Ya apenas desde la entrada el lugar invita a zambullirse entre libros, como si se tratara de una metáfora del conocimiento. Con un orden propio –la distribución pareciese llevar sus propias reglas- las obras se apilan esperando que un lector curioso las descubra, para luego, en una suerte de juego, mestizarse con otras. Se presume –porque no son contados- que hay cerca de cincuenta mil, más los que descansan en los depósitos. Es parte de la magia del sitio y también de la experiencia de la lectura, aquella que le abrió un portal importante a Jorge Artola cuando, desde pequeño, transcurrió su vida en la segunda sección de Flores, en el contexto rural profundo, en una familia donde había privación de muchos bienes. “Mis padres tenían totalmente en claro que si había una esperanza era a través de la cultura, entonces los libros siempre fueron parte de mi vida”, recordó a La Mañana.
Fue en este escenario donde Muchachos, del escritor minuano Juan José Morosoli (una obra que plasma el realismo de las personas humildes del Interior uruguayo) apareció en las manos de Artola como un obsequio por parte de una maestra, golpeándolo visceralmente y fascinándolo. “Por ese momento leía La Ilíada, que es un mundo fantástico para soñarlo, pero no necesariamente cercano cuando uno es un niño”, mencionó. Este hallazgo, en palabras kafkianas, fue el hacha que rompió el mar helado dentro de él.
Hoy Artola se regocija cuando señala que tiene “el mejor empleo del mundo”. Recuerda cuando llegó a la capital para estudiar y conoció a un librero sobre la calle Tristán Narvaja que le transmitió la vocación de enseñar. “Cuando elegías un libro, él te daba una cátedra sobre el autor, la obra, el periodo, qué aportaba ese texto y qué criticaba y por qué podía ser la base para otra lectura”, señaló. Ante tal evento, vio “lo maravilloso” que podía ser ayudar a encontrar otras lecturas a otra gente. Y así, con esa fascinación por la lectura, surgió en su vida la posibilidad de armar una estrategia económica a través de los libros.
En marzo de 1985, comenzó con una pequeña librería, Octaedro. Luego de varios cambios de ubicación, se instalaron en Bulevar España 2129, esquina Pablo de María, en el barrio Parque Rodó, donde se mantienen actualmente, en un negocio donde se han incorporado también sus hijos.
“Uno lee para instruirse, para conocer otros mundos, escapar de esta realidad y tratar de entender la sociedad en el que uno está”
La mayoría de las personas que concurren son jóvenes que asisten a los distintos centros estudiantiles de las adyacencias, debido a que se encuentran en el corazón del distrito universitario del país, por lo que echa por tierra la idea de que las nuevas generaciones no leen. Por otro lado, advierte: “Mucha gente me dice que soy el último librero, y claramente no es así. Conozco un montón de muchachos jóvenes que están llevando adelante librerías y le meten mucha pasión, algo que me da un enorme optimismo sobre los chiquilines”.
La accesibilidad de los libros, tanto en precios como en posibilidades que hay actualmente, en comparación con décadas anteriores, parece indicar que hay cuerda para rato en el trabajo de los libreros. “No es un rubro en extinción, a pesar de que es algo que se repite como un mantra”, acotó.
Parte de esta realidad, explicó a su entender, es consecuencia de decisiones tomadas en el temprano nacer de Uruguay. “El proyecto de Artigas fue aplastado por la conjura de los imperios, pero la única legislación que realmente logró seguir fue la exoneración total de impuestos a los libros que, insólitamente, José Enrique Rodó, impulsó a través de una ley ochenta años más tarde y que sobrevive hasta hoy”, explicó.
Esta “armonía” de dos personas que marcaron tanto en la historia del país, agregó, señalaron en términos simbólicos lo que importaba como proyecto de sociedad. “Para construir realmente una república viable, sabían desde temprano, que la educación era la clave. Actualmente, este soporte sigue siendo de alguna forma la familia que le interese que los jóvenes se eduquen, un maestro que sienta la vocación de impartir conocimiento y un acceso a los libros e información es un soporte”, vislumbró.
La gran cantidad de obras que ingresan al local lo hacen en forma de bibliotecas personales completas. “Hay una política de que cuando una nos interesa la compramos entera, no sólo los libros que nos parece”, confesó. Añadió que en Uruguay hay bibliotecas personales muy bien armadas por personas que realmente tienen un plan de lectura y que es, de hecho, una costumbre que sigue puesto que, aseguró, los jóvenes también se encuentran formando sus bibliotecas a futuro. “Cuando se encuentra una de ellas, uno puede aprender una tonelada, porque encuentra autores, temáticas y libros que hasta ese momento no conocías, e incluso en otros idiomas, como mandarín, coreano, ruso, japonés y alemán gótico, como nosotros”, mencionó.
“El libro y la librería cumplen un rol esencial porque el acceso a la cultura, eventualmente, es un proceso colectivo”
Se trata de una actividad para pasionales del rubro que amerita una cierta cuota de pasión, vocación e involucramiento en la construcción del conocimiento. “Si tenés esa cabeza es muy factible que disfrutes mucho cuando lo consigas. Te aporta mucha adrenalina maravillosa y te lleva a preguntarte cómo es que llegó tal libro al país o qué interpretaciones estaba realizando este autor a otro”, indicó.
Sin embargo, la mayor incorporación de las bibliotecas no sucede por fallecimiento de la persona, sino que, por el contrario, “su mayor enemigo son los arquitectos”, bromeó Artola. Es que, explicó, las remodelaciones habitacionales y las mudanzas hacen que cada vez quede un espacio menor para los libros, por lo que una de las formas en las que se trabaja desde Diomedes es también a través de canje. Es decir, cuando una persona declara obsoleta una cierta parte de su biblioteca personal, ya sea porque no le interesa o porque no la seguirá leyendo, la modifica y la puede cambiar por otros libros.
“La gente sigue haciendo bibliotecas personales por una razón psicológica fascinante, la mayor parte de la gente necesita tener un objeto físico personal, de forma tal que no tenga que pedir permiso a nadie y que pueda personalizarlo, ya sea subrayarlo o realizarle anotaciones. Los libros tienen ese enorme componente de reforzador psicológico del espacio personal”, dijo en referencia a la competencia con los libros electrónicos, dando por sentado, entonces, como otra de sus teorías, de que las obras en papel y las librerías tienen futuro para largo en la sociedad.
Prueba de ello es que en un futuro se ven teniendo un espacio en donde sigan atendiendo la pasión por leer y por el conocimiento. “Le pusimos Diomedes en términos genéricos, por si algún momento nos teníamos que mudar. Por el momento nos encanta este lugar”, comentó.
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