Con su cuarto mandato como primer ministro de Japón, el experimentado Shinzo Abe tiene tareas importantes para que la tercera economía del mundo siga creciendo y esté a la altura de los sucesos que ocurren en la región. Constante y paciente, ha renovado su gabinete buscando mayor apoyo de sus aliados para lograr la tan ansiada reforma constitucional que modifique el artículo 9, el cual impide tener fuerzas armadas, teniendo en cambio las llamadas “Fuerzas Japonesas de Autodefensa”, las cuales están limitadas solamente a acciones de protección territorial y de respuesta ante amenazas extranjeras. En una región de crecientes tensiones bélicas y económicas, Abe busca darle al país mayor relevancia internacional en base al poder militar.
Quedando solo tres de veinte miembros del antiguo gabinete, las encuestas han respaldado las acciones de Abe, que según Kyodo News, ahora tiene un 55% de aprobación, en alza luego de algunos cambios, siendo el joven ministro de medio ambiente, Shinjiro Koizumi, quien ha tenido la mayor valoración positiva entre las nuevas incorporaciones. El hijo del ex primer ministro Junichiro Koizumi -mentor de Abe-, tendrá la delicada tarea manejar la cuestión del desastre del agua radioactiva de la planta nuclear Daichi en Fukushima. En marzo de 2011, un terremoto de magnitud 9 (el más fuerte en la historia del país) desencadenó un tsunami que golpeó duramente la central nuclear, haciendo que los núcleos del reactor se sobrecalentaran y se derritieran. Para evitar una explosión nuclear, los liquidadores inyectaron agua para enfriarlos, eso junto a las filtraciones de aguas subterráneas que se han mezclado con materiales radiactivos, dejaron más de 1 millón de toneladas de agua contaminada. Aún se sigue acumulando agua y apenas hay capacidad para contenerla hasta dentro de tres años, lo cual el entonces ministro de medio ambiente Yoshiaki Harada afirmó que “la única opción es drenar en el mar y diluir” el agua contaminada.
Además de los pescadores locales, quienes están en contra de ese plan son las dos Coreas (Sur y Norte). Cabe señalar que Seúl mantiene una prohibición de importar mariscos desde Japón esgrimiendo el riesgo sanitario que implica la radiación. Este enfrentamiento diplomático por una “posible calamidad nuclear” se suma al conflicto económico que mantiene con Japón, el cual comenzó con la restricción de exportación a Corea del Sur de varios materiales usados en pantallas y chips de smartphones y ha avanzado hasta incluir otros bienes e incluso retórica nacionalista acerca de la Segunda Guerra Mundial. Tokio ha argumentado “temas de seguridad nacional” al aumentar los controles de exportación de químicos sensibles y esenciales para la industria tecnológica surcoreana, con empresas afectadas como Samsung. Japón afirma que “estos materiales pueden ser usados para crear armas químicas por países sujetos a sanciones internacionales, como Corea del Norte”.
Además, el gobierno de Abe está considerando sacar a Corea del Sur de la “lista blanca” de países con controles mínimos de comercio. La respuesta fue un descenso de importación de autos, cosméticos y de cervezas japonesas, siendo esta bebida la más afectada, con una caída del 95%. Seúl ha llevado este caso a la OMC, teniendo todo esto como trasfondo la cuestión de la ocupación de la península de Corea por Japón, y las compensaciones que aún se piden por Seúl y Tokio afirma que ya han sido pagadas. Los próximos Juegos Olímpicos a celebrarse en la capital nipona el próximo año también son otro punto de conflicto, ya que el Comité Olímpico Internacional ha permitido que Japón use la milenaria bandera del “Sol naciente”, que para Corea del Sur “es un ofensivo recordatorio de atrocidades coloniales” en su tierra, aunque según los organizadores “la bandera no es una declaración política en sí, así que no está vista como un ítem a prohibir”.