencias directas a los hogares impactaron el índice de precios de consumo en lugar de los índices bursátiles, mientras que las complejidades logísticas resultantes de los confinamientos se tradujeron también en alzas en precios de productos clave para el consumo, como ser la energía. La expansión monetaria finalmente se tradujo en inflación.
Detrás de la curva
La virulencia de la inflación tomo a las autoridades monetarias por sorpresa, obligándoles a acelerar sus planes de reducción gradual de estímulos para llegar con mayor rapidez al punto de inflexión en el cual la liquidez comenzará a contraerse. En ese mismo punto comenzarán las alzas en la tasa de interés de política monetaria.
Se esperan importantes anuncios de la FED esta semana en cuanto a la frecuencia y magnitud de las alzas de tasa durante 2022, así como a la reducción de parte de sus inmensas tenencias de activos financieros compradas al mercado (y al gobierno) desde 2009. Los mercados podrían reaccionar negativamente en caso que persista la percepción de que la FED sigue “detrás de la curva” (es decir, reaccionando con lentitud) ante los acontecimientos.
Lo que es un hecho es que la tasa de interés subirá y ello es lo que está ya impactando al mercado. Si será un tratamiento de shock como el de Volcker en 1981, o un enfoque más gradualista de forma de no descarrilar la incipiente recuperación del nivel de actividad, está por verse. Pero las expectativas se inclinan por la fórmula gradualista, en parte debido a la percepción que las presiones inflacionarias pueden amainar en función de un debilitamiento de la pandemia y sus efectos económicos.
El interés de la tasa
A muy grandes rasgos los mercados de valores manejan dos tipos de activos de inversión: renta variable (acciones) y renta fija (bonos). El rendimiento de un bono se determina principalmente por la tasa de interés que ofrece y que generalmente se conoce de antemano. El rendimiento de una acción (ya sea por dividendo o apreciación) es más impredecible y conlleva mayor riesgo. Por ello, históricamente las acciones producen rendimientos superiores a los bonos. Ello simplemente refleja un principio básico de las finanzas: a mayor riesgo, mayor rendimiento.
En los EE.UU., por ejemplo, durante el periodo 1926-2010 las acciones promediaron un rendimiento anual acumulativo del 12% frente a 3,6% para Letras de Tesorería. Pero en el periodo que nos ocupa (2009-2021) el “premio por riesgo” fue aún mayor: 14% para el índice S&P500 frente a 2,3% para el Bono del Tesoro a 10 años de los EE.UU. No ha de sorprender, entonces, el masivo influjo de fondos que hubo hacia la renta variable, más aún en presencia de una política monetaria de extrema laxitud.
Tampoco ha de sorprender que, ante un alza en la tasa de interés y una contracción en la liquidez del sistema, dicho flujo se resienta. Es la reacción lógica ante una reducción de la prima de riesgo. No obstante, por el momento la tasa del bono de referencia se mantiene por debajo del 2% en un nivel que no despierta un gran interés por parte de ahorristas.
Los mercados han cambiado mucho en los últimos tiempos, especialmente con los avances digitales. El costo de operar ha bajado a niveles casi gratuitos, atrayendo multitudes de pequeños inversores con actitud más proactiva en el manejo de sus activos. Grandes inversores institucionales invierten mediante programas de software que identifican oportunidades de arbitraje que se abren por nanosegundos en pantalla. Han surgido las criptomonedas como nueva clase de activo, también de alta volatilidad. Las comunicaciones promueven inversiones de contenido político, ambiental, social y otros temas de interés de los distintos colectivos. La cobertura es global.
En resumen, en tanto las autoridades no ofrezcan al ahorrista un activo de riesgo y rendimiento aceptable, lo convierten en inversor que se ve obligado a asumir riesgos. La creación sin límites de dinero ha permitido a los grandes bancos centrales mantener la tasa de interés en un nivel irrisorio. Pero ahora la inflación golpea a la puerta y solo un retorno a la ortodoxia la podrá ahuyentar.
*Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Exdirector ejecutivo del Banco Mundial.
Evolución del precio acciones vs. rendimiento del bono 10 años (1990-2021)
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