Finalmente los argentinos, a los tumbos, vamos a las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), en un escenario lleno de candidatos que emergen de esta querida y maltratada Patria. Con un telón de fondo que arranca desde la restauración democrática, en donde los radicales gobernaron durante 7 años y 7 meses, los peronistas durante 24 años y 1 mes (consumiendo el matrimonio Kirchner-Fernández un poco más de la mitad de ese tiempo), y el macrismo lo terminará haciendo -si no es reeelegida su fórmula presidencial- durante 4 años.
Muy poco, casi nada, queda de aquel país que fuera líder de nuestra región Latinoamericana, obra de dirigencias que favorecieron la cultura del trabajo y los aportes que trajeron la inmigración externa y, posteriormente, la del propio suelo, ambas enlazadas por el esfuerzo, la honestidad y la meta del progreso. Y de esa Argentina sobresalen, con sus más y sus menos, Yrigoyen y Perón. Hoy, los resultados de múltiples efectos involutivos son devastadores; desde el “Rodrigazo” de 1975, pero fundamentalmente a partir de la sangrienta dictadura encabezada por el Gral. Videla y Martínez de Hoz al año siguiente, el país comenzó un pavoroso retroceso en casi todos los órdenes de su existencia.
Así, la pobreza, que había subido al 12 % al concluir el gobierno de facto, se fue convirtiendo rápidamente en estructural: trepó al 39,8% al final del mandato de Alfonsín, un pico histórico de 54,3% durante la crisis del 2001-2002, 26,9% en la presidencia de Kirchner, volviendo a subir al 29,5% en el último año de la gestión de Cristina Fernández (lo que representaba algo más de 12 millones de argentinos sumidos en la pobreza), pasando con Macri al 32,2% en el segundo semestre de 2018 (aumentando en dos millones y medio los nuevos pobres).
La Argentina no crece desde el 2009, manteniéndose casi constante el PBI per cápita. Esto también continúa demostrando el rotundo fracaso de los dos últimos gobiernos que, más allá de los relatos oficiales, seguimos padeciendo los que habitamos al otro lado del Río color león. Lo paradójico es que estamos entre dos miedos: ¡el muerto se asusta (y nos asusta) del degollado, y éste -a su vez- hace lo mismo con el muerto!
La debilidad integral de Cristina la ha llevado a designar como candidato a presidente al travestido Alberto Fernández, y la debilidad política de Macri a designar como vicepresidente al obsecuente peronista Miguel Ángel Pichetto. Ambos sectores rondan, según parece, alrededor del 70%, en tanto que hay otro tercio que, desgraciadamente, tendrá nuevamente que optar, no elegir sino optar entre algunos de los dos fracasos o el voto en blanco.
Solía decir una tía vieja que “estamos como estamos, porque somos como somos”. ¿Y por qué somos como somos? En mi libro Argentina en su Laberinto analizo y sistematizo lo que llamo el ADN Social de los argentinos, en donde -partiendo del ADN biológico- respondo si hay “algo” que hace que nuestra historia sea circular, una sucesión permanente de desencuentros intergeneracionales, en donde pasamos de la desavenencia a la división entre dos partes de una misma sociedad; en donde aturdidos por las vorágines constantes de las desventuras, solemos elevar la apuesta y transformar el país en un campo abierto de múltiples sectores hostiles entre sí, avalando (por acción u omisión) la nefasta continuación de una “clase dirigente” integrada por una larga caravana de aspirantes a caciques políticos y de figuras sectoriales anacrónicas. “Eso” que nos lleva a transformar la pasión en fanatismo, que nos hace ignorar los valores y principios, a no aguantar el orden y lo sistemático, a discutir siempre sobre derechos y privilegios pero casi nunca sobre obligaciones. Ese ADN Social que ha terminado por crear nuestro propio laberinto, al que debemos encontrar de una vez por todas la salida, si es que no queremos entrar al futuro retrocediendo.